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Santiago Navajas

Sectarismo en Granada

En Andalucía está en cuestión la prevaricación de facto que acometen las instituciones públicas socialistas con una programación cultural en la que priman los intereses ideológicos sobre los estrictamente artísticos.

En Andalucía está en cuestión la prevaricación de facto que acometen las instituciones públicas socialistas con una programación cultural en la que priman los intereses ideológicos sobre los estrictamente artísticos.
El actor y director Alberto San Juan y la actriz Marta Calvó | Teatro del Barrio

En Granada se ha desatado un vendaval político tras la crítica del PP al ayuntamiento socialista de la localidad de Pinos Puente porque ha programado la obra de Alberto San Juan Masacre. Una historia del capitalismo español. La crítica de los conservadores (solo dos concejales contra quince de izquierda) se basa en el adoctrinamiento masivo que se realiza desde las instituciones políticas socialistas en Andalucía, que usan el presupuesto público como un pesebre para "artistas" amigos. Evidentemente, los concejales del PP no están contra la representación de la obra sino que critican que se subvencione sistemáticamente con dinero público una propaganda sectaria, anti sistema y ultra. Pero la izquierda se cree en posesión del erario común como si fuese su coto privado.

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Inmediatamente, la mayor parte de los medios de comunicación granadinos y andaluces, que sobreviven gracias a la publicidad institucional pagada por el PSOE de Susana Díaz, ha tratado el caso como si fuese un caso de "censura". Por ejemplo, se ha dado fuelle a la comisaria política del PSOE para "Cultura y Memoria Histórica y Democrática" (sic) que ha hablado de "intolerancia y ridículo nacional" del PP. Pero estos medios, que funcionan en la práctica como una extensión publicitaria del Boletín Oficial de la Junta, forman parte también del entramado orgánico que propagación de "fake news" que ha convertido a Andalucía en una región donde el "pensamiento único" socialdemócrata y los dogmas de la "corrección política" se extienden sin que nadie se atreva a chistar. Y cuando lo hacen, como en el caso del PP en Pinos Puente que protesta porque los teatros públicos se conviertan en "teatros populistas", son arrasados por una caza de brujas que oculta el talante inquisitorial contra cualquier disidencia bajo una fachada "progre".

Permítanme que les cuente una anécdota personal. Hace años invité a un prestigioso grupo de teatro granadino a representar una obra que les había visto en el Teatro Isabel la Católica, el centro dependiente del Ayuntamiento de Granada en aquella época regido por el PP. El director del grupo me confesó que, por haber aceptado la invitación hecha por el equipo municipal del partido conservador, había sido amenazado por los representantes socialistas de la institución de la que dependía, ya que estos no toleraban una colaboración con el "enemigo". Por el contrario, de los responsables de Cultura del PP en el Ayuntamiento, a pesar de conocer sus querencias izquierdistas, no habían encontrado sino colaboración. Le planteé mi incredulidad ante semejante muestra de sectarismo por parte de los socialistas pero el buen hombre, de izquierdas a carta cabal, resignado me dijo que la "cultura" la consideraban los jerarcas socialistas andaluces desde una perspectiva de territorialidad y monopolio, además de una "lógica" de lucha contra el "enemigo".

En Granada no hay más que comprobar la programación del teatro dependiente de la Junta de Andalucía en la capital. En el mes de febrero hemos presenciado además de la citada obra de Alberto San Juan, al parecer un imperativo para todos los teatros de "izquierda", una sutil e implícita apología de la violencia izquierdista con Ragazzo, donde se cuenta la historia de una manifestante de extrema izquierda italiano que fue abatido por la policía cuando intentaba matar a un carabiniere aplastándole la cabeza. Por supuesto, desde una perspectiva lírica y épica que convierte al violento ultraizquierdista en un romántico "rebelde sin causa", víctima del "Sistema" (neoliberal salvaje). Antes, La tristeza de los monstruos, una de las mayores estafas que he tenido ocasión de presenciar en un teatro, vendida como una (atención a la retórica infame):

una ópera prima magistral que habla el idioma de los adolescentes y conecta con su grito desesperanzado; el espejo de una generación colapsada de imágenes; una obra que rechaza el realismo para acercarse a la verdad y en la que las aberraciones criminales de una minoría revelan un malestar social latente.

Es decir, una basura histriónica y pedante envuelta en el eterno soniquete de la "contracultura".

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Próximamente habrá otra entrega de adoctrinamiento "kultural" financiado con fondos públicos: La sección. Mujeres en el fascismo español. ¿Sería posible una obra titulada El gulag. Mujeres en los campos de concentración comunistas? La pregunta es retórica.

Habría censura, como protestan escandalizados el sindicato periodístico de la Junta de Andalucía, si se hubiese prohibido la representación de la obra de San Juan. Pero lo que está en cuestión es la prevaricación de facto que acometen las instituciones públicas socialistas con una programación cultural en la que priman los intereses ideológicos sobre los estrictamente artísticos.

Por no hablar del adoctrinamiento masivo que se lleva a cabo en los centros educativos andaluces de mano de ONGs que, con la excusa de una supuesta labor social, inculcan a los alumnos en los postulados de la ideología de género, el anti capitalismo y el discurso del odio a Occidente. Pero eso es tema de otro artículo...

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