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Rosa Belmonte

Loro Dick

Hacer real algo parecido a El hombre de los seis millones de dólares y La mujer biónica es algo extraordinario.

Hacer real algo parecido a El hombre de los seis millones de dólares y La mujer biónica es algo extraordinario.
Lee Majors y Lindsay Wagner. | Cordon Press

Poner cara real a Lee Majors y Lindsay Wagner es la noticia más importante en muchos años. La de los parapléjicos pudiendo volver a andar. Hacer real algo parecido a El hombre de los seis millones de dólares y La mujer biónica es algo extraordinario. Y lo será del todo cuando cualquiera que lo necesite pueda beneficiarse de ese avance de la ciencia y la medicina.

En El hombre de los seis millones de dólares, Lee Majors es un astronauta y piloto que sufre un accidente perdiendo su ojo izquierdo, las dos piernas y el brazo derecho. Una agencia gubernamental reemplaza sus miembros perdidos por partes cibernéticas que cuestan seis millones. Como es más fuerte, más veloz y tiene visión telescópica e infrarroja, se convierte en agente para resolver problemas.

En La mujer biónica, Lindsay Wagner es una tenista que tras un accidente en paracaídas recibe un oído ultrasensible, un brazo de fuerza descomunal y dos piernas biónicas con las que corre que se las pela. En la serie también hay un proceso criogénico. Es decir, cosas que sonaban a ciencia ficción. Había otra serie en los 70 donde lo importante era la sangre, El inmortal. La sangre de Ben Richards lo hacía inmortal. Inmune a cualquier enfermedad. Un millonario se entera y quiere transfusiones. Chuparle la sangre. Ben tiene que huir como El fugitivo y, de paso, va ayudando a la gente.

Muchos años después, en el segundo capítulo de Pam & Tommy, lo de Pamela Anderson en Disney +, el pene de Tommy le habla. Otra cosa extraordinaria en la ficción. Se mueve como un muñeco de Jim Henson y razona con su dueño. Me ha recordado a aquel clip de Word que nos ayudaba, pero carnoso. Aquel era un clip con ojos. Estábamos tan tranquilos viendo penes en Euphoria. Pero penes que hacían sus cosas. Las normales. Por favor, por favor, que la ciencia no llegue nunca a eso. Aunque muchos hombres sean penes que hablan, sólo nos faltaba Loro Dick. ¿Miedo a las tetas, Rigoberta? Miedo a las pollas. Sobre todo, si van a ponerse a hablar. Imagina, mansplaining del pito también.

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