Habitualmente, los estrenos de éxitos mundiales nos han llegado siempre con retraso. No es el caso de China Doll, drama del norteamericano David Mamet que se dio a conocer en Broadway en noviembre último. Pues, bien: el próximo 5 de marzo se conocerá en versión española en un escenario madrileño. Y el personaje que incorpora Al Pacino en Nueva York es el mismo que aquí hará nuestro admirado José Sacristán.
Es la historia de Mickey Ross, un magnate, capitalista despiadado que, a las puertas de su jubilación, prepara ilusionado su matrimonio con una jovencita, a la que como regalo nupcial ha comprado nada menos que un avión privado. De pronto, recibe una llamada que cambiará sus planes. Y ahí me detengo. ¿Acaso le han puesto los cuernos?, elucubramos. Esta pieza teatral, que José Sacristán ensaya febrilmente estos días, lo mantiene muy ilusionado, joven de espíritu todavía, a sus setenta y ocho años cumplidos en el pasado mes de septiembre, "aunque con goteras".
Transcribimos las palabras del gran actor nacido en la localidad madrileña de Chinchón: "Los que somos actores canijos como yo tenemos una deuda con los Pacino, Dreifuss, De Niro… Porque fueron ellos los que rompieron la imagen que se tenía hace años de los galanes, pongo por caso a Robert Taylor". Mas nuestro compatriota no puede quejarse: "A mis años, mi suerte es que puedo elegir. Tengo pendiente de estreno cuatro películas. Me siguen premiando, no doy abasto… Y esta carrera es de largo recorrido. He visto a muchos juguetes rotos tirados en la cuneta".
Las cintas mencionadas pendientes de exhibición, son: Murieron por encima de sus posibilidades, de Isaki Lacuesta, con Raúl Arévalo encabezando reparto; Vulcania, de José Skaf; Perdiendo el norte, de Andrés Martínez, con Blanca Suárez, y Toro, la última, un thriller de Kike Maíllo, con Mario Casas y Luis Tosar de protagonistas. Es la número ochenta y ocho de su filmografía.
A José Sacristán le encanta trabajar con gente joven. En la serie Velvet, uno de los éxitos televisivos de las dos últimas temporadas, está muy a gusto y eso que confiesa: "Al principio no me gustó el personaje que me dieron, un calzonazos, pero me he amoldado a los tres directores, con los que me entiendo muy bien así como con todos los actores. ¡Me tratan como a una reina! Si a estas alturas tuviera que ser yo el protagonista me resultaría aburrido. Voy solamente siete días al mes a rodar".
Hace pocos días asistí, gozoso, a una velada en la sede de la Fundación Juan March, en Madrid, en donde el actor se sometió a una amena conversación con el conocido periodista Antonio San José. Rescato algunas de las declaraciones de José Sacristán, acerca de su vida, su carrera, sus pensamientos: "Presumo de ser correa transmisora de la gente de a pie, esa gente de andar por casa, pues me siento orgulloso de ser uno más, como si fuera el pregonero de mi pueblo. Me consta que algunos dicen sobre mí algo como ahí está ese cabrón al que quiere todo el mundo, aunque no se me oculta que a otros no les caigo bien, pero eso me coloca en mi territorio ideológico. Y yo soy todavía aquel niño que coleccionaba cromos de artistas de cine en el quiosco de Mariano, frente al mercado de Diego de León, en Madrid, que no pierde de vista el niño que siempre fui y quiere seguir siendo. No deseo perder la capacidad de jugar al margen de que lo que haga se considere cultura, arte o lo que sea. Confieso no haber tenido entonces vocación de actor, sino de artista de cine, y cuando iba y venía al taller mecánico donde trabajaba (más tonto no lo hubo, el más imbécil de todos) me iba de peregrinaje por los cines de la Gran Vía, y me detenía frente a las puertas de cristal, donde con esta nariz que llevo y que no se acabará nunca y mi cartera al hombro, contemplándome, acababa por decir, pero ¿cómo te vas a dedicar a ser actor de cine? Y muchos años después repetí igual trayecto, desde la puerta de aquel taller que ya no existía hasta las puertas del cine Gran Vía, donde las carteleras anunciaban la película Sex o no sex, donde me morreaba yo con Carmen Sevilla".
Con esa sinceridad ribeteada de humor castizo, muy de pueblo también, José Sacristán seguía embebido con sus entrañables recuerdos, de cuando empezaba a ser alguien en el cine español: "Mi padre, el Venancio, un campesino, el que mejor araba, solía establecer que las cosas le iban bien según los ajos que hubiera vendido en cada cosecha. Y eso es lo que me preguntaba: 'Hijo ¿y los ajos de este año, qué?' La Nati, mi madre, me alentó más en mis principios al saber que me iba a dedicar a ser actor. Cuando le dimos tierra tuvieron que sujetarme, porque quería irme con ella ¡Tiempos aquellos en que dormíamos en la misma habitación toda mi familia, mis padres, mi abuela, mi hermana y yo…!"
Las cincuenta pesetillas que comenzó cobrando José Sacristán durante su meritoriaje en el teatro María Guerrero, cuando Alfredo Landa le pagaba los cafés, se transformaron en millones, ya en la década de los setenta y ochenta. "Lo mío, es mitad el método Stanislavski y mitad el de la Niña de los Peines". Cita en último término a la gran artista del flamenco porque él mismo se considera un loco del género: "En el fondo me soy una tonadillera frustrada. Me hubiera gustado ser Juanita Reina". Gran tipo José Sacristán.