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Arturo Fernández: cayó el telón en la vida del último veterano galán

Tenía tal amor por su profesión que nunca pensó en la retirada. Siempre llevó a gala llenar teatros sin subvención.

Arturo Fernández, actor asturiano. | Cordon Press

Era el último galán de la escena española. Del cine también, donde llevaba unos años retirado. No tanto de la televisión, donde las nuevas generaciones pudieron valorarlo, por ejemplo en La casa de los líos. Tenía tal amor por su profesión que nunca pensó en la retirada, salvo que la salud le fallase, como así ha sido. Tan sólo hace cuatro meses había iniciado la que iba a ser otra gira teatral más por España.

No recordamos que ningún otro primer actor contemporáneo estuviera en activo tanto tiempo como Arturo Fernández. Y en esa lista incluimos a Ricardo Calvo, Tenorio legendario; a Rafael Rivelles, que fue por cierto de los primeros en llevarlo a su compañía; Antonio Vico, representante de una gran dinastía teatral… Incluso de la pantalla, los recordados galanes de la postguerra Alfredo Mayo, Armando Calvo o Rafael Durán.

Arturo Fernández cumplió en febrero pasado noventa años. ¡Qué coincidencia que celebrara en Sevilla esa efeméride, pocos días antes de ofrecer su última representación, ya herido de muerte por una implacable enfermedad!

Acerca de su carné de identidad ocurría una confusión. Y es que este Arturo Fernández Rodríguez aparece en un montón de biografías, diccionarios de cine y teatro como nacido el 21 de febrero de 1930, o bien ese mismo día y año, pero del mes de noviembre. Esto era incierto. Vino al mundo en Gijón el 21 de febrero pero del año 1929. El propio Arturo estuvo celebrando su cumpleaños mucho tiempo en noviembre hasta que su madre lo sacó de dudas para aclararle la fecha verdadera. El error provenía de su padre, un mecánico ferroviario, que ostentaba un cargo de la CNT y al estallar la guerra civil hubo de exiliarse en Francia. La madre hubo de hacerse cargo de la casa, la educación y manutención del muchacho, para lo cuál se pasó media vida trabajando en penosas circunstancias, lavando botellas en bidones de agua fría a razón de cuatro pesetas diarias. Ganaba más el propio Arturo celebrando combates de boxeo cuando se anunciaba como el tigre de Piles, aludiendo al barrio de su procedencia.

También ejerció otras eventuales ocupaciones para llevar algún dinero a su hogar sin padre: fue electricista, marinero, vendedor de corbatas, crecepelos… y futbolista, aunque por ello no lo remuneraran, pero él creía que en adelante sería un profesional cotizado dada su enorme afición a lo que en tiempos aún se llamaba balompié. A su progenitor sólo lo vería en contadas ocasiones, ya siendo adolescente y a punto de estrenar su juventud, en la ciudad francesa donde seguía exiliado. Con nueve años y a los dieciocho.

Larga biografía amorosa

Quien andando el tiempo iba a ser un seductor nato en su vida sentimental resulta que dejó todos aquellos oficios y, despidiéndose entre lágrimas de su madre, se largó a Madrid, con apenas trescientas pesetas que pudo darle ella y su tía Iluminada, como único capital, siguiendo los pasos de una mujer, mayor que él, de la que se había enamorado. El primero de los muchos amores de su larga biografía amorosa. Una fecha que jamás olvidaría: el 9 de septiembre de 1949. Y en Madrid, tras buscarse una pensión barata, recaló en el Gran Café de Gijón, como rezaba en su rótulo el veterano local madrileño, cafetería situada en el paseo de la Castellana, que durante mucho tiempo fue lugar de encuentro de gentes de la farándula.

Por mediación de un paisano, Arturo Fernández encontró un medio para ganarse la vida en los Madriles: figurante, durante siete meses, en unos estudios cinematográficos. Nunca pensó ser actor, pero se lo fue pensando cuando ya un ayudante de dirección le ofreció un papel con frase en La Señora de Fátima, que dirigió Rafael Gil en 1950. Le pagaron sesenta pesetas, un alivio para quien tenía los bolsillos casi vacíos. Tuvo que cumplir con el servicio militar: se planteó reengancharse en el Ejército, en la creencia de que así se aseguraba el rancho. Mas volvió a la vida civil, yendo otra vez al Café Gijón en demanda de algún otro papelito en el cine.

Así fue cómo poco a poco se fue haciendo un hueco, desde abajo hasta que en la segunda mitad de aquella década de los 50 su nombre ya figuró entre los protagonistas. Hasta entonces probó suerte también en el teatro, primero como un simple aficionado acogido por Modesto Higueras en su Teatro de Cámara. Pisó por vez primera, sin saber "decir el verso", el escenario del teatro María Guerrero, donde un alterado espectador le gritó un día, cuando incorporaba un personaje de El enfermo imaginario: "¡Vete y no vuelvas!"; y luego de un largo aprendizaje fue destacando en la compañía del gran Rafael Rivelles, con quien representó La herencia en el teatro Windsor de Barcelona. Dos años después era el galán joven de otra formación teatral, la que encabezaba Conchita Montes, a quien le había sido recomendado por su colega Jesús Puente.

Tenemos que condensar esa dualidad en Arturo Fernández en sus facetas de galán de cine y de la escena, dada su abultada filmografía así como el listado de obras teatrales. Respecto a la pantalla, su ascenso al estrellato fue iniciándose en Barcelona donde Julio Coll rodó con él películas todavía recordadas dentro del denominado cine negro: Distrito Quinto, Un vaso de whisky y Los cuervos.

Junto a Elke Sommer, el primer bikini español

Pasó ya casi en la frontera de los años 60 a desempeñar no tanto papeles de delincuente sino de galán en comedias como Las chicas de la Cruz Roja, La casa de la Troya, en una nueva versión en color, o de acción, como La fiel Infantería. En Bahía de Palma, ya en 1962, se contempló el primer biquini en el cine español, que lucía una espléndida nórdica, Elke Sommer, con la que hizo buenas migas en el filme y en la vida real.

En esos años Arturo Fernández logró éxitos muy comerciales con dos comedias teatrales de Juan Ignacio Luca de Tena: ¿Quién soy yo? y Yo soy Brandel. La burguesía madrileña, complaciente con las obras del mencionado autor, llenaba a diario el teatro donde se estrenaron ambos títulos, en tanto el diario ABC apoyaba publicitariamente al actor. Y así, a mitad de los 60, Arturo Fernández iba consagrándose en el teatro sin abandonar desde luego sus contratos cinematográficos. Aún tendría más días de gloria en los escenarios con obras de mayor enjundia, como lo fueron sin duda sus trabajos en Dulce pájaro de juventud, año 1962, de Tennessee Williams junto a Amelia de la Torre en el Eslava y La tercera palabra.

Arturo Fernández y Carmen Sevilla en 'Camino del Rocío'

Entonces ya demostró el asturiano ser buen actor enfrentado a textos difíciles, antes de que decidiera en posteriores decenios, ya con su propia compañía, sin recibir jamás ninguna subvención oficial como se hartaba de repetir, representar vodeviles de incontestable éxito en las taquillas. Pero hasta que eso sucediera Arturo Fernández continuó ya como indiscutible galán cinematográfico en cintas de impacto popular, vestido de torero en otra versión moderna de Currito de la Cruz, el lacrimógeno argumento de Pérez Lugín, Camino del Rocío, emparejado con Carmen Sevilla, Cristina Guzmán, al lado de Rocío Dúrcal, La tonta del bote, otro remake de Juan Orduña donde tuvo a Lina Morgan como compañera, años antes de contar con ella en La casa de los líos

Admirador de Marcelo Mastroianni

Por lo común, Arturo Fernández fue en el cine, el teatro y la televisión un auténtico dandy, lo que también llevaba como señas de identidad en la calle. A mí me contó un día que su ídolo en ese sentido, además de admirarlo como actor, era Marcelo Mastroianni. Tanto que cuando podía se marchaba a Roma a ver las películas que podía del gran actor italiano. Quería aparentar lo mismo que era Marcelo, impecable por lo común con sus trajes. "Es que yo prefería cuando empezaba en el cine gastarme el poco dinero del que disponía en unos buenos ternos, en vez de ir a comer a un buen restaurante. Y de paso, adelgazaba". Porque es aes otra: durante toda su vida de actor, amén de ir siempre como un pincel, seguía un severo régimen. Complicado es para un galán si comienza a mostrar un abultado abdomen.

Ya en la década de los 70 tenía claro que para ganar dinero en el teatro y programar independientemente un repertorio tenía que arriesgar su dinero y montar compañía propia. Eso hizo durante más de cincuenta años. Representando comedias y vodeviles divertidos, a saber, entre otros títulos: Pato a la naranja, La chica del asiento de atrás, La segunda oortunidad, Alta seducción

'Alta seducción'

Y es en la escena en donde dedicaría su vida profesional los últimos tiempos, dejando poco a poco sus intervenciones en el cine, en el que todavía en los años 80 tuvo dos felices momentos, al rodar Truhanes junto a Paco Rabal (que en los 90 fue serie de televisión, con los mismos actores) y El crack 2, de José Luis Garci, impecable en su personaje de intocable mafioso. Y en 1991 todavía exhibía galanura en la gran pantalla en El día que nací yo cuya protagonista era Isabel Pantoja.

Un caballero con su vida privada

Hemos dejado para el final el apartado de su vida privada, que siempre defendió como todo un caballero que fue, sin querer nunca contar sus peripecias sentimentales, eludiendo por supuesto los nombres de las mujeres que conquistó y las que se enamoraron de él, entre ellas una conocida aristócrata. Le ofrecieron el oro y el moro por contar sus memorias, negándose rotundamente. Sería faltar a su ética. Pero esa renuncia a aparecer en las revistas del corazón al no satisfacer esas demandas no le ocasionó rechazo alguno de los periodistas, que siempre lo estimamos. Era elegante en su manera de ser y estar. De aquellos primeros tiempos madrileños, comienzos de la década de los 50, se tuvo noticia no hace mucho que tuvo amores con la novia de Manolete, Lupe Sino, cuando ya había muerto naturalmente el diestro. Fue, un descubrimiento del informador cordobés Rafael González Zubieta, quien aseguraba que la pareja tuvo un accidente de coche el 19 de septiembre de 1959 en las inmediaciones de Puerta de Hierro, que conducía el actor. En ningún archivo pueden encontrarse testimonio de quienes fueran sus amantes, dentro del mundo artístico, prueba de la discreción que siempre mantuvo.

Se casó únicamente una vez, el 22 de marzo de 1967, con la dama catalana María Isabel Sensat Marqués, de la que separó en 1978. Siguiendo su conducta el actor no hizo nunca declaración alguna sobre las razones de aquella ruptura, aunque lógicamente se divulgaron chismes al respecto en el ambiente de la farándula. La pareja tuvo tres hijos, María Dolores, María Isabel y Arturo, dos dedicados a la abogacía y una, periodista. En adelante no se conocieron otras mujeres en la vida del galán, que las habría, pero ajenas al conocimiento de los reporteros. Sólo en 1988 se supo de su nueva y última compañera, la abogada Carmen Quesada. No se casaron, pero formaron una entrañable pareja. Carmen supo siempre comprender la vida de Arturo, con el que conversó por vez primera en su camerino cuando acudió a que le firmara una fotografía. En esa época él tenía 50 años y ella 29.

En las muchas entrevistas que concedió Arturo Fernández procuraba ser simpático e irónico en ocasiones. También sincero: "Yo he sido siempre hombre de una sola mujer. Buscaba una nueva cuando la otra me dejaba". "¿El amor? Dura lo que quiera siempre ella". Mediados los años 50 y primeros 60 Arturo Fernández y Carlos Larrañaga rivalizaban sobre quién de los dos se llevaba de calle a las mujeres más bonitas. Se quitaban las novias, llegando a compartir más de una. Él las llamó siempre, cariñosamente y recordando el lenguaje de su querida tierra asturiana, "chatinas".

Acerca de su trabajo de actor durante tantos años, exactamente sesenta y nueve, Arturo Fernández reflexionaba así: "A mí me costó mucho triunfar, por eso representé tantos papeles de perdedor". Le preguntaban en los últimos años que cuándo iba a retirarse y si se sentía viejo: "Envejecer es para mí creer que ya lo he hecho todo en el teatro".

Por eso seguía, para sentirse más joven. Tras su última representación en Sevilla con la comedia Alta seducción tuvo que ser operado de urgencia del estómago en abril pasado. Pensaba reaparecer el 17 de ese mes en Valencia y proseguir la gira planeada. No pudo ser.

Recuerdo haber asistido al almuerzo en el restaurante-tablao madrileño Torres Bermejas cuando le concedieron a Arturo Fernández el castizo Garbanzo de Plata. A los postres, no sé si requerido o no por algún comensal, improvisó lo que desearía, llegado el momento, fuese su epitafio: "Aquí termina la farsa".

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