En 1966 Inglaterra ganó su primer y único Mundial de fútbol. Un campeonato marcado por los sospechosos arbitrajes caseros y por la exhibición goleadora del portugués Eusebio. Sin embargo, no fueron ni la perla negra, ni Bobby Charlton, ni Geoff Hurst, autor de un triplete en la final, quienes acabaron convertidos en el mayor protagonista. Ni siquiera el argentino Rattín y su show al ser expulsado en cuartos. El verdadero héroe de aquel Mundial fue Pickles, un perro.
En 1960, Inglaterra fue elegida sede del Mundial de Fútbol de 1966, tras imponerse en la votación final a Alemania y España. Por fin, la competición más importante del mundo desembarcaba en el país donde se había inventado el fútbol moderno. Más allá de una gran alegría, aquella elección supuso también una enorme responsabilidad para Inglaterra. Todo debía estar perfecto antes, durante y después del campeonato. El Mundial de 1966 tenía que quedar en la memoria como el mejor de toda la historia.
Una de las primeras ideas fue la de exhibir el espectacular Trofeo Jules Rimet a lo largo y ancho de todo el país, cubriendo la mayor parte de ciudades. Pero el 20 de marzo de 1966 se le terminó la ruta. Mientras era mostrado en el salón principal de la iglesia metodista de Westminster, el trofeo fue robado. De nada sirvió que cinco guardias lo estuvieran custodiando. En un momento de despiste, los ladrones forzaron las puertas traseras y se llevaron el preciado trofeo.
En cuanto se anunció el robo, la situación se tornó en pesadilla para la Asociación de Fútbol británica; para el inglés Stanley Rous, presidente de la FIFA; y para todo el país. Tres meses después iban a ser los anfitriones de la Copa del Mundo, pero no había Copa.
De inmediato se inició la investigación, con más de cien policías trabajando en el caso. Algunos, rastreando en busca del botín perdido; otros, tratando de averiguar quién o quiénes habían sido los ladrones. Por si acaso, la FA encargó fabricar una réplica idéntica, y con el mismo material, obligando al autor a no soltar una palabra. Cuanta menos gente supiera lo que había sucedido, mejor.
Pero el asunto salió a la luz, y la situación se tornó insoportable. A las mofas generalizadas de todo el mundo, se unieron las dementes llamadas de personas que se inventaban cualquier información sobre dónde estaba el trofeo. Hasta que Joe Mars, uno de los dirigentes de la FA, recibió una llamada. "Entrégame 15.000 libras este viernes, y la copa te llegará en taxi el sábado". Era, obviamente, uno de los ladrones.
Había una esperanza de recuperar el trofeo, pero ésta se desvaneció por la torpeza de la operación. Mars acudió a la cita, pero lo acompañaron varios policías. El encargado de entregarle el dinero se dio cuenta de ello, y trató de escapar. Finalmente fue capturado, pero no confesó nada, y se volvió a perder el rastro de la copa.
Aparece el salvador
La investigación se estancó. No había manera de avanzar. El trofeo ya se daba por irrecuperable y, con él, una vez que la historia ya era conocida por todo el mundo, el honor británico. Hasta que apareció Pickles, el perro, el salvador.
Enterrada en un descampado de Norwood. Ahí estaba la Jules Rimet. Y ahí la encontró Pickles aquella mañana de 27 de marzo cuando había salido a pasear con su dueño, David Corbett. En un momento dado, sintió cómo el perro tiraba de él, y le dejó ir. "Puso la atención en un paquete medio enterrado, cubierto de periódicos, detrás de un árbol. Lo descubrí, y vi a una mujer sujetando un plato sobre su cabeza, y una placa con las palabras Alemania, Uruguay, Brasil". De inmediato se dio cuenta de que no era una escultura de una mujer, sino la Copa del Mundo. La misma que todo el país andaba buscando desde hacía ocho días
Corbett, con Pickles, se dirigió hacia la comisaría más cercana. No lo creyeron; pensaban que era una historia demasiado fantasiosa para ser verídica. Así que lo interrogaron hasta altas horas de la madrugada como sospechoso número uno del robo. "Fue una pesadilla", asegura el inglés. Pero terminaron viendo que contaba la verdad, y que aquel perro había sido el artífice de que Inglaterra pudiera estar tranquila.
Tratado como una estrella más
En cuanto la noticia trascendió a la prensa, Pickles se convirtió en un héroe. Fue exhibido durante la fiesta de inauguración del Mundial, emitida por primera vez por televisión para todo el mundo. Y después de que Inglaterra se llevara el título, fue invitado al banquete de celebración ofrecido por la Reina. Al terminar de comer, le ofrecieron lamer los platos de los campeones del mundo.
Pero la fama de Pickles trascendió el Mundial de fútbol. Fue declarado perro del año, lo que implica alimento gratis durante un año por parte de una empresa británica. Participó en una película, The Spy with the Cold Nose, así como en varios programas de televisión. Y fue invitado junto a su dueño a visitar varios países como Alemania, Chile o Checoslovaquia. Su vida, junto a la de su dueño, había cambiado para siempre. La fotografía de ambos aparecía por todo el mundo.
El último ofrecimiento que recibieron fue el de asistir a la ceremonia de apertura del Mundial de 1970, que se iba a disputar en México. Sin embargo, poco antes de la cita Pickles falleció. Se ahogó con su propia correa mientras corría persiguiendo a un gato. Mal final para un héroe...
Por cierto, quizá se pregunten qué sucedió con la réplica que se estaba fabricando. Se terminó. Y, de hecho, fue exhibida después de la final. Lo más curioso es que los jugadores de Inglaterra no se dieron cuenta. En un momento de despiste, mientras daban la vuelta al campo para celebrar que se habían proclamado campeones del mundo, la Policía sustituyó la copa original por la réplica. Desde luego, no estaban dispuestos a que, bajo ningún concepto, la Jules Rimet sufriera otro percance.