Como bien apunta un comentarista, no sigo Castle (además me han recomendado que no lo haga, pero eso es como todo cuestión de gustos), y por otra parte no creo que lo de el ‘Mentelista’ y su policía pueda ser caracterizado como una tensión sexual no resuelta de primera división, además de que esa chica necesita urgentemente a Ruperth, pero eso también es otra cuestión.
Descartado asimismo el caso de House y la muy sexy Cuddy por no ajustarse al modelo (poco tiempo sin resolver y demasiado resolviendo) los mejores casos de tensión sexual no resuelta segunda parte son:
Él, un atractivo iluminado con más obsesiones que el Asilo de Arkham; ella, una atractivísima científica con un poco de complejo de madre a la que la sucesión de espíritus, alienígenas y demás bichos raros de diversa índole abre los ojos a una realidad diferente… y muy friki.
Siete temporadas completas y parte de una octava soportaron los intrépidos agentes de la sección sobrenatural del FBI en un tira y afloja entre las urgencias de sus deseos (ni siquiera la gélida Scully era totalmente de hielo), sus normas como miembros del cuerpo policial y sus propias obsesiones particulares.
Lo más ilustrativo del tema, cómo Expediente X demostró hasta qué punto una serie puede depender de la tensión sexual no resuelta y de la química entre sus protagonistas: fue irse Mulder y acabose todo.
Dos personalidades que estaban destinadas a chocar y que, efectivamente, chocan desde el primer momento, pero también desde ese primer momento funciona aquello de los polos opuestos y están en un tris de que haya tomate, por utilizar un término científico.
Lo bueno de la serie es que a partir de esa cercanía inicial a la coyunda se toma varias temporadas para ir cargando el ambiente e ir haciendo más y más inevitable el encuentro final; lo malo que el encuentro no es tan final: se produce en los últimos capítulos de la sexta temporada y sigue durante la séptima ofreciendo una placentera, agradable y cuasi rutinaria vida de pareja para nuestros protagonistas.
Obviamente, no vemos una serie sobre asesinatos repugnantes (las investigaciones de Brennan y Booth se centran en cadáveres particularmente asquerosos) para asistir al día a día de un matrimonio joven cualquiera, así que la serie ha perdido no poco de su encanto.
Les perdonaremos por estar basada en la un caso real: Temperance Brennan es el trasunto de Kathy Reichs, antropóloga que contó sus experiencias con el crimen en una exitosa saga de novelas, pero como me entere de que ella no se enrolló con el agente del FBI me van a oír.
De nuevo el reparto de papeles nos mostraba a una mujer más cerebral y ordenada, interpretada por la guapísima Cybill Shepherd; y a un hombre desastrado, desorganizado, bastante caradura pero terriblemente simpático, un papel que lanzó a la fama a Bruce Willis en un tiempo en el que la aspiración de los actores en televisión era dar el salto al cine… y no al revés.
La trama tenía como un elemento clave que la mujer no sólo era la guapa y la lista, sino que además era la jefa, lo que hacía que Willis todavía resultase más canalla, más desastre y, en definitiva, más encantador.
Cinco temporadas estuvo la cosa tensándose para estallar al final, como todos esperábamos y como todos deseábamos, que al fin y al cabo los guapos de las series están en nuestro subconsciente destinados a cruzarse, un poco como los perros con pedigrí.
Y además tras el amor Willis pasó a las diversas junglas de cristal, a casarse con Demi Moore (cuando Demi Moore era Demi Moore y no su hermana recauchutada) y a una de las carreras más exitosas en Hollywood de los últimos tiempos, especialmente para un actor que ya no era un chaval al empezar. ¿Se puede culminar mejor un caso de tensión sexual no resuelta?