"Solíamos ensayar ese tipo de lanzamiento en los entrenamientos, y era genial. Pero era muy arriesgado. Por eso, cuando vi que le tocaba a él tirar el penalti decisivo, le miré a la cara. Con una sonrisa, me dijo que lo iba a hacer. 'Estás loco', le dije. No podía creer que en un momento tan importante, quizá el más importante de nuestras vidas, tuviera la sangre fría de hacerlo. Pero vaya si lo hizo. Y cómo".
Quién así habla es Ivo Víktor, guardameta de la selección checoslovaca que se proclamó campeona de la Eurocopa del 76. Su compañero, el loco, el de la sonrisa pícara, Antonin Panenka. Su lanzamiento de penalti, el más célebre de todos los tiempos. Capaz de dar un nombre a un estilo que necesita de calidad y mucha, mucha sangre fría. Capaz de valer el título más glorioso conquistado nunca por la selección checoslovaca.
La Eurocopa del cambio
La edición del 76 fue la confirmación de que la Eurocopa se había convertido ya en el gran campeonato que es hoy día. Lo llevaba demostrando desde hacía años, pero en aquella ocasión dio un golpe sobre la mesa que provocó que, a partir del 80, se cambiara el sistema en pro del espectáculo y del aficionado. Porque coincidieron en el tiempo varias selecciones históricas; porque el nivel mostrado a lo largo de todo el torneo fue excelso; y porque la final quedó para la posteridad.
La única pega fue que, una vez más, España se quedó a las puertas de la fase final. Tras el fracaso de no clasificarse para el Mundial del 74, llegaba a esta Eurocopa con una plantilla renovada y con mucha ambición. Iríbar, Goyo Benito, Camacho, Del Bosque, Santillana o Quini eran los nombres más destacados de una selección que seguía con su marcado carácter como seña de identidad.
La fase de grupos se pasó con solvencia. Encuadrada junto a Rumanía, Escocia y Dinamarca –entonces todas ellas más potentes que en la actualidad, sobre todo los escoceses-, España se clasificó como invicta. Fue sobre todo la victoria en Glasgow, ante la Escocia de Billy Bremmer, Graeme Souness y Kenny Dalglish, con dos goles de Quini (1-2) la que hizo a la afición española recuperar la ilusión.
Ilusión que desapareció de un plumazo cuando el sorteo quiso que nos enfrentáramos a Alemania en los cuartos de final. La misma Alemania que dos años antes se había sentado sobre el trono del fútbol mundial. España fantaseó con la machada, sobre todo cuando, en el encuentro de ida disputado en el Vicente Calderón, Santillana adelantó a los suyos. Pero a poco del final Erich Beer, con un cañonazo desde fuera del área, puso la igualada definitiva.
La vuelta, en Munich, no tuvo color. España alineó a Iríbar, Asensi, Sol, Pirri, Capón, Camacho, Villar, Del Bosque, Quini, Santillana y Churruca, pero ya antes del descanso Uli Hoeness y Klaus Toppmoller lograron el 2-0, resultado que ya no se iba a mover. Nacía la leyenda negra de los cuartos de final.
Fase final espectacular
Junto a los alemanes, accedieron a la fase final la Holanda de Cruyff y del fútbol total, que había apeado con brillantez a Bélgica; Checoslovaquia, la magia del este, que se había cargado nada menos que a Inglaterra en la fase de grupos y a la URSS en los cuartos de final; y Yugoslavia, que siempre estaba ahí, seguía cumpliendo con firmeza, seguía contando con Dzajic y, además, iba a ser la anfitriona, lo que aumentaba infinitamente sus posibilidades. No es de extrañar que para muchos sea considerada la mejor Fase Final –al menos con el sistema antiguo- de todas las Eurocopas.
De todos modos, la gran favorita continuaba siendo Alemania. Vigente campeona del mundo y de Europa, mantenía el mismo bloque, comandado por Beckenbauer y con la irrupción de Bonhof, aunque ya sin su cañonero, Gerd Müller, sustituido en principio por Dieter Müller. Mismo apellido, pero distinto olfato.
No es de extrañar, pues, que todos apuntaran a una final entre germanos y holandeses, la misma que dos años antes se había producido en el Mundial. Sin embargo, en semifinales Checoslovaquia volvió a dar la campanada, y se cargó a los oranje tras una batalla de 120 minutos. En el tiempo reglamentario el eslovaco Ondrus logró dos golazos, pero uno de ellos en su propia portería, lo que llevó el partido a la prórroga. En el segundo tiempo suplementario, Nehoda y Veseli le dieron la sorprendente victoria a los del este.
A punto estuvo de repetir proeza la anfitriona Yugoslavia, que también llevó su encuentro ante Alemania a la prórroga, después de perder un 2-0 a su favor en los últimos compases, demostrando que es siempre un conjunto fuerte pero incompleto, con demasiadas lagunas. Ya en el tiempo extra Dieter Müller vivió su noche mágica y, con dos tantos, dejó helado el espectacular Maracaná de Belgrado llevando a los suyos a la final.
Panenka, la leyenda
Una vez solucionado el problema del gol con la irrupción de Dieter Müller, nada podía parar a Alemania para conquistar su tercer éxito consecutivo. Más si cabe después de que la Holanda de Cruyff y Neeskens quedara eliminada. Pero el rival iba a ser Checoslovaquia, una selección que ronda tras ronda había sorprendido a los más grandes, y que no estaba dispuesta a dejar de soñar.
Bien claro lo dejó cuando, a la media hora, ya ganaba por 2-0, gracias a los tantos de Dobias y Svehlik. Otra vez, los germanos debían remar contra corriente. Y otra vez llevaban el encuentro a la prórroga tras empatar en el último suspiro. Todo hacía indicar que se repetiría la historia de semifinales, pero entonces emergió la figura de Ivo Víktor, el guardameta checoslovaco, para detener el rodillo alemán y permitir a los suyos alcanzar la tanda de penaltis, donde cualquier cosa podía suceder.
Lo de que cualquier cosa podía suceder seguro que lo pensaron todos. Pero nadie podía imaginar que aquella tanda terminara de la forma en que lo hizo. Después de que Checoslovaquia transformara sus cuatro primeros lanzamientos, Uli Hoeness marró el cuarto penalti para Alemania. Le llegó el turno a Panenka. Si marcaba, su selección, su país, se proclamaba campeona de Europa.
Panenka había estado mucho tiempo preparando un tipo de lanzamiento revolucionario. "Sabía que si tiraba por el centro, suave, con parábola, el portero se iba a tirar hacia un lado. No podía fallar". Así lo hizo. Cogió carrerilla, dando la sensación de que iba a golpear fuerte, y en cuanto contactó con el esférico, con Seep Maier ya vencido hacia su izquierda, elevó el balón con una suave y perfecta parábola, y terminó entrando mansamente por el centro de la portería germana.
"Mis compañeros me pidieron que no lanzara así el penalti. El entrenador me dijo que hiciera lo que quisiera, que dependía de mí. Pero yo no estaba seguro de marcar al cien por cien. Lo estaba al mil por cien". Carácter de grande del fútbol: sacar lo mejor de uno mismo en el momento más complicado quizá de toda su carrera, y hacerlo perfecto y con confianza.
También dicen de los más grandes que siempre innovan con alguna sutileza, y ésta queda para la posteridad. Desde luego, Antonin Panenka no habrá sido de los mejores futbolistas de la historia, pero sí dejó su sello para siempre. Con ese gol, con esa manera de ejecutar el penalti, creó un estilo que a día de hoy se sigue repitiendo, aunque sólo pueden emularlo los mejores. Pero sobre todo con ese gol, con esa maravillosa manera de ejecutar el penalti, le dio a Checoslovaquia, a un país que hoy día ya ni existe, la mayor alegría futbolística de toda su historia. Con aquella genialidad, llegaron a lo más alto de Europa.
Ficha Técnica de la final
Checoslovaquia, 2: Víktor; Pivarnik, Capkovic, Ondrus, Gögh; Moder, Panenka, Dobias (Vesely, m.109); Masny, Svehlik (Jurkemik, m.80) y Nehoda. Seleccionador: Jezek
Alemania Federal, 1: Seep Maier; Vogts, Schwarzenbeck, Beckenbauer, Dietz; Hoeness, Bonhof, Beer (Bongartz, m.80), Wimmer (Flohe, m.46); D. Müller y Hölzenbein. Seleccionador: Schön
Goles: 1-0, m.8: Svehlik; 2-0, m.25: Dobias; 2-1, m.28: Dieter Müller; 2-2, m.89: Hölzenbein
Tanda de Penaltis: Masny, anota (1-0); Bonhof, anota (1-1); Nehoda, anota (2-1); Flohe, anota (2-2); Ondrus, anota (3-2); Bongartz, anota (3-3); Jurkemik, anota (4-3); Hoeness, falla (4-3); Panenka, anota (5-3)
Árbitro: Sergio Gonella (italiano)
Estadio: Estrella Roja, Belgrado. 30800 espectadores. 20 de junio de 1976