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El fútbol le debía una al Chelsea

Después de ocho años de batacazos inesperados, por fin la suerte se alió con el Chelsea. Ya lo merecía.

Mucho se ha criticado el estilo de juego del Chelsea que le ha llevado a conquistar la Copa de Europa. Que si el equipo fue ultradefensivo, que si no merece ser campeón con ese fútbol, que si es un campeón indigno para la competición... Pero seguro que a los blues poco les importa. Son los campeones de Europa y da igual cómo se haya logrado el trofeo.

Sí se le podrá achacar al conjunto inglés la fortuna que le ha acompañado a lo largo de la competición. Porque una cosa es defender bien y otra defender por acumulación. Eso es lo que hizo el Chelsea, tanto en semifinales como en la final. Y fue sólo la suerte –y un inconmensurable Petr Cech, por cierto– la que permitió que el equipo tuviera opciones hasta el pitido final.

Pero si miramos a los últimos años, uno puede entender que en estos meses la fortuna se haya aliado con el equipo. Porque no puede decirse que en las últimas temporadas haya sido así. Más bien al contrario. Con el Chelsea jugando bien, con opciones a todo, siempre había algo, un gol inexistente, un maldito resbalón o un gol en el último suspiro que se cruzaban en su camino alejándole del sueño.

Del no gol de Luis García...

Roman Abramovich llegó a Londres en 2003 con un único objetivo: convertir al Chelsea en campeón de Europa. No tuvo reparos en gastar cantidades exorbitantes si con ello conseguía la Orejona. Dos años después el equipo, ya dirigido por José Mourinho, alcanzaba las semifinales de la Champions. Pero ahí comenzó su historia negra.

Tras el 0-0 de la ida en Stamford Bridge, el Liverpool se impuso por 1-0 en Anfield. El gol, obra de Luis García, nunca debió subir al marcador. Básicamente porque no atravesó la línea. Pero el árbitro lo concedió y el Chelsea se llevó su primer batacazo inesperado.

Tres años después, ya con Avram Grant en el banquillo, el Chelsea alcanzaba la final de la Champions. Curiosamente le tocaba enfrentarse a otro inglés, el Manchester United. Después de un partido en el que los blues fueron superiores, incluso con un lanzamiento a la madera en la prórroga, el partido llegó a la tanda de penaltis. Y ahí sucedió lo que nadie esperaba que sucediera.

Porque en aquella lotería uno puede caer por un disparo al palo, por una intervención del guardameta rival, incluso por un pelotazo por encima del travesaño... pero lo que le pasó al Chelsea fue mucho más allá. Tras detener Cech el lanzamiento de Cristiano Ronaldo, John Terry se disponía a dar el título a los suyos. El capitán colocó el balón, emprendió la carrera y resbaló justo antes de golpear. El balón se marchó desviado y a continuación Nicolas Anelka volvió a errar para entregarle el título en bandeja al United.

... al iniestazo

El Chelsea se recuperó como pudo de aquel segundo mazazo. Iba otra vez a por la Champions. Y tras una brillante trayectoria, se encontraba con el Barcelona en semifinales. Después de lograr un buen 0-0 en el Camp Nou, tocaba rematar la faena en casa. Todo parecía encarrilado con el 1-0, obra de Essien. Pero no, otra vez tocaba un gran disgusto, quizá el más duro y el más inesperado de todos.

Porque más allá de las decisiones arbitrales del noruego Tom Henning Ovrebo –hasta cinco penaltis llegaron a reclamar los ingleses– la eliminación llegó en el último suspiro, cuando ya todos miraban el reloj, porque aquello estaba a punto de llegar. En el 94, Andrés Iniesta soltó un derechazo ante el que nada pudo hacer Petr Cech. De nuevo la decepción, el vacío. De nuevo las lágrimas. No podía estar sucediendo otra vez.

La generación lo mereció

Por todo esto, los jugadores y los aficionados del Chelsea deben desternillarse cada vez que alguien menciona que los blues han ganado la Champions de suerte. Qué suerte, pensarán, ¿la que les ha dado la espalda durante todos estos años? Que se lo pregunten a Cech, a Terry, a Lampard o a Drogba. Ellos ya estuvieron ahí en 2003. Vivieron el gol inexistente de Luis García, el resbalón de Terry, el iniestazo y el escándalo de Stamford Bridge. Sí, que les hablen a ellos de fortuna. No hay duda, esta generación merecía ganar la Copa de Europa. El Chelsea lo merecía. El fútbol se lo debía.

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