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'La diplomática' se convierte en una de las mejores series de Netflix con su temporada 2

Crítica de La diplomática, temporada 2, estrenada en Netflix.

Keri Russell en La diplomática | Netflix

Desde House of Cards, y con todo lo desigual que resultó finalmente el proyecto amadrinado por Kevin Spacey y David Fincher, la multinacional Netflix no había pergeñado mejor serie política que La diplomática, que estrenó hace unos días su segunda temporada. Pero si algo dejan claro los seis capítulos que debutaron el jueves es que, en realidad, la serie protagonizada por una espléndida Keri Russell no es exactamente eso.

La segunda temporada comienza justo en el preciso instante en el que acababa la anterior: la explosión de un coche bomba en pleno Londres que afecta a varios de los integrantes del gabinete de la embajadora americana, Kate Wyler (Russell), incluyendo a su propio marido Hal (Rufus Sewell). Lo que sigue es la consabida sucesión de intrigas que parecen apuntar directamente al Primer Ministro británico como cabecilla de una conspiración...

Desprovista de la necesidad de hacer presentaciones, la serie creada por Debora Cahn, proveniente del equipo de guion de Anatomía de Grey, Homeland y El Ala Oeste (precisamente las tres series que determinan el ADN de La diplomática), se dedica al cien por cien a enredar en la trama de suspense en el que matrimonio de norteamericanos abunda en las cloacas de la política británica. Porque, y enlazamos con el concepto inicial, eso es lo que ha revelado ser La diplomática por encima de todo lo demás: una serie de espionaje donde los avatares de los protagonistas son sus identidades políticas.

Atrás queda la comedia romántica, la subversión de que esta vez el hombre sea el embajador consorte, y el contraste de culturas entre norteamericanos y británicos. Cahn da por sentado todas esas situaciones provenientes de la primera temporada y confecciona seis episodios mucho más magros, donde los personajes desvelan pinceladas de sus excentricidades (y normalmente eso es más que suficiente).

Es, por ello, casi imprescindible ver antes la primera temporada, aunque la claridad de la exposición y limpieza de la trama, pese a la abundancia de nombres, apenas confunda al espectador atento. La particular gradación de humor afilado, comedia romántica y sí, drama político, se aglomera bajo una capa de thriller que en este segundo año de La diplomática se asienta con claridad, generando una serie con identidad propia que, no obstante, se lo debe todo a su pareja protagonista.

El carisma (y belleza) desplegado por Keri Russell, también productora, y un Rufus Sewell algo menos presente pero seguro de tener siempre la carta determinante, animan un aserie de intriga con abundantes notas de humor y un certero análisis de la actualidad política que se olvida de muchos de los vicios del streaming actual: personajes a la moda, seriedad impostada y relleno, mucho relleno de diálogo. Y por eso mismo no tiene problemas para convertirse en lo mejor de la plataforma.

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