Se acaba de estrenar en Madrid La mentira, de Florian Zeller. En el Teatro Maravillas, el cual, una vez más, hace honor a tu denominación. Perteneciente al género de comedias de matrimonios al borde de un ataque de nervios, las aparentemente felices parejas sacan a la luz las paradojas y las contradicciones tanto de la monogamia en serie como de los mitos de los "bobos", burgueses bohemios. Si Un dios salvaje de Yasmina Reza marcaba el jalón decisivo de esta visión del mundo lúcida y divertida sobre las parejas postmodernas, La mentira de Zeller, también francés como la autora de Arte, incide con brillantez y alevosía en la comedia que se asoma al abismo de la tragedia, que empieza como un vodevil hasta que se desata el rosario de la aurora que termina en una (engañosa) balsa de aceite.
Alicia (Natalia Millán) y Pablo (Carlos Hipólito) han invitado a cenar a la pareja amiga formada por Miguel (Armando del Río) y Laura (Mapi Sagaseta). Pero Alicia ha visto por la calle a Miguel besando a otra mujer e insiste en que si ve a Laura debe contárselo, por lo que le pide a Pablo que cancele la cena. Sin embargo, Pablo insiste en no cancelar la cena (ha abierto un vinazo para que oxigene y el besugo ya está en el horno) y, sobre todo, que Alicia no le diga nada a Laura… Incipit tragoedia, incipit parodia.
Llena de giros de guión que derrapan con el estilo jovial y peligroso de Marc Márquez, la trama en la que se van enredando Hipólito y Millán es lo más parecido a ver a un equilibrista pegando saltos sobre el abismo mientras se bebe tranquilamente un café. Tolcachir, el director de la puesta en escena, se ha encontrado unos diálogos fulminantes y un elenco sobresaliente que ha sabido transmutar en una mordaz y apasionante obra de arte. Al mismo tiempo que se produce cierta angustia por si Zeller conseguirá que la siguiente escena se engarce perfectamente con la siguiente, lo que consigue con la precisión de un reloj atómico, se genera entre el público un gozo vital con el ritmo endiablado que marcan los actores, liderados por un Carlos Hipólito inmenso, ligero y efervescente como una copa de champagne. Magníficamente secundado por la rotundidad de Natalia Millán, densa y profunda como una copa de ese "vinazo" que se beben durante la cena, y los quites precisos de Armando del Río y Mapi Sagaseta, complementos perfectos como un cocktail bien medido, La mentira ofrece hora y media de píldoras de filosofía y cascadas de risas sobre la verdad de las mentiras, que hubiese sido un título más preciso si no lo hubiese cogido ya Vargas Llosa, y las aristas de la pasión, cuando no sabes muy bien si matarte clavado por las flechas del amor y/o quemarte a lo bonzo en las llamas del deseo.