Nostalgia de la belleza de Las Ventas
El arte de la lidia es telúrico. Plenamente terrenal. Universal plástica sobre el juego de la vida y la muerte.
Apenados están los aficionados a los toros. Ayer terminó la feria taurina de San Isidro. Su aflicción halla consuelo en el recuerdo de lo visto. Ejercitémoslo. Una sola palabra basta para volver con el corazón, que no otra cosa es el recuerdo, a sintetizar lo contemplado; una palabra, sí, recoge el espíritu de un arte tan grande como mítico, tan anacrónico como vanguardista, tan definidor de épocas pasadas como presentes. Desde la entrada hasta la salida al coso, desde el paseillo hasta la despedida del último torero, respiramos un aroma de esplendor, finura y gracia (no exento en ocasiones de decadencia, brutalidad y desgracia).
De los toros, de la entera fiesta taurina, nos queda siempre la belleza. Aún es refugio de autenticidad la belleza que exhala el universal arte español. El arte de la lidia es telúrico. Plenamente terrenal. Universal plástica sobre el juego de la vida y la muerte. Y, a pesar de todo lo oscuro que rodea a este ritual pagano, a pesar de los tergiversadores de este arte, la belleza de los toros es genuinamente metahistórica. Es autónoma de cualquier asunto ideológico o moral. La belleza de la corrida de toros es independiente del azar y de lo absurdo, y jamás se deja arrastrar por la vulgaridad de una moral hedonista y agreste.
Esta belleza no tiene parangón con ningún otro espectáculo. Es arte singular. Único. Comparte, naturalmente, con otras formas artísticas del bien deleitable el afán por ahuyentar la tristeza de la vida de los hombres, tan molesta como la indigencia, y procurar alegrías. Tiene la lidia de un toro bravo, sin duda alguna, rasgos comunes de esas otras artes que a lo largo de la historia de la humanidad surgieron del jugar, correr, danzar, tañer, cantar y representar, pero se diferencia de todas ellas en un aspecto aquí el juego es auténtico. A vida o muerte. O sea el juego con un animal mítico es cosa seria. Se vence momentáneamente a la muerte matando al toro, pero la muerte está ahí y nos estremece en cada momento de la lídia.
Sí, la parca y su miedo siempre están presentes. Es protagonista y nunca falta a la cita. Ahí reside la tragedia de este arte. Es menester reconocerlo, los espectadores pagan para ver morir algo en serio. No creo que eso sea costumbre de pueblos bárbaros, sino de civilizaciones muy refinadas, pero ese no es asunto moral sino estético. Nuestro obsesivo sentimiento trágico de la existencia creo que no tiene mejor solución en España que la plástica, el arte de la lidia, al menos mientras no aparezca algún especulador moral que nos convenza de lo contrario. Dudo de que aparezca ese ideólogo moralista, pero, si apareciese, le daremos puerta enseñándole la bella estampa de un toro de lidia, o el cartel de un trincherazo de Morante… Por si acaso, yo ya he reservado mis entradas para la corrida del 11 de junio In memoriam de José Cubero "Yiyo", muerto por asta de toro.
Lo más popular
-
Las personas mayores de 55 años son la nueva generación problemática: "El control de impulsos se vuelve más complicado" -
El TJUE reconoce que el fungicida Mancozeb se prohibió por motivos ideológicos y vuelve a legalizarlo 4 años después -
Sánchez pone en la diana a las herencias y a los herederos -
Frank Cuesta inicia un nuevo tratamiento contra el cáncer -
Pumpido usurpa la competencia del TS para legalizar el nombramiento, dos veces anulado, del "fiscal anti-PP"
Ver los comentarios Ocultar los comentarios