Con taurinos así, quién necesita a Urtasun
Si en la edición pasada le robaron el premio a Ismael Martín, este año reincidieron en la estafa con Luis Alejandro Mariscal Ruiz como víctima.
Segundo año del Circuito de Novilladas organizado por la Fundación Toro de Lidia y segundo año de tongo en el veredicto. Si en la edición pasada le robaron el premio a Ismael Martín (Mario Navas ni siquiera llegó a la final), este año reincidieron en la estafa con Luis Alejandro Mariscal Ruiz como víctima, quien dio sopas con honda a sus compañeros. Ruiz estuvo en torero; y los demás, en voluntariosos novilleretes.
Conste que eso de convertir la tauromaquia en materia sobre la que celebrar campeonatos devalúa la Fiesta. Los toreros terminan por copiar los dejes de los deportistas; hacen esparajismos como Nadal en Ronald Garros y recurren a tópicos de jugadores de fútbol escasos de prestancia: "que si voy a darlo todo", "que si se me ha escapado la oreja porque no sé qué". No, amigos, ustedes no pueden reducirse a condición tan chabacana. Ustedes tienen que hablar en maestro, andar en maestro y beber de su vasito de plata también en maestro. Son sacerdotes de una liturgia inefable y no deben parlotear como los chulánganos de las discotecas.
Pues bien, ayer el único que habló en maestro, anduvo en maestro y bebió agua en maestro fue Mariscal Ruiz. Cerró plaza con un buen novillo al que premiaron con una vuelta al ruedo algo excesiva, pues no humilló todo lo que el pañuelo azul requiere. Mariscal Ruiz lo capoteó sobrio y con gusto, mandó en su cuadrilla —eso que tan poco se ve—, el picador administró el castigo suficiente para que el matador se luciera con los palitroques; y uno —que, a excepción de Esplá y Encabo, ha sido y es poco amigo de los toreros banderilleros— no pudo sino aplaudir en la salita de su casa. El novillo segaba en el cuarteo: no dejaba sacar el par. Pero Ruiz expuso y clavó cinco rehiletes de seis. Si en televisión fue emocionante, qué no sería en el tendido.
Brindis al público. Con mucha, con muchísima inercia embestía el animal; era un tren, un tren de esos que hay que poder con el seso antes que con el sexo. Estatuarios bellísimos y de valor, a pies juntos. Tomó Ruiz la muleta con la izquierda y dejó dos series que ya quisiéramos verlas en una de cada diez tardes. Ruiz midió bien las distancias, desplegó su muñeca y sacó lo que el novillo tenía. Poderoso, estético, inteligente. Mató de media estocada en lo alto. Dos orejas. A su vera tiene a Tomás Campuzano, hacedor de toreros. A poco que Campuzano lo pula y él se deje pulir por Campuzano, habremos figuraza.
¿Los demás? Arrimones deslucidos, algún derechazo con clase, escasez de toreo con la izquierda y no pocos mantazos, aunque con el figurín bien compuesto y torneadito. El vencedor del certamen lidió acorde a lo que se espera de un novillero con ganas, y un compareciente al que el bulle-bulle consideraba favorito para ganarlo —y que, a juzgar por sus ademanes, parecía creérselo— toreó fuera de sitio si bien menos vulgar que otras veces. Algunas cuadrillas, espléndidas; en especial, la del toro antepenúltimo.
Mas tampoco carguemos las tintas. Son novilleros, están empezando y hay potencial. Lo que sucede es que Mariscal Ruiz estuvo magnífico; y el jurado, que debe de ser un tantico burriciego —por burrín o por ciego— falló en favor de otro, en las dos acepciones de la palabra "fallar". En esto, el del toro no se diferencia de los otros mundos.
No hemos tenido Premio Nacional de Tauromaquia; pero, viendo el estándar de los dizque taurinos y lo que se ha premiado en otras categorías, mejor que haya sido así. La Fundación Toro de Lidia, que hace como que hace en defensa del espectáculo, repite latrocinio al otorgar su copa y cierto columnista maniqueo de frivolidades y nostalgias de Estoril, aficionado de clavel, escribe contra el Siete en lugar de contra los excesos del Siete, defendiendo casi una fiesta postiza y degradada. Pues sepa el aficionado que, si las cosas no se han puesto peor, es gracias a este tendido, que hasta en La Maestranza han echado animales que parecían haber pasado por el barbero. De Sevilla, claro.
Entre tanto hedor a aguas verdimuertas, a uno le viene a las mientes aquella orden que los sublevados del cuartel de Simancas cursaron al buque Almirante Cervera en agosto de 1936: "el enemigo está dentro, disparad sobre nosotros". Y es que a Luis Alejandro Mariscal Ruiz le han dejado sin premio los mismos que se jactan de combatir a Urtasun…
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