'La línea invisible': los inicios de ETA o la imbecilidad del mal
El retrato más duro se hace de dos grupos que lo tienen bien merecido: un clero completamente despreciable y un exilio vasco que vivía a todo lujo.
La línea invisible era una serie que no lo tenía fácil de partida: en un país tan polarizado como el nuestro, tratar un tema como los primeros años de ETA, mostrar algunos de sus primeros atentados y contar su transformación de grupito revolucionario pero incapaz de ir más allá de la teoría a banda terrorista asesina. Era, en suma, una receta óptima para no gustar a casi nadie y para generar mucho revuelo.
Llegada a nuestros hogares en tiempos de pandemia y muerte en los que, por desgracia, las preocupaciones son otras, la serie no ha generado el debate que sin duda habría creado en otro momento, lo que honestamente no sé si es bueno o malo a la hora de su éxito comercial, pero quizá sí permita que más gente se acerque a ella sin excesivos prejuicios.
Dicho lo anterior, mi obligación como periodista es entrar en este tipo de charcos y, por tanto, tengo que hablar de si la serie es un panegírico de ETA o si trata de blanquear sus inicios u ofrecer una versión idílica de sus primeros asesinos. Mi respuesta es clara: no.
A partir de ahí habrá, por supuesto, opiniones para todos los gustos: algunos considerarán que no se hace un relato lo suficientemente crítico de la opresión franquista ni encomiástico de los que se jugaban la vida -y la perdían- por luchar contra ella, aunque fuese con métodos equivocados bla, bla bla; otros pensarán que es una obligación moral mostrar a los asesinos como monstruos que, de hecho, iniciaban una larguísima cadena de monstruosidades.
Más gilipollas que monstruos
Y no, desde luego La línea invisible no hace una cosa ni otra: por un lado los etarras no son tanto monstruos como un grupito de niños pijos que más que otra cosa son unos perfectos gilipollas, perdónenme la palabra. El personaje que protagoniza la serie, Txabi Etxebarrieta –interpretado por Alex Monner- es retratado directamente como un idiota: un estudiante de familia bien que va a explicarle a los trabajadores de las fábricas la lucha obrera sin haber "cogido una herramienta o un torno en tu vida", como le dice otro etarra en una discusión en un bar; o un vasquista convencido que ni siquiera cuando lleva años dentro de ETA sabe hablar euskera -"pues vaya un gudari de cojones"- dice otro personaje.
Etxebarrieta no es retratado como un monstruo sediento de sangre, pero sí aparece como un imbécil deseoso de apretar el gatillo, que lo hace estando hasta los ojos de anfetas y que después se dedica a analizar si el último estertor del guardia civil al que ha asesinado era o no tolstoiano. Así, la serie muestra a las claras que el asesino sobre el que se construye el primer supuesto mártir de ETA es, en realidad, un pijito drogadicto y más bien ridículo.
Aunque son retratados con muchos menos matices, sus compañeros en la banda tampoco salen demasiado bien parados: por lo general aparecen como niñatos en plena adolescencia mental -las conversaciones sobre cómo matarían a Franco, por ejemplo, son de una estupidez y de un infantilismo abrumadores- que no saben en qué se están metiendo y que, por lo general, a la hora de la verdad son más bien cobardes.
Por último, el retrato más duro se hace de dos grupos que realmente lo tienen bien merecido: un clero completamente despreciable y dispuesto a justificar cualquier cosa por muy poco cristiana que fuese; y un exilio vasco -representado por un personaje al que llaman "el inglés"-, que vivía a todo lujo al otro lado de la frontera, en enormes caserones y con deslumbrantes Mercedes en la puerta, pero se dedicaba a mandar al matadero a los idiotas que les escuchaban a este lado de los Pirineos.
Gran novedad: guardias civiles que son personas
En el otro lado, la serie muestra la represión franquista, que por supuesto la había, sí, pero no se hace desde un punto de vista maniqueo ni con las típicas caricaturas que tantas veces hemos visto en la ficción española: no hay fascistas muy malvados y con bigote que disfrutan del dolor ajeno, sino gente que, en ocasiones con métodos que hoy sabemos inaceptables, hace lo que cree que debe hacer.
El personaje de Melitón Manzanas -otra excelente interpretación de Antonio de la Torre- es un ser humano, con matices positivos y negativos, pero no es un simple instrumento del mal. Y, un detalle que en esta historia me parece relevante, aparece retratado como insobornablemente vasco, es decir, que los que decían luchar por el pueblo vasco empezaron matando vascos.
Además, la serie hace algo que yo no había visto en ninguna ficción española: al principio del quinto capítulo se dedican diez minutos a contarnos quién era el guardia civil José Antonio Pardines, el primer asesinato por ETA. Con mucha elegancia y no poca ternura se nos habla de ese joven y sus orígenes en Galicia, de como se enamora de una joven en un bar, de su trabajo -que se refleja como algo normal que la gente respetaba y agradecía en el País Vasco de los 60-, de sus aspiraciones y planes para el futuro… En suma, se dedica casi la cuarta parte del capítulo a decirnos de una forma clara y bella que ETA no mató a un guardia civil ignoto, franquista y culpable, sino a una persona.
Un final trepidante, un arranque dubitativo
En lo puramente cinematográfico, La línea invisible funciona muy bien. Está rodada con una profusión de medios que se nota y se agradece; la dirección de Mariano Barroso es eficaz y, por momentos, elegante y hermosa, aunque habitualmente sea voluntariamente discreta.
Las interpretaciones son más que solventes, aunque a mí el protagonista Monner no ha llegado a convencerme del todo, pero quizá eso es precisamente lo que requería el personaje. Otros, como Anna Castillo o el ya comentado Antonio de la Torre, están realmente bien, además de muchos secundarios -me viene a la mente la madre de los hermanos Etxebarrieta o el propio José Antonio Pardines- que logran hacer verdaderas maravillas con papeles breves pero muy intensos.
La línea invisible va de menos a más: los dos últimos capítulos son trepidantes y los mejores, los inicios por el contrario, son algo más endebles, y parece que le cuesta un poco arrancar, pero sin duda despierta el suficiente interés en el espectador para seguir viéndola.
En conjunto es una serie que vale mucho la pena ver y que puede mirar a la cara a cualquiera de los productos que vemos en las plataformas internacionales, no tendrán que recomendarla con esa frase tan terrible que tantas veces se oye: "Está bien para ser española". No, está bien, está muy bien, sin más.
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