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Todo lo que está mal en 'Valeria', el nuevo "hit" madrileño de Netflix

Valeria, la serie de Netflix que adapta las novelas de Elisabet Benavent, muestra la vida de un grupo de treintañeros en la capital.

Valeria, la serie de Netflix que adapta las novelas de Elisabet Benavent, muestra la vida de un grupo de treintañeros en la capital.
Una imagen de Valeria | Netflix

Era previsible. Valeria, la serie de Netflix que adapta los best-seller de Elísabet Benavent, está arrasando en la plataforma de streaming. Las aventuras sentimentales y profesionales de un grupo de amigas treintañeras en Madrid ha sido comparada hasta la saciedad con Sexo en Nueva York, la serie de HBO que marcó un antes y un después en la representación de caracteres femeninos y en la propia historia de la ficción televisiva. Ahora bien: ¿está Valeria a la altura de tan magno precedente?

Si me permiten la comparación, una totalmente ajena al mundo y los espectadores de la serie, lo cierto es que Valeria es a Sexo en Nueva York lo que Tiburón 4 a Tiburón 1. En el capítulo inicial de Girls, otra derivación de la serie protagonizada por Sarah Jessica Parker solo que rebajando la edad y poder adquisitivo de las protagonistas (es decir, algo más adecuado a los personajes de la española) la insoportable Lena Dunham clamaba a los cuatro vientos su aspiración a convertirse en "la voz de su generación". Valeria también pretende ser escritora, y su serie dibujar un retrato generacional de esta generación Uber. Pero como a la propia protagonista, le falta la ambición, malicia e ironía necesarias como para vivir de algo más que excusas. Las intenciones están claras, los resultados, no tanto, y Valeria está más cerca de los vicios de un dramedy juvenil que otra cosa. De los que tan buenos datos, por otro lado, le reportan a Netflix y el abundante público juvenil que consume sus ficciones (te estoy mirando a ti, Élite).

Se percibe en Valeria (por cierto: los fans del libro han criticado la poca fidelidad de la adaptación) la intención de narrar la crisis personal de la joven protagonista, encarnada por una solvente Diana Gómez, atrapada en un mar de indecisión laboral y amorosa. Pero todo se diluye entre recursos sentimentales cansinos y rasgos pasajeros de autoafirmación que flaco favor le hacen a esa generación que supuestamente pretende retratar. La percha del personaje no es tanto su ambición profesional como, de nuevo, su indecisión amorosa, y tanto Valeria como su pandilla son retratados como treintañeros que reciben mucho dinero por hacer cosas no particularmente útiles, con preocupaciones de una persona de dieciocho e incapaces de, no ya de no salir de terrazas cada noche, sino de ni siquiera plantearse el hacerlo fuera de Malasaña. Cualquier reivindicación feminista o social se va por el desagüe en el primer capítulo.

Si hubiera, como digo, un trasfondo irónico o trágico, o como mínimo un punto de vista menos artificial en su relato, otro gallo le cantaría a Valeria, una serie abrumadoramente convencional, bien fotografiada para los cánones actuales y que —atención— muestra un Madrid veraniego y pletórico, colorido y lleno de vida tanto en sus escenas nocturnas como diurnas, como pocas veces se ha aprovechado en la ficción nacional reciente (y que, efectivamente y, a pesar de los pesares, es el Madrid que conocemos y, más o menos, amamos).

Pero dejando de lado su ambientación, existe aquí un problema de percepción grave que podría pasar tanto por una maniobra comercial como por, simplemente, desidia creativa. Sin que la propia serie lo pretenda, sus protagonistas aparecen reflejados como una generación que lo tiene todo pero se piensa que los demás están aquí para servirles. Sus legítimas reivindicaciones y quejas (el precio de los alquileres, los derechos de colectivos homosexuales y feministas) se reducen a eslóganes de parvulario. Y por momentos, cuando pretende ponerse un poco "dura", Valeria amenaza con convertirse en un bodrio catastrófico. Al final y sin saberlo, la serie refleja más bien lo que está realmente mal en nosotros.

Afortunadamente, faltan alforjas para ese viaje. Salvo algunas ideas, como ese "síndrome del impostor" que atenaza a la protagonista e incluso capítulos más o menos completos como el quinto, en el que la chica deja atrás a sus amigas para reunirse con su familia (y que incluye alguna interesante fuga de realidad) sus intenciones para ir más lejos del melodrama juvenil fracasan. No hay un verdadero análisis de esa realidad que confunde a la protagonista, y menos de los mecanismos que impiden a una soñadora crear, precisamente, su propia vida y su propia ficción. Hay, es verdad, cierta intención para extraer comicidad de algunas de sus poco escandalosas escenas de sexo, pero el tratar de hacer pasar Valeria por un show urbano y "punki" (en honor a la verdad, tampoco creo que lo pretenda) es sencillamente absurdo. Como comprenderán, seguir insistiendo en Sexo en Nueva York es injusto para todos, y para Valeria la primera.

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