Froome, la obediencia tiene un límite
El Tour 2012 lo ha consagrado como un ciclista apto para ganar la grande boucle.
La fidelidad de Chris Froome (Nairobi, 27 años) ha sido la base que ha permitido a su compañero y compatriota Bradley Wiggins convertirse en el primer británico ganador del Tour de Francia en 99 años de historia, una actitud "por contrato" que no le ha impedido proyectarse como candidato a lo más alto del podio en 2013.
Froome se presentó en sociedad en la Vuelta 2011 como gregario de Wiggins, y acabó segundo, por delante de su jefe de filas y por detrás del español Juanjo Cobo. No ganó la prueba por 13 segundos, o dicho de otra manera, por esperar al jefe del Sky camino de los altos de Manzaneda y La Farrapona.
Este año, Froome no ha ganado el Tour, posiblemente por los mismos motivos que no ganó la Vuelta. Aquellas escenas en los puertos de Galicia y Asturias se trasladaron a los Alpes, a la Toussuire y Peyragudes, donde "el africano con alma blanca" apretó el freno para no soltar a Wiggins, imperial contra el crono, limitado en los puertos. Un acto de obediencia y fidelidad a la empresa Sky. Los 100 kilómetros contrarreloj del Tour 2012 volcaron la apuesta por Wiggins. El resto, a seguir el plan, aunque a veces "resulte un poco frustrante".
Su sueño de juventud se aplaza a 2013, como mínimo, y es que Froome quedó prendado del Tour desde que veía por televisión en Sudáfrica "las batallas de Armstrong y Basso" en los puertos franceses, y quiere vestir de amarillo en París. Sudáfrica fue la cuna de su afición, de su pasión, pero antes de ser adolescente en aquel país fue niño en Kenia, en el África negra. Nació en Nairobi en el seno de una familia inglesa originaria de Brighton y vivió junto a sus tres hermanos en la capital keniana hasta los 14 años. Su madre, que murió hace tres años, era fisioterapeuta y su padre trabajaba en el turismo, organizando excursiones y safaris.
Era la vida al aire libre la que le marcó para siempre su empatía con el continente negro, a pesar de algunos sustos, como cuando se tuvo que subir a un árbol para evitar la ira de un hipopótamo, o por una enfermedad, la bilharza, contraída por su afición a la pesca. Un parásito se le instaló bajo la piel y periódicamente le disminuye los glóbulos rojos, lo que le causa fatiga y obliga a pasar revisión cada tres meses.
De la escuela al aire libre de Nairobi al Colegio Saint John de Johannesburgo. La profesión del padre obligó al cambio. Un choque brutal para el joven Chris. Allí adquirió acento de Oxford y modales de gentleman, y aprendió a superar las dificultades. En la misma ciudad estudió economía en la universidad, pero a un año de la licenciatura dejó los libros ante la llamada del ciclismo profesional.
Su descubridor fue el italiano Claudio Corti, subcampeón mundial en ruta 1984. En una Vuelta a Ciudad del Cabo vio a Froome en acción y quedó sorprendido. "En la etapa más dura se quedaron cinco en cabeza, incluidos Cárdenas, Efimkim y Froome. Le vi ágil, potente, y no le dejaron de rueda en la subida final", recuerda. Aquella exhibición le valió un contrato de 30.000 euros con la formación sudafricana del Barloworld.
La próxima estación de Froome fue la vieja Europa. En 2007 corrió en el Konica , un modesto equipo continental, Froome se instaló en Italia, cerca de Bérgamo, ya que su novia vivía en Milán y por tren la podía ir a ver. Cuando cortó la relación decidió centrarse en la vida ciclista profesional. En 2008 obtuvo la nacionalidad británica y fichó por el equipo sudafricano del Barloworld, que le lleva al Tour de Francia, donde finaliza en el puesto 84. Los técnicos británicos ya confiaban en Froome, por eso le llevaron con el equipo británico a los Campeonatos del Mundo de Varese.
Con los mismo colores corre el Giro en 2009 y acaba el 36, y en 2010, tras fichar por el Sky, repite en Italia y se retira por culpa de una tendinitis en una rodilla. En 2010 Froome aterriza en su actual equipo, el Sky. Una temporada nada brillante en resultados, ya que solo logro la medalla de plata en el campeonato británico contrarreloj, por detrás de Bradley Wiggins.
Fue en la Vuelta 2011 cuando Froome aparece ante el gran público. En la contrarreloj de Salamanca sorprende con la segunda plaza, solo batido por el alemán Tony Martin. Aquel día también superó a Wiggins, quien se había roto la clavícula en el Tour. Más tarde brilló en la montaña, donde quitó los galones a su jefe de filas, hundido en el Angliru, una montaña que quedó en la memoria del corredor de origen keniano.
"Me emociono en las montañas, en ellas me siento como en el techo del mundo", dice Froome, quien va más allá en su reflexión. "La vida es como un puerto, se le afronta a fondo y nunca ves el final". También experimenta buenas sensaciones en las pruebas contrarreloj. "Me gusta la lucha en solitario contra el tiempo", dice.
Ligero como una pluma, su dieta no ha pasado inadvertida, por original. ¿Qué hace usted para estar al borde de la anorexia?. "Muy fácil", responde, "cuando tengo hambre me voy a dormir". Sus antiguos compañeros recuerdan su hábito de comidas basado "en desayuno y cena". Eso sí, mantiene la costumbre de llevar siempre un bote de lentejas crudas allá donde vaya, como "fuente de aminoácidos".
Sobre su origen, Froome ha tenido que contestar a muchas preguntas. Que se refieran a él como el "africano blanco" no le inquieta. La expresión la soltó el comentarista de la Amstel Gold Race durante el control de firmas. Sobre el escenario, solo pudo decir: "Yo no sé bien de donde soy. Ciudadano del mundo tal vez". Eso sí, aclara que se siente más próximo a África, donde volverá cuando cuelgue la bicicleta para abrir una escuela de ciclismo en Kenia.
Su futuro, de momento, está en el Sky, donde tiene contrato hasta 2013, pero la obediencia tiene un límite. El Tour 2012 le ha consagrado como un ciclista apto para ganar la grande boucle. "Estoy seguro de que Wiggins me devolverá el favor para que gane yo otro año", señala, pero las ofertas para dejar la escuadra inglesa ya están encima de la mesa. El Astana está dispuesto a fichar a Froome para la próxima temporada, aunque tenga que pagar el año de contrato que le queda en el Sky. Una apuesta segura, siempre y cuando no tenga que firmar fidelidad eterna a un líder que no siempre demuestra ser superior a él. La obediencia, como la paciencia, tiene un límite.
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