Barcelona y Athletic de Bilbao son los conjuntos que más títulos de Copa del Rey han conseguido a lo largo de la historia. Por eso, no es de extrañar que ambos equipos se hayan encontrado ya en seis ocasiones en la final. El balance hasta el momento es de 4-2 para los azulgrana, siendo la última ocasión, en 2009, la mayor goleada con el 1-4 a favor de los de Guardiola.
Sin embargo, una final quedó para la historia por encima del resto. Y no precisamente por su fútbol. Fue en 1984 y, curiosamente, en Madrid. Aunque en aquella ocasión el encuentro se disputó en el Santiago Bernabéu. Era el Athletic de Javier Clemente y del doblete liguero, y el Barcelona de Maradona, vigente campeón de la Copa.
El choque, no obstante, vino marcado por las calientes declaraciones previas, sobre todo a cargo de la estrella argentina y del entrenador del conjunto vasco. Aquello provocó que el partido fuera cualquier cosa menos un encuentro de fútbol. Las acciones violentas por parte de ambos conjuntos se sucedieron una tras otra y los enfrentamientos de los jugadores con la grada –Schuster, por ejemplo, devolvió hacia la tribuna un objeto que le habían lanzado desde la grada– fueron una constante.
Por eso, cuando el colegiado señaló el final del partido, con victoria para el Athletic por 1-0 gracias al tanto de Endika en el minuto doce, los jugadores azulgrana, con Maradona a la cabeza, explotaron y se formó una lamentable batalla campal. Las imágenes del astro argentino pegándose con todo aquel que le salía a su paso, de Migueli saltando contra un jugador rival con los tacos por delante, de Clemente deteniendo a sus futbolistas en el centro del campo... quedaron para el recuerdo del fútbol.
"Hay que saber ganar y hay que saber perder, y ninguno de los dos supo hacerlo", declaró hace poco Alexanco, uno de los protagonistas de aquellos momentos. El estilo y sobre todo el carácter de los futbolistas han cambiado por completo desde entonces en ambos conjuntos. Pero, a un día de una final entre Athletic y Barcelona precisamente, conviene recordarla. Básicamente, para que no vuelva a repetirse.