La New Girl de marras es la actriz, cantante y compositora Zooey Deschanel, otra miembro del clan Deschanel encabezado por la hermana mayor Emily (la famosa Bones televisiva), que se ha convertido ya en musa indie y gafapasta por excelencia del mass-media. Zooey, con su voz monocorde, flequillo recto y gafas de pasta, ha convertido New Girl en el espacio perfecto para lucir su estilo a lo My Fair Lady, un poco vintage, de modales ligeros, calculadamente cándido –condenadamente carnal- así como sus vestidos y sus juguetones ojos de agua, capaces de hacer caer imperios y de derribar murallas, esta vez las existentes entre televisión y cine (protagonizó 500 días juntos), que ahora suponemos digitales en ambos casos.
Pero antes de convertir el blog de series de Libertad Digital en un relamido retrato mío (asquete), y a bajarnos los pantalones ante la musa Deschanel, un manipulador y cantarín cruce de pin-up, she-nerd (alerta: neologismo urbano) y aquella Mary Jane Watson que, allá por 1965, salió de detrás de un florero y le espetaba al pasmado de Peter Parker eso de “Admítelo, Tigre, te acaba de tocar la lotería”, emprendamos el camino de vuelta hacia New Girl, serie de humor blanco y razonablemente fresco emitida en España y EEUU por Fox, y que el año pasado tuvo el honor de ser la primera –creo recordar- en renovar para una segunda temporada, la misma que se estrenó al otro lado del charco hace escasas dos semanas.
Despachemos a la Wikipedia en un párrafo: nominada al Globo de Oro a la mejor serie cómica o musical, a la mejor actriz de comedia (Deschanel), así como a cinco premios Emmy, el de mejor actriz, actor de reparto (Max Greenfeld), y mejor diseño de títulos, entre otros. New Girl es una de las comedias revelación de la temporada pasada y, quizá, una firme candidata a heredar el cetro de Modern Family en las preferencias del público mayoritario una vez crezca su reputación más allá del círculo de devotos de las series. Convenimos en que, pese a su irregularidad –hay capítulos buenos y capítulos horribles de relleno-, a su calculadora mezcla de humor cargante y genital, New Girl tiene algo, una suerte de halo de diversión que no estoy seguro de que sea el de la buena comedia –no tengo ni pajolera idea de lo que significa eso, no me agobien- sino el de, simplemente, ver a gente que se lo pasa bien haciendo tonterías y te lo logra transmitir.
Todas las series llevan, sin embargo, un aval cinematográfico detrás
Lo bueno de New Girl, pese a ello, es que no tiene intención alguna de erigirse en retrato generacional de nada. Se trata de una comedia pretendidamente superficial, alocada y romántica –la sombra de Friends es alargada- dedicada a retratar las rarezas de un puñado de frikis urbanos más o menos encantadores, tremendamente inseguros, y a alargar lo máximo posible la tensión sexual que se adivina en sus primeros episodios entre Jess, la protagonista, y Nick (Jake Johnson). No falta tampoco el secundario que se adueña de la función, Schmidt, un pijo trastornado y mujeriego a medio camino entre los animales de Jersey Shore y el obsesivo-compulsivo Jack Nicholson de Mejor Imposible, ni las dosis adecuadas de nostalgia por la adolescencia ochentera. Tampoco cierto drama a la hora de dar chicha a los protagonistas con, ya saben, el-inevitable-miedo-al-futuro-en-estos-tiempos-tan-dificiles-que-corren.
Meriwether, en definitiva, combina amabilidad y candidez a la hora de retratar a sus personajes, con ironía a la hora de recrearse en los clichés de la comedia romántica y las propias teleseries (ver en el piloto cuando Jess se inventa su propia introducción… que es la que veremos en los títulos de crédito de posteriores capítulos: la chica parece interpretar su vida como en una teleserie…). Y en definitiva, que el resultado no está nada mal: ahora mismo, New Girl me parece más dinámica, ligera y fresca que otras sit-com veteranas como The Big Bang Theory o Cómo conocí a vuestra madre, sus directas competidoras y todavía en la cresta de la ola de la audiencia. Y al final, como ven, me ha salido una crítica convencional, así que me detengo.