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'Un hombre de paso': el Holocausto y los que no pudieron o no quisieron verlo

Una nueva obra de teatro llega a Madrid para profundizar en el acontecimiento clave y más trágico del siglo XX.

Imagen de la obra teatral 'Un hombre de paso'. | C.Jordá

Fuera del plano del estudio histórico, hablar del Holocausto no es fácil ni siquiera en la ficción literaria o en la cinematográfica, en las que el camino entre lo excesivamente escabroso y lo lamentablemente banal es muy estrecho y está lleno de peligros. Y aún resulta más difícil hacerlo en el teatro, creo yo, por las obvias limitaciones del formato que se suman a todas las anteriores.

De hecho, no hay demasiadas obras teatrales sobre la Shoa, aunque casualmente dos de ellas se han presentado en Madrid en lo que llevamos de año. La segunda es Un hombre de paso, que llega este jueves a Las Naves del Español en Matadero y lo hace con no pocas garantías previas: estar basada en una obra del grandísimo Claude Lanzmann, el hombre que mejor ha sabido contar el Holocausto con una cámara; estar dirigida por Manuel Martín Cuenca, uno de los directores más interesantes del cine patrio; y, finalmente pero no menos importante, estar protagonizada por Antonio de la Torre, probablemente el mejor actor español de los últimos años y, además, un hombre que elige cuidadosamente sus proyectos.

El cartel de 'Un hombre de paso'

La forma en la que Un hombre de paso nos habla del Holocausto es al mismo tiempo sutil y profunda: la obra describe la entrevista de una periodista –María Morales, evidente trasunto de Lanzmann– a un personaje un tanto lateral pero muy interesante de la historia: el suizo Maurice Rossel –Antonio de la Torre–, oficial del Comité Internacional de la Cruz Roja en Alemania, y autor de dos informes singulares durante el conflicto: uno sobre Auschwitz y otro, completamente estupefaciente y polémico desde entonces, sobre una visita a otro campo menos conocido pero muy singular por razones que no vienen al caso: Theresienstadt.

El pulso dramático de la obra se acrecienta con una presencia que no se dio en el encuentro real entre Rossel y Lanzmann: Primo Levi –interpretado por Juan Carlos Villanueva– ejerce como un improbable pero interesante testigo del diálogo entre los otros dos protagonistas y se acaba convirtiendo, como es obvio, en una especie de ancla moral de lo que sucede en escena.

Tres grandes interpretaciones

Con estos mimbres argumentales la obra se sostiene, como no puede ser de otra forma, en el trabajo de los tres protagonistas que por supuesto están espléndidos: cercanos, veraces, verdaderamente emotivos en algunos momentos pero sin llegar a caer en una complacencia moral a la que el tema casi podría llevarte automáticamente y que habría sido contrapoducente..

Especialmente reseñable es, como casi siempre, la interpretación de Antonio de la Torre, que en poco más de una hora nos ofrece una transformación humana tan llamativa como profunda, sin cortes y ante nuestros ojos, un trabajo finísimo que es pura magia teatral.

Por lo demás, la obra se desarrolla en un escenario austero pero elegante, con una serie de espejos que reflejan las imágenes deformes de los actores en una sugerente metáfora y abundante humo de tabaco que, en el contexto de la conversación, tampoco parece ser una mera decisión estética.

En conjunto hay muy poco que reprochar a esta obra de teatro que es muy interesante, que trata con acierto un tema extraordinariamente complejo y que no resulta aburrida en ningún momento, pese a ser considerablemente densa, tal y como cabe esperar de un texto sobre el Holocausto, del que tanto se ha dicho pero aún más queda por decir.

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