L D (EFE) Arrigo Sacchi aterrizó las navidades del año pasado con el objetivo de recuperar el tiempo perdido por el equipo madridista en los últimos meses y de volver a llevarlo a la elite del fútbol español. Su primera decisión fue la de confiar en Vanderlei Luxemburgo, técnico que lo había ganado todo en Brasil y la contratación del danés Thomas Gravesen, por entonces en el Everton inglés. El primero, después de un año, fue destituido sin títulos en su haber.
El segundo, tras media temporada en la que disfrutó de la titularidad, apenas ha entrado en el equipo y podría abandonar el club en este mercado de invierno. Con el danés se esperaba que el equipo resurgiera al más puro estilo Edgar Davids en el Barcelona, con quien el año anterior los azulgranas cambiaron por completo de aspecto en la segunda vuelta y le remontaron 18 puntos al Real Madrid. Sin embargo, su rendimiento no fue como se esperaba y aunque el equipo mejoró, no fue suficiente para alcanzar al Barcelona.
La otra operación, la de Vanderlei Luxemburgo, nunca enamoró al público. Si bien es cierto que en su primera media temporada se le perdonó todo debido al rédito que debía recuperar respecto al Barcelona (llegó a trece puntos del equipo de Frank Rijkaard), en la presente, con una plantilla confeccionada a su medida, el equipo está en igual o peor situación que cuando llegó.
Este jueves, Sacchi afirmó que su marcha a Italia no se debe a la destitución de Luxemburgo, algo que nunca compartió, ni tampoco "porque esté enfermo o sea un cobarde. Me voy por motivos personales pero también, por qué no decirlo, porque en el trabajo no he estado del todo a gusto con lo que hacía pues sólo he podido en parte". Sacchi, cuya presencia es valorada por todo su entorno de trabajo y por los jugadores, se marcha sin embargo sin haber recordado a ese Milán de la década de los ochenta cuando arrasó a Europa con su juego ofensivo y de calidad.
Y no es la primera vez que abandona España por la puerta de atrás. De hecho, es la segunda que deja la capital con el trabajo a medio hacer. El Atlético de Madrid da fe de ello. Porque Arrigo Sacchi puede presumir de ser uno de los pocos entrenadores que el fallecido Jesús Gil no destituyó, ya que se marchó antes. Dimitió el 15 de febrero de 1999 tras siete meses y un día al frente de la nave rojiblanca, con el equipo en la mitad de la tabla y tras tres derrotas consecutivas en Liga. Sacchi dimitió y aseguró que dejaba el fútbol, justo la semana en la que el público del Calderón se acordó de Radomir Antic, su predecesor en el cargo.
Ese equipo lo componían futbolistas como Molina, Torrisi, Chamot, Venturin, Juninho o José Mari y, pese a todo, caló hondo en los jugadores que admiraban su gran capacidad de trabajo aunque nunca le llegaran a comprender del todo. De hecho, al año siguiente el equipo, que empezó con Claudio Ranieri en el banquillo, descendió a Segunda División y Gil afirmaría poco después que jamás volvería a contratar un técnico italiano.
Ahora, tras el nuevo chasco en Madrid, Sacchi vuelve a Italia aunque no descartaba volver a España en un futuro. Quizá, a la tercera, tenga suerte y pueda demostrar lo que le hizo famoso en el mundo entero con el Milán de Paolo Maldini, Gullit y Van Basten y posteriormente en la Italia del Mundial de 1994, donde perdió la final por penaltis contra la potente Brasil con fallos de su añorado Franco Baresi y Roberto Baggio.