Es Victoria Vera una fascinante mujer, que a sus sesenta y tres años recién cumplidos puede presumir de encanto y de ser "sexy". Después de siete años ausente de la escena madrileña reaparece el próximo 3 de marzo encarnando a un personaje de la mitología, religiosa y teatral: la Salomé que imaginara Oscar Wilde. Ella misma se arriesga a asumir la producción de la obra, que dirige Jaime Chávarri.
¿Cómo es la heroína ahora interpretada por Victoria Vera, personaje del que más o menos todos recordamos por su legendaria danza de los siete velos? Pues para nuestra protagonista no es tan lujuriosa como se piensa, aunque no pierda su sensualidad, su deseo de provocar al Profeta, al Bautista. En cualquier caso, una mujer provocativa, que actúa por despecho dentro de su complicado ambiente familiar. Un reto, sin duda, para Victoria Vera. El teatro es siempre para ella su medio de expresión artística preferido, aunque en la televisión cosechara éxitos inolvidables, como con aquella "Neleta" de Cañas y barro. En cine, su carrera ha sido más mediocre. De lo que no podrá librarse nunca Victoria Vera es de la etiqueta que la endilgaron al salir desnuda a escena en 1975 en la comedia de Antonio Gala ¿Por qué corres, Ulises? Ello la convirtió en un mito erótico de la Transición, con la consiguiente popularidad, que ella supo controlar hábilmente, manteniéndola con otras apariciones en pelota picada en las páginas de Interviú.
Lo que no debe llevarnos a la confusión de tratarla como una simple desvergonzada. Nada de eso. Victoria Vera es una actriz meritoria que, aparte, exhibe su anatomía porque así lo ha querido siempre. Ya Pepe Sancho contaba que en sus primeros trabajos televisivos, allá a mediados de los años 60, en un Estudio 1, coincidió con quien entonces se hacía llamar Vicky Vera, que saltándose a la torera todas las convenciones morales de la época compareció ataviada con ceñida camiseta, mostrando que no usaba sostén, para grabar una obra titulada Teresina. El regidor del programa hubo de buscarle apresuradamente un sujetador (que no había en el departamento de vestuario) para que no hubiera problema alguno. Y es que a nuestra protagonista de hoy no le han importado nunca esas convenciones morales.
Nacida Victoria Pérez Díaz, hija de un médico y una pintora, quiso ser antes bailarina pero acabó dedicándose al arte dramático, con un apellido artístico que le sugirió su hermano Víctor, destacado sociólogo investido por la Universidad de Harvard. Entre los años 70 y 80 Victoria Vera fue una actriz habitual en las páginas de las revistas frívolas, aceptando que ello podía confundir a quienes siempre la consideramos una actriz con acreditadas facultades dramáticas. Tampoco la ayudaba mucho su afán por llamar la atención con declaraciones como ésta: "Me gusta que me seduzcan, comprendo y respeto la homosexualidad, y la bisexualidad puede ser la perfección". Eran titulares para un tipo de prensa que jugaba en ese tiempo a romper con las normas establecidas del pasado. Entre tanto, la biografía sentimental de Victoria Vera comenzaba con un noviazgo prolongado con el guionista José Luis Hernández Marcos, barbado joven al que llamaban "Marquitos", al que sustituyó después con otro bigotudo, asimismo de abundante pelambrera, el venezolano Hugo Stiglitz, que conoció como pareja suya en la película En mil pedazos.
Manifestó por entonces que "las relaciones sexuales no son sólo una necesidad sino también una comunicación espiritual". Y quien más huella dejó en su inestable corazón fue el periodista asturiano Germán Álvarez Blanco, muy activo en esos años de la Transición, cuando llamaba "Number One" a Felipe González, con quien se ufanaba de tener un contacto habitual, siquiera con la entonces Motorola que manejaba, artilugio entonces sólo para potentados, antecesores de los hoy tan extendidos teléfonos móviles.
Victoria Vera se había afiliado a las huestes del profesor Enrique Tierno Galvá, el del Partido Socialista Popular, pero acabó en la formación de su novio. La pareja frecuentaba los saraos del PSOE, las visitas a La Bodeguilla de la Moncloa, y hasta se embarcaron en la producción de una película que escribió Germán, con ella naturalmente de protagonista, titulada La diputada, que rodó en 1988, perfectamente olvidada. Gracias a los buenos oficios de su enamorado, Victoria Vera pudo subirse al estrado de los oradores del Congreso, donde se filmaron escenas para el mentado filme. Hasta que la pareja se rompió y la actriz buscó otros brazos donde cobijarse bajo el sol de Ibiza, un italiano que le duró un suspiro y poco más.
En adelante, ya con el nuevo siglo, Victoria Vera se mantuvo más cauta con sus amores, sobre todo con el primogénito de la duquesa de Alba, Carlos Fitz-James Stuart. No siendo este caballero muy proclive a ser objeto de la persecución de los paparazzi, procuró que sus encuentros con la atractiva musa fueran lo más íntimos y secretos posibles. Así es que consiguieron vivir un romance sin que hubiera pruebas fehacientes de ello. Si existen fotos de ambos juntos, serán escasas y nada comprometedoras. Él, como siempre, nada dijo al respecto y ella, sólo el consabido "somos simplemente buenos amigos". El hoy duque de Alba pasó a compartir relaciones –siempre ocultas- con Alicia Koplowitz, y Victoria Vera se quedó con las ganas de emparentar con la más rancia (en el buen sentido) aristocracia. Lo cual, a fin de cuentas, a ella no le ha importado mucho. Cuida ahora sus amores, no los pregona, y confía que el teatro le devuelva la vitalidad que siempre ha presidido su vida.