En 1944, en Estados Unidos, los negros aún tenían la obligación de sentarse en la parte de atrás de un autobús. Por eso, a uno de ellos le pegaron tres tiros. Se había pasado demasiado tiempo en la parte delantera, y el conductor le disparó. Un jurado formado completamente por hombres blancos declaró al conductor no culpable.
En 1944, en Estados Unidos los negros no podían votar. Iban a diferentes escuelas, diferentes puestos de trabajo, y no podían acudir a según qué lugares públicos, ni a las tiendas del centro, ni a comer en muchos restaurantes…
En 1944, en Estados Unidos las ligas de baloncesto separaban sus competiciones en negros por un lado, y blancos por otro. No es que no pudieran jugar juntos; es que no podían siquiera enfrentarse.
En 1944, concretamente el 12 de marzo de 1944, un grupo de estudiantes de medicina de la Universidad de Duke, con un potente equipo de baloncesto que arrasaba en su liga universitaria decidió romper todas las reglas. Se enfrentó a un equipo de la Universidad para Negros de Carolina del Norte. Nos gustaría decir que ese partido lo cambió todo. Pero no fue así. Porque el partido tuvo que ser secreto. En 1944, en Estados Unidos, ese partido era ilegal.
Una idea de un buen tipo
Todo fue iniciativa de Jack Burgess, un estudiante de Montana, donde no existían las leyes raciales, y que no alcanzaba a comprender por qué sucedía eso en su mismo Estados Unidos. A través del contacto generado en algunos encuentros clandestinos a los que negros y blancos acudían para rezar, propuso disputar un partido amistoso entre el equipo de la Universidad para Negros de Carolina del Norte (actualmente, Universidad Central de Carolina del Norte) y el equipo de la escuela de medicina de Duke. El pretexto, cuál era el mejor equipo de Durham. La realidad, romper todas las barreras incomprensibles pero existentes.
Para los Eagles era una oportunidad magnífica de demostrar cuán buenos eran. En su competición, sólo contra negros, habían ganado 28 partidos y perdido uno. "Podemos ganar a cualquiera", pensaban los jugadores. Pero no había manera de probarlo. Ninguna competición de prestigio permitía la participación de equipos de jugadores negros.
Así que las dos partes estuvieron de acuerdo. Lo complicado, claro, era poder disputar el partido. Se decidió que se hiciera el domingo 12 de marzo, a las 12 de la mañana. Era la hora en la que la mayor parte de la población de Durham, incluidos los agentes de policía, estarían en la iglesia. Se haría en la cancha de los Eagles, pero sin avisar a ninguna de las dos universidades.
Había otro escollo que salvar: si el partido era ilegal, los chicos de Duke debían desplazarse hasta el lugar sin ser vistos, sin levantar sospechas. Lo hicieron en dos coches alquilados, asegurándose de que nadie les seguía, y cambiando la ruta habitual, la lógica, por si acaso. En cuanto bajaron del coche, recorrieron los pocos metros que había hasta el pabellón con las chaquetas tapando sus cabezas.
Una vez todos dentro, se cerraron con llave las puertas, se corrieron las cortinas, y no se permitió el acceso a espectadores. A nadie. Sólo estaban los jugadores, los entrenadores, un árbitro, y un periodista del The Carolina Times, quien prometió no escribir nada al respecto.
El resultado, lo de menos
"Nunca antes había jugado contra un blanco. Estaba un poco nervioso", afirmaba Aubrey Stanley, uno de los jugadores de los Eagles. "No sabíamos lo que podía pasar si había una falta dura, un enfrentamiento…miraba a Big Dog y a Boogie –jugadores del mismo equipo- a ver qué hacían. Ellos eran del norte".
Pero nada de eso pasó. Todo lo contrario. Los primeros minutos fueron de lógicos nervios por parte de ambos conjuntos, pero en cuanto éstos se terminaron, comenzó el espectáculo. Los jugadores se liberaron, y empezaron a anotar. Y fue entonces cuando se demostró la superioridad del equipo de Carolina del Norte.
Con un juego completamente diferente al habitual en el baloncesto americano hasta la fecha, denominado fast-break strategy, consistente en que todos los jugadores podían correr con o sin balón, tanto para atacar como para defender, el entrenador McLendon consiguió plasmar la superioridad física y táctica en el marcador: al final, Universidad para Negros de Carolina del Norte 88 - 44 Escuela de Medicina de Duke.
"Podemos ganar a cualquiera", les confirmaría McLendon a sus chicos. Un McLendon que a sus 28 años ya comenzaba a hacerse un nombre por su innovadora estrategia, y que posteriormente se convertiría en leyenda: fue, entre otras, el primer entrenador negro que ganaba tres títulos nacionales consecutivos (Tennessee State, 1957-59), el primer entrenador negro en una universidad de mayoría blanca, Cleveland State; el primer entrenador negro en la ABA; el primer entrenador negro en un equipo técnico de unos Juegos Olímpicos; el primer entrenador negro que entraría en el Hall of Fame del baloncesto americano…
Todas las barreras, destrozadas
Pero al terminar el partido, y comprobarse la superioridad del equipo de negros, se decidió ir aún más lejos. Romper aún más las barreras racistas. Violar aún más las absurdas leyes de Jim Crow. Y se entremezclaron los equipos. Los jugadores intercambiaron sus camisetas –y sus pieles- y se enfrentaron unos a otros.
"Sólo éramos hijos de Dios, disfrutando con el baloncesto", afirmaría años más tarde uno de los participantes de aquel partido, George Parks. Cuando todos decidieron que ya estaban cansados, los jugadores de la Universidad para Negros invitaron a los jugadores de Duke a tomar unas cervezas. En los vestuarios, claro; no podían estar juntos en un bar. Unas horas después, los estudiantes de medicina regresaron a Duke.
Nadie contó nada. Obvio, todos los participantes arriesgaban sus carreras, su libertad. Y nadie descubrió el secreto: ni la policía, ni la prensa. Aunque el partido podría considerarse oficial, con su árbitro, su marcador y su reloj oficial, se mantuvo escondido durante cinco décadas.
Escondido hasta que al historiador y profesor de universidad Scott Ellsworth le dio por entrevistar a McLendon para un reportaje sobre el 50 aniversario de la liga de universidades para negros. Repasando sus hitos, dejó caer que había sido el primero en disputar un partido entre estudiantes universitarios negros y blancos, en el Sur, y en 1944. Ellsworth lo vio claro; comenzó a tirar de la manta, y dio lugar a un magnífico artículo en el New York Times, relatando la historia.
Una historia sobre unos muchachos que jugaron un partido rompedor, ilegal, irreverente, que pudo tener consecuencias, para los participantes y para la posteridad, pero que no las tuvo porque hasta casi 50 años más tarde no pudo contarse. O tal vez sí las tuvo, por mucho que fuera un partido secreto…