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Rosa Belmonte

La reina en la barbacoa

Si nos confinan, por lo menos tendremos la cuarta temporada de The Crown. Y si no nos confinan, también. Tendremos a Gillian Anderson y a Olivia Colman.

La Reina | Netflix

Olivia Colman tiene 46 años. Gillian Anderson, 52. Seis años de diferencia. Isabel II y Margaret Thatcher sólo se llevaban seis meses. La premier era mayor (de octubre del 25 y la reina, de abril del 26). En la cuarta temporada de The Crown, que se estrena el 15 de noviembre en Netflix, ya aparece Margaret Thatcher (y Diana Spencer). Veremos algún apunte de cómo fue la relación entre ellas. Isabel y Margaret. Por supuesto, haciendo de ello un espectáculo. Ahí está ‘El test de Balmoral’, como se llama maliciosamente el cuarto capítulo.

Balmoral y Sandringham son las casas de Isabel II (no Buckingham y Windsor) y si te invita allí vas a estar de verdad con la Familia Real. Puedes pasar el examen o no. A Diana de Gales no le costó, era de buena familia. A Cherie Blair, sí. La princesa Ana se dirigió a ella con un “Mrs. Blair”, ella le pidió que, por favor, la llamara Cherie. La Princess Royal le soltó: “Prefiero no hacerlo”. En su autobiografía, la mujer de Tony Blair cuenta esto y también que la reina es muy accesible pero que no lo era tanto la princesa Margarita. En cuanto a la reina madre, estaba horrorizada por sus pantalones. Pero al menos no le afearon dormir con su marido. Es más, se quedó embarazada en Balmoral de su hijo Leo en 1999. La reina se sintió incómoda cuando Carrie Symonds fue a Balmoral con Boris Johnson y durmieron juntos. Porque no estaban casados. En las residencias de la reina no duermen juntas las parejas no casadas.

Aunque el mayor papelón en Balmoral fue el de Sarah Ferguson que, aunque separada ya del príncipe Andrés, estaba en Balmoral cuando se publicaron las fotos en las que su amante, John Bryan, le chupaba un dedo del pie. La reina estaba furiosa. Y el duque de Edimburgo nunca se lo ha perdonado. Lo de Margaret Thatcher. Para ella, las primeras visitas eran como ir al purgatorio. Además de una tediosa pérdida de tiempo de la que no podía huir. No llevaba ni botas de agua, se las tenían que prestar. Y aprovechaba para quedar con políticos conservadores escoceses. La biógrafa real Lady Colin Campbell dice que en una barbacoa vio a la reina lavando los platos y le compró y mandó unos guantes de goma. Pero el periodista Andrew Marr tiene otra versión de las barbacoas. Mientras la reina estaba recogiendo los platos, Thatcher se levantó solícita para ayudarla. Y la reina: “¿Alguien le puede decir a esa mujer que se siente?”. Bueno, habría que escuchar el tono. Al fin y al cabo, casi doce años de relación tendrían algún efecto, no sólo negativo. Isabel II fue a la cena de despedida de Thatcher en Downing Street. A sus 70 y 80 cumpleaños y al funeral (igualito que el de la reina madre).

Según leo también en Historia y vida, en un artículo de Abril Phillips, Robert Lacey, consultor histórico de la serie, dice que ambas mujeres desconfiaban una de la otra. Política y personalmente. El peor momento fue para Lacey “cuando la reina temió que la oposición de Thatcher a imponer sanciones al régimen racista de Sudáfrica fracturara la Commonwealth”. Y Dean Palmer, autor de ‘The Queen and Mrs. Thatcher: An Inconvenient Relationship’ escribe que “se reunieron y se disgustaron al instante”. Y aquí viene lo mejor, asegura Palmer que la reina se burlaba del acento de la primera ministra. Por forzado y sobreactuado. Era cierto. Sonaba como el Gallo Claudio pero en fino. Cambió su voz, su entonación. Tuvo un profesor del National Theatre y llevó a cabo un programa que incluía ejercicios de zumbidos encaminados a bajar el tono con el que hablaba. Se puede ver el cambio en muchos vídeos de Youtube. El antes y el después. Quizá pretendía imitar a la clase alta (ya sabemos por Nancy Mitford, aunque se inspiró en un noruego, que los británicos descubren tu clase al hablar). Si es cierto, que la reina se burlara de Thatcher no es muy justo por su parte. No tiene sentido. A ella (y lo sabe) se la ha educado en la naturalidad. Eso incluye la forma de hablar y llevar con prestancia un Barbour pulgoso. Al parecer, a Isabel II no le gustaba tampoco que la tratara con tanta deferencia. Pobre Maggie. Aunque cualquiera sabe que si a una mujer le gusta otra es muy cordial, pero si no le gusta es muy, muy cordial. Otra cosa de la que se reían era de su reverencia. Nadie iba tan abajo. Que el nieto Harry sea zoquete, vale, pero la reina... El duque de Sussex ha dicho que al haber crecido como miembro de la familia real no se había dado cuenta del prejuicio racial inconsciente, pero estar en los zapatos de su mujer le ha hecho verlo. Como si su privilegio fuera solo blanco (o pelirrojo).  

En sus memorias, Thatcher no dijo nada malo de la soberana. Daba por hecho que era muy atractivo inventar historias de enfrentamientos entre dos mujeres poderosas. Hay unas imágenes en la serie rodadas en España (pero se supone que son las Bahamas) de una reunión de la Commonwealth en 1985 donde hubo tensión entre la reina Isabel y la primera ministra. Balmoral tampoco es Balmoral. Se utilizó Ardverikie, una edificación del siglo XIX en las Highlands.

Si nos confinan, por lo menos tendremos la cuarta temporada de The Crown. Y si no nos confinan, también. Tendremos a Gillian Anderson y a Olivia Colman. Pero a esta por última vez. En la quinta ya estará Imelda Staunton. Y si Isabel de Inglaterra trabaja en la barbacoa, ¿cómo no va a hacerlo el rey Juan Carlos? Ahora, lo de la gorra para atrás…

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