Los sucesos vividos en las últimas semanas en la cordillera del Himalaya, donde la expedición de la alpinista guipuzcoana Edurne Pasaban intentó sin éxito ascender la cima del Everest sin oxígeno (Everest sin O2), han puesto de manifiesto el circo en el que se ha convertido la montaña más alta del mundo (8.848 metros de altitud).
Pasaban, que salió de España el pasado mes de abril y desistió de alcanzar su objetivo el 21 de mayo después de 42 días en el campo base junto a su grupo, mantuvo una guerra de declaraciones con Juanito Oiarzabal por el polémico rescate del vitoriano en el descenso del Lhotse (8.516 metros). Un agrio enfrentamiento entre dos de los tres alpinistas españoles –el otro es Alberto Iñurrategi– que han conseguido hollar los catorce ochomiles de la Tierra. El vitoriano, en su regreso a España, llamó "princesa del pueblo" a Pasaban y acusó a su expedición de estar "tocándose las pelotas" cuando él descendía en un "estado lamentable", mientras que la de Tolosa respondió que Juanito hace "mucho daño" al alpinismo español con sus declaraciones. Divorcio, en el techo del mundo, entre dos viejos amigos.
"El Everest es un circo, un business total", ha denunciado en más de una ocasión Pasaban, resumiendo el sentir general del alpinismo español, que pone el grito en el cielo ante la masificación de los catorce ochomiles, en especial el Everest, y ante la banalización de sus rutas normales y la relativa facilidad que tienen las expediciones para conseguir financiación por parte de las autoridades locales y las empresas deseosas de obtener publicidad a cambio de una inversión relativamente modesta.
Atraídos por estas circunstancias, muchos alpinistas con poca experiencia se convierten en protagonistas de segunda fila en unos dramas que suelen tener desenlace fatal. El problema es que no sólo arriesgan sus vidas, sino que también ponen en peligro las de los demás. Como le ocurrió el año pasado al mallorquín Tolo Calafat, fallecido a las pocas horas de hollar la cima del Annapurna (8.091 metros), considerado el ochomil más peligroso del mundo.
Poca preparación de algunos españoles
Damián Benegas, guía profesional argentino que dirige una importante agencia de alpinismo, alza su voz contra este fenómeno creciente. "Muchos alpinistas españoles acuden a estas montañas poco preparados y es normal que allí arriba se produzcan accidentes. Luego el problema es para quienes les sacamos del apuro. Por rescatarlos, ayer pusieron en peligro sus vidas cuarenta personas. Esto es algo inadmisible", denunciaba el pasado 24 de mayo Damián Benegas, que junto con su hermano Willi y el también argentino Matoco han financiado el salvamento del andaluz Lolo García a 8.200 metros de altura, en un caso excepcional de solidaridad en la montaña más alta de la Tierra.
"Los sherpas son los únicos montañeros de verdad"
La épica parece estar cediendo terreno ante el comercio, como ha quedado demostrado con las expediciones de Oiarzabal y Pasaban. Así lo creen también otros alpinistas españoles de prestigio como Darío Rodríguez, director de Ediciones Desnivel y hombre clave en la difusión del alpinismo en España. "El Everest ya no es el reto deportivo de antaño, se ha convertido en una montaña turística accesible para gente normal. Todo el mundo tiene derecho a intentarlo. Pero tampoco creo que debamos rasgarnos las vestiduras. La mayoría se concentra en la cara sur; las demás vías no las sube casi nadie y el resto del Himalaya está vacío", reflexiona Rodríguez, que suele debatir con Sebastián Álvaro, director durante veintisiete años del programa de TVE Al Filo de lo Imposible.
El Everest es "actualmente es como el Monte Perdido, el Naranjo de Bulnes o el Cervino. Pretender ir en temporada alta y estar solo es una utopía. La economía del Valle del Khumbu depende de las expediciones que acuden cada año. Un sherpa, que ya no es el tipo desharrapado que vemos en las fotos antiguas, cobra 3.000 dólares más un bonus por cima de 2.000. Con ese ingreso vive toda su familia durante un año. Podemos cerrar el Everest, empobrecer la región y, de paso, llenarnos la boca con los valores del alpinismo", afirma el director de Ediciones Desnivel en declaraciones al diario ABC.
"Esto es un auténtico circo", denuncia Sebastián Álvaro. "Las expediciones comerciales, que se valen de la pobreza de los países de la zona y de la corrupción de sus gobiernos, ponen en solfa los valores del alpinismo clásico. Existe más control para entrar en La Pedriza, un modesto espacio natural de la Sierra de Guadarrama, que para acceder a la base del Everest. La presión de un millar de personas al mismo tiempo sobre el glaciar del Khumbu es intolerable. Hemos pasado de campamentos pequeños a infraestructuras casi hoteleras en el Valle del Silencio", asegura.
Para el director de Al Filo de lo Imposible, "los sherpas se han convertido en los únicos montañeros de verdad. Hay quien presume de subir sin oxígeno mientras lleva una tropa de porteadores por delante poniendo las cuerdas fijas, cargando con la impedimenta, haciendo huella, colocando las tiendas... y preparando un té con leche. Aún así, mucha gente se cree que es fácil cuando lo ve por televisión. Pero si te equivocas en la planificación puedes bajar con congelaciones o morir. Hay personas en lugares del Himalaya donde no deberían estar, igual que hacer cien metros en menos de diez segundos no está al alcance de cualquiera".
En este sentido, Sebastián Álvaro saca a relucir el suceso ocurrido el 10 de mayo de 1996, cuando ocho personas de diversas expediciones comerciales fallecieron como consecuencia de la deficiente preparación y las decisiones desafortunadas de los guías en medio de la tormenta. Otras cuatro murieron durante las semanas siguientes por las graves lesiones sufridas, en unos sucesos contados en dos libros distintos: Mal de Altura, del periodista norteamericano Jon Krakauer, y La Escalada, del alpinista kazajo Anatoli Boukreev. Ambos ofrecieron puntos de vista muy distintos sobre los hechos, pero en algo sí coincidieron: la masificación y banalización del Everest fueron los desencadenantes de la tragedia.
"El problema es la responsabilidad de cada uno"
De los nueve alpinistas españoles que el pasado 21 de mayo alcanzaron la cima del Lhotse, sólo Carlos Soria regresó caminando por sus propios medios, mientras que los otros ocho, entre los que se encontraban Juanito Oiarzabal y Edurne Pasaban, tuvieron que ser evacuados en helicóptero bien desde el campo 2 o desde el campo base.
"Las expediciones comerciales existen desde hace mucho tiempo y no engañan a nadie. El rescate de Lolo Gonzaléz se realizó gracias a la intervención de Patagonian Brothers. El problema es la responsabilidad de cada uno. Hay que tener la mente despejada para darse la vuelta a tiempo. He visto a alpinistas que suben con grandes dificultades y siguen hasta el infinito. Y a 7.850 metros de altura poca gente acude al rescate. Si el que se ha perdido es un gran amigo tuyo, puedes subir a morir con él", asegura Soria, abulense de 72 años y tapicero de profesión.
Un hombre sincero que se define como "padre, abuelo, tapicero y alpinista. Creo que nací alpinista porque siempre me han llamado los espacios abiertos. A partir de los 14 años, cuando descubrí la Sierra de Guadarrama, me di cuenta de que esto era mi vida".
Otra versión ofrece Ángela Benavides, periodista especializada en alpinismo. "La montaña es lo que cada uno quiera hacer de ella. No es una meca romántica, ni un circo, ni un lugar para elegidos tipo Messner", asegura en clara alusión a Reinhold Messner, un alpinista italiano de origen alemán que en octubre de 1986 se convirtió en la primera persona en escalar los catorce ochomiles, entre otras hazañas en su haber. No en vano, ocho años antes, Messner y el austraco Peter Habeler fueron las primeras personas en ascender el Everest sin ayuda de oxígeno. Eran otros tiempos.