La diversión del Toro de la Vega
Hablemos de las personas, no del mundo animal. El espectáculo es el que define al espectador y sus gustos. Lo que se merece un país civilizado es un debate razonable.
No quiero hablar de los derechos de los animales. En la legislación española están señalados. Son insuficientes pero necesarios. En Tordesillas este martes el Toro de la Vega no va a ser asesinado, el asesinato es cosa entre humanos, pero se le torturará por diversión. Así que hablemos de la verdadera diversión de ver sufrir a un animal.
Reivindicar el derecho a matar a los animales cuándo y cómo queramos porque son "inferiores", en esa escala que todos asumimos, retrata a quien lo hace. Define sus valores morales. Como le decía su tío a Spiderman "un gran poder conlleva una gran responsabilidad".
Puede ser muy legal disfrutar y participar en el simple regodeo de la muerte lenta de un animal acorralado, que nadie negará comparte ciertas similitudes sensoriales con nosotros. Pero no es ni razonable ni moral.
Vamos con los extremos, porque en esos términos hemos llegado donde estamos. "O me importa una mierda lo que le pase a un animal o prefiero que muera un torero a un toro". En este país de esquizofrenia forzada no se puede lamentar que un perro pase toda su vida atado a una cadena de un par de metros sin que te digan que hay muchos negritos muriéndose en África. Al movernos en una argumentación vacía y superficial, como en tantos órdenes de esta España de cafres totalitarios, sólo se puede morir o matar. Pues estoy dispuesta a intentarlo una vez más. No me metáis en ese saco. No me encontraréis diciendo que los animales tienen más sensibilidad que las personas, que hay que ir con cuidado por la calle para no pisar las hormigas o que algunos perros son más inteligentes que muchos humanos. Pero tampoco me busquéis en los de "están hechos para que nos sirvan", "ni sienten ni padecen" o el arte está por encima de las bestias. Las sociedades a las que quiero parecerme –que cada uno le ponga el nombre que quiera que aún así acertaré- tienen una base de respeto mínimo por los animales. Una idea de dignidad que no se acerca a la humanización ridícula de los personajes de Disney pero que entra dentro de un marco de dignificación por la vida en todas sus manifestaciones.
Tengo unos amigos viviendo en EEUU. Ella traía a los perros del veterinario y paró a coger unas medicinas. Mientras, les dejó en el coche. Tardó poco, pero cuando llegó, un policía la había denunciado. Ganará el juicio porque, a pesar de que era un día soleado, es evidente que los perros no corrían ningún riesgo ni supuso ningún maltrato. Pero estas cosas pasan y deben pasar en un país civilizado.
Y ya no tanto por ellos, que también. Entiendo que no son conscientes de su existencia y soy una convencida de la interpretación mecanicista-instintiva de su comportamiento. Sin embargo, y sobre todo, me interesa la moralidad de los comportamientos de los humanos en torno a ellos. ¿Dónde queda el decoro del valiente lancero que acorrala y hiere repetidamente a un toro? ¿Y la de los espectadores vociferantes? Desenfoquemos el sufrimiento del animal. Fijémonos en los "héroes" locales y los espectadores excitados por la tradición, la sangre, la victoria y la muerte. Apología del sufrimiento y de las hombrías. ¿Queremos que este espectáculo sea ejemplo cultural? Y por favor, no lo mezclemos con la Tauromaquia. A mi no me gustan las corridas de toros. Desde pequeña lo he vivido muy de cerca y ahora no puedo soportarlo. No me entran. No puedo inhibirme del sufrimiento del animal, pero no creo que haya las mismas motivaciones en un lancero de Tordesillas que en un torero, en un espectador desatado ante el aquelarre de sangre, que en un abonado de Las Ventas. Sólo apuntar que los toreros suelen ser grandes amantes de la naturaleza. Es una discusión diferente y mucho más complicada que estoy dispuesta a hacer, pero en otra ocasión.
Un paso necesario que clarificaría muchas cosas sería que, públicamente, los aficionados a los toros desaprobaran comportamientos de este tipo y presionaran para su prohibición. Que demostraran que hay un componente sincero, de entidad, de valor humano para justificar el sufrimiento de un animal en la plaza. Que nada tiene que ver con las sensaciones primitivas, de poder y sangre, aclamadas desde la seguridad de un espectador refugiado en la tradición para colmar sus instintos.
Hablando de tradición. Más tradicionalista y español que la Dictadura de Franco y el Nodo, y el Generalísimo prohibió el Toro de la Vega por "barbarie".
Porque me preocupan mucho más los humanos que los animales, no quiero que haya humanos que le hagan estas cosas a los animales.
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