Nena, estás más gorda, ¿no?
Me fascina que lo que ni siquiera sería gordofobia sea un límite.
En los Globos de Oro clandestinos y vergonzantes, la serie Succession se ha llevado el galardón a mejor drama y Hacks a mejor comedia. Nada fuera de lo normal. Como suelo babear con Hacks y con Jean Smart, hoy no voy a hablar de esa sino de la otra. Aunque la tercera temporada de Succession pudiera parecer peor que la segunda, que fue mayúscula, al final ha redondeado lo que parecía descarrilado en dos primeros capítulos en los que sobre todo hablaban por teléfono. Puede que Ken (Jeremy Strong) haya tenido mucho protagonismo, pero no entiendo que él fuera actor principal y Shiv (Sarah Snook), secundaria. Y lástima que no haya un premio para la mejor pareja de actores. Se lo habrían llevado Tom y el primo Greg por su extraña relación, mucho más rara que la de Roman (Kieran Culkin) y Gerry (J. Smith-Cameron) con sus fotopollas y otras cosas. Matthew Mcfadyen y Nicholas Braun han estado sensacionales. Quizá la escena que más recordaré de esta temporada es esa en la que Tom, cuando le dan la noticia de que ya no va a ir a la cárcel, acude al despacho-zulo de Greg a comunicárselo. Sólo voy a decir que veo imposible sentarme de un salto en el archivador como Tom.
¿Se acuerdan de aquella conversación entre Pablo Iglesias y Tania Sánchez sobre si era creíble que el presidente protagonista de House of Cards se encargara en persona de asesinar a sus enemigos? Tania sostenía que sí y Pablo que no. He vuelto a ver Succession desde el principio con alguien que la veía por primera vez. Nos ha sorprendido que esa familia no tenga perros (creo que sólo sale Mondale, el de Shiv, además del conejo de los hijos de Ken), pero sobre todo hay una cosa que no nos ha parecido creíble. En este caso estábamos de acuerdo, no como Pablo y Tania. En Succession se llaman de todo, padres a hijos, hijos a padres. Se mandan a tomar por culo como el que da las gracias. "Creo que yo no debería haber tenido hijos", dice a Sib su madre (Harriet Walter). La primera película que dirige Maggie Gyllenhaal, La hija oscura, va de maternidades traumáticas. Al personaje de Olivia Colman no le ha ido muy bien. O no como se supone que debe ir a las madres. Sabemos que los hijos de Succession han vivido con su padre, cosa que la madre recuerda de vez en cuando. Harriet Walter, la malísima cuñada de Orgullo y prejuicio, la gimnasta y espía de Killing Eve y la duquesa de Belgravia es una señora delgada. Su hija Shiv (o más bien Sarah Snook) está mucho más hermosa en la tercera temporada que en la primera. Es una tía buena, con una exuberancia (eso quiere decir culo y tetas) de actriz italiana de los 50. Una maggiorata pelirroja. La madre, aunque no sea una asesina, tiene algún parecido con Livia Soprano. Al menos por aquello de que "Entre su cerebro y su boca no había intermediarios". Lo que dijo Herman en el funeral cuando Janice obligó a la gente a dedicarle unas palabras. También pienso en Lady Macbeth como inspiración para Caroline Colingwood. Lo que no me creo es que esa madre de Succession sin intermediarios entre su cerebro y su boca no haya hecho ningún comentario sobre el peso ganado por su hija. Porque encima la ve muy de vez en cuando. Cualquier madre cariñosa te dice lo de "Nena, estás más gorda, ¿no?". Esa madre delgada y malvada habría hecho un comentario, no digo llamarla gorda, pero sí un comentario. No pretendo que sea Marjorie Dawes, la fat fighters coach de Little Britain, pero algo habría dicho. Me fascina que lo que ni siquiera sería gordofobia sea un límite. Y aunque lo fuera, ahí están para insultarse. Resulta poco real.
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