Muchos de ustedes ya lo sabrán, pero en cualquier caso hay que explicar el concepto: la cosa consiste en que los dos protagonistas principales de la serie se pasen temporada tras temporada teniéndose ganas pero sin llegar a culminar esa atracción con el oportuno trato carnal o, en su caso, con una relación estable.
Las razones que impiden que la tensión se resuelva en el dormitorio con un revolcón como Dios manda (bueno, quizá Dios prefiera no meterse en esos detalles) son variadas: desde la aparente incompatibilidad de caracteres rayana en el odio que exhibían los entrañables O’Connell y Fleishman de Doctor en Alaska; a las normas del FBI que cumplían Mulder y Scully en Expediente X; pasando por el miedo al compromiso y los fantasmas personales de Huesos y Booth en Bones, por citar tres ejemplos.
Pero esas motivaciones son más bien un MacGuffin: lo importante es mantenernos capítulo tras capítulo y temporada tras temporada pendientes de ese arranque de pasión que celebraríamos como un gol por toda la escuadra. Y es que, identificados como estamos con uno de los protagonistas y más o menos enamoriscados del otro, lo que esperamos en el fondo es acceder al gozo carnal por persona interpuesta.
Sin embargo, la tensión sexual no resuelta tiene algo de gol de oro, ya que estamos con las metáforas futbolísticas: al marcar se acaba el partido, si se resuelve y hay tomate nos quedamos sin historia, la serie se acaba o se vuelve anodina, nos falta algo, echamos de menos esa dulce espera, ese punto picante…
Vamos a analizar algunos de los casos más interesantes y divertidos de tensión sexual no resuelta, para no hacer esto demasiado largo les propongo terminar este post hablando de mi preferido de siempre, Doctor en Alaska, y dejar para una próxima entrega otros tres casos prototípicos: Expediente X, Bones y Luz de luna.
La cosa no podía ser más improbable: él era un médico judío, urbanita al cien por cien y desterrado, casi literalmente, a un entorno que le era extraño y hostil. Ella una aventurera y amante de la naturaleza, que percibe como algo personal el rechazo que a Fleishman le provocan el entorno virgen de Alaska y las peculiaridades (no pocas, justo es reconocerlo) de los habitantes de Cicely.
Sin embargo, a pesar de las abismales diferencias surge la chispa, y esa chispa es manejada brillantemente por los guionistas, y por los propios actores, hasta uno de los más hermosos finales que recuerdo en una serie, sin que la historia de amor que todos sabemos que está ahí llegue nunca a materializarse en una relación.
La tensión entre O’Connell y Fleishman no es de esas que nos hacen pensar que en cada capítulo puede estallar el romance, sino que nos tiene preguntándonos cuándo se darán cuenta de que se quieren. Y al final resulta, cómo no, que ellos lo sabían prácticamente desde el principio…
Ya pueden leer la segunda entrega sobre Tensión sexual (casi nunca) resuelta.