El lunes pasado Antena 3 estrenó en loor de multitudes El tiempo entre costuras, la demorada y costosa adaptación televisiva del best-seller de María Dueñas que, con sus más de 5 millones de espectadores en los dos primeros capítulos (y más de un charto del share total) amenaza con convertirse en casi un fenómeno social. Porque de audiencia ya lo es. La serie, además, llega en un momento en el que, junto con Isabel y Niños robados, parece haberse producido un inesperado boom de calidad en lo que a ficción nacional para la televisión se refiere. No es que antes no los haya habido, pero tampoco se acostumbren a ello.
Podríamos acusar a El tiempo entre costuras de ser una telenovela hinchada y mecánica, un culebrón de lujo que utiliza los temas políticos que se deducen de su trasfondo histórico como adorno para componer un drama romántico con un personaje heroico camino, cuidadito, de convertirse en un icono televisivo. Pues sí. Pero es que esa es precisamente su gracia, y pedirle lo contrario tiene pinta de ser una tarea inútil. Lo de Sira Quiroga es el retrato de una mujer contra todos y contra todo que, traicionada y abandonada en un país extraño, se reinventa, sobrevive y se sobrepone a todas las trampas del destino. Y reconozcámoslo: el personaje tiene potencial. Eso no quita que en su tránsito del romance al espionaje, El tiempo entre costuras sea un poco kitsch y recurra con frecuencia al estereotipo. Pero da la impresión de que lo sabe, y a cambio resulta rematadamente ágil. No han pasado más que dos capítulos y la acción avanza a buen ritmo, sin que la serie tenga intención de estancarse ni un solo minuto.
La adaptación del libro de María Dueñas se entrega al entretenimiento sentimental fuera de esos debates que contaminan tanto la producción nacional, pero también la propia percepción de la misma por parte del espectador. En ella no hay costumbrismo rancio ni tampoco guerracivilismo en ciernes, sino drama romántico previsible y ambientación historicista. Y pese a pecar de insustancial en ciertos aspectos, triunfa en lo esencial, el retrato de una heroína de ficción interpretada con bastante convicción por Adriana Ugarte. Una actriz que, pese a hacerlo realmente bien, debería volver a grabar su voz en off que adorna el relato, un detalle que enturbia la buena interpretación en su primer episodio y que afortunadamente desaparece en el segundo. Ugarte hace algo muy bien: ni se plantea algunos problemas que genera el personaje, que al fin y al cabo no duda en usar para su beneficio a todo aquel que se encuentra en su camino, y simplemente se gana la confianza del espectador desde que comienza su aventura. Ella pasa de todo y por eso mismo se convierte en ama y señora de la historia.
Una historia que es, simplemente (y guste o no) un digno melodrama, bien interpretado y confeccionado en términos generales, que parece tener como modelo grandes producciones históricas en formato miniserie y que en sus dos primeras entregas se consume bien. Todo ello pese al complicado horario y su imposible duración para todos aquellos que madrugamos y/o tenemos un mínimo de sentido común. Y el aspecto excesivamente limpio de su diseño de producción y vestuario (vale, manías mías).
Ojo, que la serie tampoco va a gustar a todos, y de hecho no tardará en ganarse algún enemigo: se trata de una producción que osa presumir de su factura tamaño big-size en medio de un océano de monotonía (creativa y visual) en lo que a series españolas se refiere. En El tiempo entre costuras, por una vez, se ha sacado el talonario y todos se esfuerzan en que se note, ya sea en unos exteriores e interiores auténticos y coloristas a una banda sonora omnipresente (que recuerda a los trabajos de Alexandre Desplat o a Hans Zimmer, según convenga a su autor). Y eso, como aclaró José Antonio Bayona en los Goya, todavía molesta.
Desde luego sus responsables tienen muy bien agarrada la novela y la palabra escrita de María Dueñas, que parecen estar siguiendo a pies juntillas. A mi eso tampoco me genera ningún problema, dada la clara estructura que parecen estar siguiendo y el cierre bastante fuerte que tienen los dos primeros capítulos. El formato que siguen, al fin y al cabo, permite estas prácticas, por mucho que uno siga pensando que la síntesis narrativa es casi siempre una virtud. El tiempo entre costuras agradará a quienes la esperaban con ansia, que a tenor de los resultados era mucha gente. Y aunque no es alta costura, su presencia se agradece y el resultado sorprende.