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Manuel Benítez 'El Cordobés', ayer y hoy de un mito

Fue el revolucionario del toreo en un decenio en el que la fiesta atravesaba una seria crisis. Llenó las plazas con su toreo heterodoxo.

Manuel Benítez "El Cordobés" | Cordon Press

Este martes Manuel Benítez "El Cordobés" ha recibido un homenaje en la Plaza de Toros de las Ventas, en pleno ferial isidreño, colocándose un azulejo en el pasillo que da al tendido número 1. Como reconocimiento a su carrera y a que, precisamente en esa fecha, se cumple medio siglo de su confirmación como matador de toros en el ruedo de la Monumental madrileña. Aquella tarde, España estaba pendiente del festejo. Aunque pueda ser una exageración, les invito a que consulten las hemerotecas, vía Internet, de ese día. Cerraron la mayoría de los comercios de Madrid, las grandes capitales y no digamos en los pueblos. Para contemplar la retransmisión televisiva, seguida ¡por veinte millones de telespectadores! Lo nunca visto. No había muchos receptores en aquellos tiempos, pero se incrementó la venta en vísperas del acontecimiento taurino. Y la audiencia se explica porque se apiñaba en los bares y ante las cristaleras de las tiendas de electrodomésticos, que exhibían los últimos modelos de televisores.

"El Cordobés" era el revolucionario del toreo, cuando hacía un decenio que la fiesta atravesaba una seria crisis de espectadores. Y él las llenaba con su toreo heterodoxo, calificado como bufo por los críticos más exigentes. Era "El Pelos", por su desaliñada cabellera, en los tiempos de Los Beatles. Cobraba "un kilo" de billetes de mil pesetas, expresión que repetía ante los empresarios rendidos a sus pies. Y es que un día, al ser preguntado sobre el particular, tomó una báscula y diez montones de cien mil pesetas, demostrando que aquél era exactamente el peso de sus ganancias por cada corrida. Y la tarde de su gesta, la de su presentación en Madrid el 20 de mayo de 1964, contando veintiocho años, cayó gravemente herido ante las astas de un toro que le rozó la femoral, a sólo cinco milímetros, lo que pudo haberlo llevado "al otro barrio". Fue dado de alta once días después. Lo entrevisté por vez primera entonces, encuentros que luego repetí más veces, con algunas fiestas de por medio. No era fácil llegar hasta él, pero ya frente a frente siempre se ha comportado abierto, campechano, seudofilósofo, divertido, cuando no también altanero. Pero es un gran tipo.

Manuel Benítez "El Cordobés" | Cordon Press

Con sus luces y sus sombras. Y con una leyenda, no sólo taurina, terreno en el que es ya una figura histórica le pese o no mucho a sus innumerables detractores: es que es un personaje que tal vez supere a Giácomo Casanova y al teatral don Juan Tenorio. Aunque ya, sosegado por el inexorable reloj de la vida, se le contemple como un atento cabeza de familia. Pero atrás quedan sus correrías, la imposibilidad de datar su relación de conquistas. Y un asunto que nunca ha querido admitir: la paternidad de Manuel Díaz, "el otro Cordobés".

En aquel 1964, Manuel Benítez conoció a una belleza francesa, Martina Fraysse, a la que apodaban "La Pantera", que se convirtió en su más ferviente admiradora. Y luego en madre de dos niños, Maribel y Manuel María. Tenía la primera cinco años y el chico poco menos de un año y aún sus progenitores no habían decidido formalizar su relación, aunque vivían juntos largas temporadas. Hasta que a la muerte de su padrino de alternativa, Antonio Bienvenida, en 1975, por un impulso dándole vueltas a su cabeza sobre la fragilidad de nuestra existencia, el diestro propuso a su enamorada casarse en las próximas veinticuatro horas. Dicho y hecho, estableciéndose en la capital de los Califas, primero en el campo y luego en un confortable piso. Y ella supo hacer feliz a Manolo, y darle después tres hijos más: Rafael, Martina y Julio. Los dos últimos varones, apadrinados respectivamente por los cantantes Raphael y Julio Iglesias, de ahí sus apelativos.

En esa leyenda del corazón que lo acompaña se cuentan infinidad de encuentros con aventureras que lo perseguían y llegaban a penetrar en sus habitaciones, encerradas en un armario, debajo de la cama, para luego meterse entre las sábanas cuando el ídolo llegaba sudoroso y triunfal de las plazas. Y hubo decenas de muchachitas, algunas trabajadoras en sus fincas o en el hotel "Los Gallos", que compró en Córdoba, que fueron asediadas por él. Con alguna de ellas tuvo que recurrir a algún arreglo económico, ante la presión de sus familias. Casos hubo que llegaron a los tribunales. Colea aún el último, fechado el 2 de mayo de 2000, cuando la Audiencia Provincial de Málaga le obligó a pagar la manutención de una hija extraconyugal, por negarse a realizar las pertinentes pruebas biológicas. Sólo me ocuparé de un par de historias al respecto. La protagonizada por la modelo norteamericana Elizabeth Velasco, que con diecisiete años llegó a Córdoba de vacaciones y al poco tiempo se enamoró del torero. "El Cordobés" se la llevó a convivir juntos a "Villalobillos", su finca, en tanto a la madre de ella le alquilaba un piso en la capital. Transcurridos unos meses, aquella quedó embarazada y decidió dar a luz en Florida, con medio millón de pesetas en el bolsillo que le dio él para los gastos.

"El Cordobés" | Cordon Press

El bebé nació en 1969 y lo inscribieron con el nombre del torero. Por temporadas, madre e hijo volvían a Córdoba y se encontraban con "El Cordobés", hasta que éste decidió echarlos de la finca "Saetilla" en 1972. Porque ya estaba hacía tiempo conviviendo en "Villalobillos" con Martina y sus primeros hijos. A partir de entonces Elizabeth Velasco emprendió acciones judiciales para obtener la confirmación de paternidad de Manolo, lo que logró mediante sentencia del Tribunal Supremo, ratificada por el Constitucional. Un absurdo error posterior cometido por la ambiciosa mamá echó finalmente al traste con sus aspiraciones. Y se fue para siempre de España con su hijo rubio. El otro episodio sigue enfrentando a Manuel Díaz González, "el otro Cordobés", que asegura ser fruto de las relaciones habidas entre su madre, María Dolores Díaz González y Manuel Benítez Pérez. Y éste no ha querido jamás aceptar tal paternidad. La última vez que el supuesto padre e hijo se vieron las caras fue en el AVE Madrid-Sevilla. Cruzaron sus miradas nada más. Un drama familiar que nada parece afectar a un todavía fibroso y atlético Benítez, feliz empresario, ganadero, agricultor, multimillonario, que el pasado 4 de mayo cumplió 78 años. Un mes antes, el 6 de abril, se dio el gustazo de torear un festival benéfico en la plaza cordobesa de los Califas, saliendo a hombros de su hijo Julio (matador de toros de discreta carrera). El mismo hombre, mito del toreo moderno, que dentro de unos días atravesará la Plaza de las Ventas para que recuerde –y le recuerden- sus años de gloria.

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