En la Córdoba de finales del año 1940 había una preocupación que se unió a las penurias de la posguerra: hacía tiempo que a Guerrita no se le veía en su Club. Desde su retirada era costumbre ver al II Califa en el Club Guerrita dictando alguna de sus famosas sentencias o rememorando las hazañas de su vida torera. El Guerra no solía salir de Córdoba salvo en contadas ocasiones: en verano se le veía en San Sebastián, donde acudía a tomar las aguas al balneario de Cestona; alguna vez iba a algún punto de España a presidir alguna corrida de toros y a participar en monterías junto a Alfonso XIII y otros miembros de la nobleza. Sin embargo, siempre que estaba en Córdoba acudía a su cita diaria en el club de su nombre. Por eso cundía una preocupación por su estado de salud. El gran Guerrita se moría.
Una de sus últimas apariciones públicas había sido en la feria de Córdoba de finales de mayo de 1940. Le vieron presidiendo, como venía siendo costumbre, la becerrada del Club Guerrita en homenaje a la mujer cordobesa, y, también, montando a caballo en el real. Era una figura de otro tiempo, vestido siempre de corto, a la torera, con su sombrero cordobés y su cigarro habano, reflejo de la torería antigua que ya había dejado paso a la modernidad. Senequismo cordobés en en estado puro.
El fatal desenlace se produjo el 21 de febrero de 1941. El luto se impuso en la ciudad de los Califas y en esa triste jornada invernal los restos de Guerrita fueron llevados al cementerio de Nuestra Señora de la Salud de Córdoba. Este camposanto es hoy día un lugar de peregrinación para los aficionados a los toros que rinden homenaje a los grandes toreros cordobeses que allí están enterrados.
La dictadura de Guerrita
Algunos historiadores taurinos se refieren a la época de dominio de Guerrita como una dictadura en la que no se movía nada en el toreo sin que Rafael Guerra lo consintiera. Lo cierto es que fue una dictadura porque Guerrita impuso unas condiciones para torear que antes no se habían visto pero a la hora de controlar todo lo acontecía en el orbe taurino no es superable al reinado de su sucesor a título de Rey, Joselito El Gallo. Rafael Guerra Bejarano nació en el barrio del Matadero Viejo de Córdoba el 6 de marzo de 1862. Por su familia materna, los Bejarano, una de las raíces de las grandes dinastías toreras cordobesas originarias de este singular rincón conocido también como barrio de Santa Marina, le vino la afición.
En las últimas décadas del siglo XIX y, en concreto, en esa zona de Córdoba todo el mundo estaba vinculado de alguna manera a la tauromaquia. Por ese motivo era inevitable que Rafael no acabara pensando en hacerse torero. No quiso participar en el negocio familiar del curtido de pieles y aprovechando que su padre fue nombrado portero del matadero colindante a su vivienda el chico desató su afición ante las reses que allí esperaban su destino final. En las principales ciudades el origen de las escuelas taurinas, y de muchos de los grandes nombres de la historia de la tauromaquia, han estado enlazadas a sus mataderos, auténtica universidad del toreo.
Después de superar las iniciales reticencias por parte de su familia y convencido su padre por parte de grandes aficionados de las cualidades de Rafael para el toreo, se enrola en la cuadrilla de Niños Cordobeses que comandaba Caniqui. Despuntando la década de 1880, Rafael ya había estado en el equipo de El Lavi y desarrollaba su labor junto al torero cordobés Manuel Fuentes Bocanegra. En septiembre de 1882 y ya apodándose Guerrita, antes había tomado el oficio paterno y usaba el de Llaverito, entró en la hueste de Fernando Gómez El Gallo. Su fama alcanza cotas nunca antes vistas en un banderillero y en los tres años que estuvo junto al patriarca de los Gómez le llueven los contratos gracias a Rafael.
En 1885 y tras algunos desacuerdos con El Gallo, Guerrita entra en la espectacular cuadrilla de Rafael Molina Lagartijo. El Califa del toreo había visto en Rafael Guerra a su sucesor natural y así fue. El 29 de septiembre de 1887 le cedió el toro Arrecío de Francisco Gallardo en la plaza de Madrid y Guerrita continuó su carrera como matador de toros. La ruptura con Lagartijo en 1890 fue el inicio de la campaña de los revisteros madrileños contra Guerrita. Una vez retirado el primer Califa, y con El Guerra sólo en la cúspide del toreo, los ataques se incrementaron acusándole de todos los males de la Fiesta. Harto de de esa animadversión que se había trasladado a los públicos, especialmente en Madrid, se retiró sin avisar en Zaragoza el 15 de octubre de 1899.
En su larga carrera la cogida más grave que tuvo la recibió en el cuello al poco de tomar la alternativa en la plaza de toros de La Habana cuando ayudaba a un picador. Además de Cuba, que entonces todavía era española, Guerrita toreó en Portugal y Francia, donde tuvo mucho cartel en las regiones sureñas aunque también llegó a torear en París en 1889. Su mejor temporada fue la de 1894 y uno de sus grandes hitos, teniendo en cuenta las comunicaciones de entonces, fue el 19 de mayo de 1895 cuando toreó en el mismo día en San Fernando, Jerez de la Frontera y Sevilla. Guerrita lidió 892 corridas en las que estoqueó 2.339 toros sin que jamás le devolviesen ninguno a los corrales, como recuerda el bibliófilo Rafael Sánchez González recopilando los datos publicados por José Bilbao. En la soledad de la cumbre de la tauromaquia Rafael Guerra no tuvo rival. Ninguno de los toreros que los aficionados intentaron ponerle como contendiente (Mazzantini, Antonio Reverte, El Espartero…), pudo aguantar ni igualar los registros de Guerrita y su capacidad delante de los toros. Los más veteranos buscaban un contendiente que estuviera a la altura de Rafael II Al igual que Lagartijo y Frascuelo habían competido durante décadas. Pero no pudo ser. Guerrita se retiró en la cumbre de su tauromaquia y sin rival dentro del ruedo. Su rival había pasado a ser el propio público.
Eje de la tauromaquia
El II Califa establece una ruptura con los usos y las formas de los toreros hasta entonces. La preparación de la temporada, la forma en la que controla a su cuadrilla, la elección del ganado imponiendo el más acorde a su concepto del toreo o la planificación de las temporadas, son facetas que Guerrita lleva a la tauromaquia. Durante su dominio, además, el resto de toreros consiguieron que se impusiera el sorteo ya que los ganaderos solían reservar de mejor nota para Guerrita por la capacidad que tenía a la hora de sacarles las virtudes.
Además de su influencia en el primer tercio, buscando que sus picadores castiguen de la manera más acorde a los toros para que lleguen al último tercio con más garantías para poder desarrollar su labor; el aumento de categoría del segundo, colocando banderillas como pocos en la historia del toreo e incorporarla como suerte de lucimiento; Guerrita tiene un papel clave en el desarrollo de la tauromaquia moderna.
Estas aportaciones se pueden leer en La Tauromaquia de 1896 escrita por Leopoldo López de Saá, Leopoldo Vázquez y Luis Gandullo bajo la dirección técnica de Guerrita. En este monumental tratado pone al lance de la verónica de perfil porque en esa posición "tiene más facilidad para dar la salida y para repetir la suerte sin moverse de medio cuerpo abajo. La suerte practicada en esta forma, resulta de más lucimiento y más parada que cuando el lidiador da la cara al toro, situándose de frente, porque para repetirla tiene, por lo menos, que dar una media vuelta girando sóbrelos talones".
Sobre el pase natural advierte que "se cargará la suerte, que se remata girando y estirando el brazo hacia atrás con sosiego, describiendo con los vuelos de la muleta un cuarto de círculo, a la vez que se imprime a los pies el movimiento preciso para que una vez terminado el pase quede el diestro en disposición de repetirlo". Como Pepe Alameda describe en El Hilo del Toreo en estas dos explicaciones El Guerra va esbozando el toreo en redondo, base fundamental del toreo moderno.
Guerrita se convirtió en el eje entre el toreo antiguo y heroico y ese toreo moderno que con Joselito y Belmonte en la llamada Edad de Oro poco más de una década después comienza a desarrollarse. El conocimiento del comportamiento de los toros y de las suertes, la capacidad física y un concepto muy poderoso hicieron a Rafael Guerra el mejor torero del siglo XIX y uno de los nombres clave en la historia de la tauromaquia.