El decano de los fotógrafos taurinos españoles Francisco Cano Lorenza Canito falleció en la madrugada del martes al miércoles en Valencia a los 103 años de edad a consecuencia de un infarto cerebral que lo ha mantenido en estado crítico los últimos tres días.
Canito se encontraba ingresado desde hacía un mes en la residencia de las Hermanitas de los Desamparados de Liria (Valencia), donde finalmente falleció, acompañado en todo momento por sus hijos: Vicente, Paco y Remedios, además de las dos hijas que tuvo en su segundo matrimonio, Isabel y Amparo.
La capilla ardiente será instalada en la plaza de toros de Valencia, y permanecerá abierta durante todo este miércoles. Su muerte supone la desaparición del ojo en blanco y negro de la España taurina de posguerra, del último testigo de una de las épocas más pasionales y épicas de la Fiesta Nacional.
Considerado el decano de los fotógrafos taurinos españoles, Cano fue boxeador, ciclista, nadador y novillero antes que fotógrafo. Su cuerpo, además de haber recibido un par de cornadas, según solía contar, conocía los terrenos que pisaban los matadores, las suertes y los tiempos de la lidia, y por eso jugaba siempre con ventaja frente al resto de fotógrafos.
Frente a sus ojos pequeños, vidriosos desde hace décadas, pasaron personajes de la talla de Ava Gardner, Orson Welles, Grace Kelly, Raniero de Mónaco, Sofía Loren, Bing Crosby, Ortega y Gasset, la Duquesa de Alba, Concha Piquer, Lola Flores, Charlton Heston o Ernest Hemingway, con quien presumía de haber compartido fiestas y borracheras en Málaga y Pamplona.
Canito ha gozado del respeto y del cariño de los aficionados y profesionales de la tauromaquia desde hace décadas, aunque su singular trayectoria profesional fue alabada en los últimos años por su extraordinaria longevidad. Recientemente había sido galardonado con el Premio Nacional de Tauromaquia y homenajeado en Pamplona, Bilbao, Valencia e incluso por los clubes taurinos de Estados Unidos.
Testigo de la muerte de Manolete
Canito, que ejerció de freelance durante más de 70 años, se inició en la fotografía en la España de la posguerra, con encargos de grandes maestros como Domingo Ortega, Pepe Luis Vázquez o Luis Miguel Dominguín, a quien acompañaba la tarde del 28 de agosto de 1947 en Linares (Jaén), en la que un Miura de nombre Islero corneó fatalmente a Manuel Rodríguez, Manolete.
La muerte de Manolete, a quien Canito solía decir que lloró más que a su padre, fue sin duda alguna el mayor éxito profesional de su carrera, en gran medida por ser el único fotógrafo que pudo tomar imágenes de la cogida y del cadáver del matador cordobés amortajado.
Aquel incidente, que marcó la vida del fotógrafo alicantino aunque le doliese la injusta reducción de su trabajo a unos fotogramas de muerte, fue recogido casi por casualidad, pues como solía contar cada vez que se le formulaba la pregunta, acudió a Linares citado por Dominguín, que se comprometió a saldar una deuda con él tras la corrida.