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Rosa Belmonte

¿Y quién defiende a Caster?

Cualquier discusión sobre lo trans, da igual el razonamiento, acaba en transfobia, demuestra un capítulo de 'The Good Fight'.

Cualquier discusión sobre lo trans, da igual el razonamiento, acaba en transfobia, demuestra un capítulo de 'The Good Fight'.
Lia Thomas | Archivo

Casi todo lo que sabemos sobre la nadadora Lia Thomas, que antes era el muchachote Will Thomas, salió en un episodio de The Good Fight. Una serie que, como The Good Wife, siempre está anticipándose. En el episodio 6 de la cuarta temporada (y voy a contar la trama), el despacho de abogados lleva el caso de una nadadora negra que se queda fuera del equipo olímpico porque se ha elegido a otra chica. Blanca. Pero no es eso lo importante, aunque al principio se trate el caso como racismo. La abogada del comité olímpico se cansa de tanta tontería y le dice al juez que la otra nadadora (Sally Lipton) no sólo es blanca, sino transgénero. Y que Adrian Boseman (Delroy Lindo) está evitando una posición política que no le conviene. Ya sabemos que el suyo es un despacho negro y progresista. Además, el Comité Demócrata acaba de proponerle ser presidente de EE UU. Que se presente, vaya. Y ya sabemos que cualquier discusión sobre lo trans, da igual el razonamiento, acaba en transfobia. Y no es una cosa marginal, aunque lo sea. Es poner la democracia patas arriba. Es suprimir el derecho a la libertad de expresión, es no permitir pensar de otra manera, disentir de algo que esté en el centro de lo que debe ser según la nueva religión. Luego podrán llegar los tribunales, pero mientras te callan.

Vuelvo al capítulo. Adrian llama enseguida a Liz Reddick (Audra McDonald) para que le ayude. Su exmujer le dice que ese caso, por la transexualidad, es un campo de minas político. Pero le ayuda. Declaran expertos sobre cómo puede un trans competir como mujer. Debe declarar que es una mujer y mantener durante doce meses un nivel determinado de testosterona cumpliendo normas internacionales. Una doctora habla de la adolescencia masculina, de la memoria muscular, de extremidades más largas y de que, aunque se baje el nivel de testosterona, hay ventajas. Y llega la pregunta gorda, la que Liz no quiere hacer. La hace Adrian. La que tiene que ver con que la atleta pueda tener genitales masculinos y competir como mujer. O sea, que si el criterio fueran los genitales en lugar de la testosterona, la nadadora estaría en el equipo masculino. Y el juez, pasmado, pregunta: "Tiene genitales masculinos, ¿y nada como si fuera una mujer?". Ese "si fuera" es corregido. La escena más extraordinaria del capítulo se produce cuando Adrian y Liz vuelven al despacho y se encuentran con asociados y secretarias protestando por la "difamación de una nadadora". "No más transfobia. Estáis oprimiendo a una minoría". Da igual si la víctima es la otra, la chica negra.

Liz cree que hay que replantearse el asunto. "Es generacional, pero tienen razón". Propone que lo lleven como problema feminista y abandonen el enfoque transgénero. Y Adrian: "Esto va de normas, Liz. De si las normas olímpicas son justas o no". Liz concluye que eso no es importante. Claro que no es importante en el mundo woke al que acaba plegándose ella y las bobas de And Just Like That.

Cuando declara la chica trans y le preguntan por su ventaja dice que Simone Biles mide 1.42 y eso le favorece para ser una gimnasta increíble. La chica sólo ha llegado al equipo olímpico porque compite contra mujeres. ¿Y qué dice ella?: "Puedo entrenar mucho más ahora que soy feliz". Los sentimientos, los micrófonos. Pero como la ley es clara, aunque desquiciada, el juez da la razón a la chica trans.

De pronto, sabemos que hay otra chica en el equipo olímpico, Piper, que también tiene los niveles de testosterona altos. Que tiene genitales femeninos. Es intersexual. Al final, el juez tiene claro que va a romper el corazón a una chica. Y va a ser a Piper. La cliente del despacho entra en el equipo olímpico "por reglas impuestas por una entidad de un lugar muy lejano".

Lia Thomas compitió como hombre hasta 2019 y cuando, después de su transición y de cumplir la normativa de un año para la supresión de la testosterona, volvió para competir con chicas y estableció varios records. Aparte de otras protestas, el medio Swimming World ha publicado un editorial donde pide la intervención de la NCAA, el organismo universitario competente. "A pesar de los supresores hormonales que ha tomado de acuerdo con las normas de la NCAA, la ventaja de Lia Thomas en la pubertad masculina no se ha reducido en una cantidad adecuada". "Durante casi 20 años desarrolló músculo y se benefició de la testosterona producida naturalmente por su cuerpo. Esa fuerza no desaparece de la noche a la mañana, ni con un año de supresores. En consecuencia, Thomas se sumerge en el agua con una ventaja inherente respecto a las demás". Estudios de distintas universidades europeas concluyen que la ventaja biológica de la pubertad masculina se reduce muy poco cuando se suprime la testosterona según las pautas para atletas transgénero. Parece copiado de los expertos que declaran en The Good Fight.

Nancy Lynn Hogshead, medallista olímpica en los Juegos del 84 y abogada de derechos civiles, dice que el dominio de Lia Thomas en la categoría femenina "no está haciendo nada por generar una mayor aceptación en la sociedad por las prácticas inclusivas de los transgénero". Como si eso les importara. Pero es importante.

Y a todo esto, Caster Semenya, campeona olímpica y mundial, sigue sin poder competir. En 2019 nuevas normas de la Federación Internacional de Atletismo impidieron a mujeres como ella participar en 400, 800 y 1.500 hasta que tomaran medicación para bajar los niveles de testosterona. La sudafricana es intersexual. "Una mujer cisgénero intersexual asignada como mujer en el nacimiento", dice la Wikipedia. Una chica a la que las autoridades deportivas, como el juez de The Good Fight con Piper, han roto el corazón. Pero, abogado aparte, no tiene quién la defienda.

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