Diario de la pandemia. De toros
O salvamos la fiesta de los toros o nos condenamos a la brutalidad de los dictadores. Es menester conseguir una legislación nacional para la fiesta de los toros.
Escribir de toros en un Estado moribundo sin apenas Nación es arriesgado, pero la vida sin riesgo no es nada más que un asunto de seres cobardes. Esta especie abunda en España, pero yo no quiero estar entre ellos. Vayamos, pues, al centro del asunto: tratemos de vencer al miedo o, al menos, convivamos dignamente con él. O salvamos la fiesta de los toros o nos condenamos a la brutalidad de los dictadores. O salvamos la fiesta de los toros o acabaremos como los españoles en Cataluña sin columna vertebral. O salvamos la fiesta de los toros o viviremos como esclavos. Es menester conseguir una legislación nacional para la fiesta de los toros. O logramos que la regulación de este espectáculo sea nacional o desaparecerá. Luchemos, pues, contra los dictadores que nos niegan el derecho sagrado de asistir al ritual moral y artístico más grandioso de todos los tiempos. Una corrida de toros es una celebración sagrada.
Los políticos, sin apenas distinción de colores e ideologías, están utilizando la peste de la Covid-19 para asestarle un golpe mortal a los toros. Y porque esto ya no hay Dios que lo aguante, es menester reaccionar contra esta chusma. O salimos a por todas o nos liquidarán como a cucarachas. Por eso, hoy más que nunca, es necesario intentar consagrar algunos ensayos a nuestra fiesta de los toros. Mil razones hay para escribir sobre el ataque terrorista que los políticos han lanzando sobre los toros, pero yo aquí solo muestro un motivo: escribo de toros porque me da la gana, o mejor dicho, porque tengo ganas de escribir de toros, toreros, públicos, ganaderos, escritores taurinos, poetas, novelistas, escultores, cineastas, filósofos, estetas y, en fin, sobre todo bicho viviente que tenga algo que ver con el espectáculo artístico.
Quiero escribir de toros para que no sean robados por los politiscastros de España. Quiero escribir de toros para barrer la basura ideológica creada en España en los últimos cuarenta años de dictadura de lo políticamente correcto. Quiero escribir de toros, sí, para arremeter contra todos los hideputas (sic) que quieren prohibirlos. Escribo de toros con razón, naturalmente, apasionada, ¿o conoce alguien alguna razón que no sea apasionada? Quede claro, desde el mismo paseillo que abre esta corrida, que no pararé frente a nada ni nadie que trate de cuestionar el espectáculo más arriesgado del mundo: un hombre jugándose la vida ante un toro de lidia. Quien cuestione a unos seres humanos que transforman su miedo, su pánico, en movimientos tan bellos como efímeros, yo lo perseguiré con mi pluma.
Tómense, pues, estas palabras no como una declaración de principios, sino como el primer ataque contra los malnacidos, incultos y bestias que intentan eliminar el arte que fortalece el espíritu de millones de seres humanos y, de paso, da trabajo a miles de personas. Solo quienes sienten el arte como una experiencia moral, o sea, quienes tienen capacidad para ser genuinas personas, comprenderán la emoción de un espectador ante una faena taurina, sin duda alguna, el espectáculo creativo más sutil y complicado que quepa en la imaginación humana. Los toros, lejos de ser un tema indigno del arte, dan identidad al arte, a la ciencia y a la poesía. Merecen, pues, teoría. Se requiere estética, mucha estética, para saborear y hacer el holgado el arte de Antonio Ferrera, Morante de la Puebla o Enrique Ponce, por poner tres ejemplos entre ciento. Se requiere ciencia, mucha ciencia, para entender el fortalecimiento del toro de lidia siguiendo toda la ciencia que se aplica a la nutrición de los equinos de competición. Se requiere filología, y sobre todo mucha lexicografía, para estudiar y emocionarse con la evolución del lenguaje taurino en el español contemporáneo se hable dónde se hable. Teoría, teoría y teoría, en fin, “ciencia inútil” requieren los toros para hacer aún más grande su poderío emancipatorio. Sí, sí, sin teoría en general, y sin teoría de los toros en particular, nuestras “universidades” y “centros de investigación” jamás lograrán salir de la barbarie en la que se hallan.
Hagamos, pues, teoría del arte más sagrado de todas las artes. Sí, cuanto más sepamos de eso que hacen los toreros con los toros, más disfrutaremos de este arte. Sí, cuanto más sepamos cómo se cría un toro de lidia, más sabremos valorar que es un genuino ecosistema… En fin, cuanto más “ciencia inútil” hagamos, mejor viviremos al taurema central de los toros: ¡Olé!
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