No son las joyas, no son los coches, no son los trajes ni los bolsos: el exponente del nuevo rico es el chalé adosado. Un quiero y no puedo. Aunque sea "donde el viento da la vuelta", pero un ejecutivo "no vive en un piso, sino en un chalet adosado del sector 2 de la colonia de la Lírica". Seguro que ustedes conocen a alguien así, o quizás es usted mismo el que tiene un chalé. Precisamente esto es lo que hace que la obra tenga la fuerza que tiene. Al final de la carretera es una conversación con tu compañero de trabajo: ¡no sabes qué fin de semana he tenido! Pues eso es lo que pone el director Gabriel Olivares encima de las tablas. Porque visto desde fuera tiene gracia, a veces.
Una pareja venida a más organiza una fiesta de cumpleaños, 40 años cumple el protagonista. Y lo que se sucede a continuación es una crítica a aquellos que de repente se dan cuenta de que lo que tienen no les satisface, porque ellos querían otra vida y ahora desean cambiar. ¿Se puede? Sí. ¿Pueden? No. Porque cada acto tiene su consecuencia, y "virgencita, que me quede como estoy". La conversación con unos amigos le hace al cumpleañero replantearse su existencia: no quiere una mujer perfecta, unos padres que se pierden al intentar llegar a su chalé, unos amigos que son más de lo mismo, y un trabajo como comercial de alto nivel del famoso calor azul. Y entre medias hay discusiones de pareja, ambiciones profesionales incumplidas, una barbacoa infernal, cata de vinos, vandalismo, sexo y gintonics. Tópico, dirán. Y sí, lo es, pero es que a veces se cumple.
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Que Manuel Baqueiro (Amar en tiempos revueltos, y siguientes), Mélani Olivares (Aída), Raúl Peña (Ciega a citas) y Marina San José (Amar es para siempre) son buenos actores lo sabe más de media España por sus apariciones en televisión. Y precisamente por cómo se mueven en el día a día de un capítulo funciona esta obra, del gusto de un público curtido en la comedia semi dramática (más de humor que de llanto). Podría ser un episodio más, por tanto, de una teleserie. Y precisamente la televisión está presente en el guión, con referencias continuas, y el público empatiza, aplaude, ríe. Porque es la llamada telerrealidad, pero en este caso es teatro realidad.
El quinto protagonista de esta obra, y que sin embargo no aparece mentado en los carteles, es el dichoso chalé, el escenario en el que se mueven de la muy lejana Colonia de la Lírica. No es una escenografía al uso, sino que cobra especial relevancia interactuando con todos los personajes. Muy funcional, al servicio de los actores. Al igual que la música contemporánea, bien elegida, que dota de ritmo a la obra (de unos 90 minutos).
On the road querrían estar, pero se quedan "in the house". Porque la obra de Kerouac es para jóvenes mochileros que hacen autostop, y ellos son ya cuarentones que tienen el patio del chalé por recoger, después de una atolondrada fiesta de cumpleaños.
Al final de la carretera, en el Teatro Fernán Gómez (Plaza de Colón, nº4, Madrid) hasta el 2 de noviembre. Dirección Gabriel Olivares y adaptación de Juan Carlos Rubio. Con Melani Olivares, Marina San José, Raúl Peña, Manuel Baqueiro. Valoración: 8/10