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Marcel Gascón Barberá

'Our Boys', un fresco violentamente hermoso de Israel

Una virtud que recorre toda la serie es la ausencia de idealización en los personajes.

HBO

Supe por mi madre de Our Boys, una serie israelí basada en hechos reales que puede verse en HBO España. Ella nunca ha estado en Israel y apenas sabe nada del Estado judío. Pero le bastó un capítulo para intuir la grandeza de esa tierra heroica y trágica que tan bien reflejada está en la serie.

Ver Our Boys fue para mí como volver a Jerusalén. Nunca he visto una ciudad tan bien reflejada por una serie. Las paradas de autobús contra el telón de fondo de los edificios color marfil. Los tranvías modernos y el aire burgués entre americano y europeo de la parte acomodada. Estudiantes de yeshivá comiendo falafel en un kebap destartalado. El bullicio polvoriento en la parte árabe y los ríos de gente que bajan hacia el Kotel por las calles estrechas de la ciudad vieja cuando empieza a caer la tarde el viernes.

Además del paisaje, la serie retrata con rigor y elocuencia el polvorín que es casi siempre Israel, pero también los inagotables matices de una de las sociedades más vivas y complejas que existen en el mundo.

Our Boys se adentra con crudeza que a veces hiere en las grandes cuestiones israelíes (y palestinas) de nuestro tiempo. Impresiona al principio el dolor y la angustia profundos que siente prácticamente todo el Israel judío ante el secuestro de tres adolescentes judíos a manos de terroristas palestinos.

En inmensas movilizaciones en todas las ciudades, decenas de miles de israelíes rezan con una intensidad conmovedora por el retorno de los muchachos, en medio de un drama que evoca el capítulo más sombrío –el Holocausto– de un pueblo odiado y perseguido desde el principio de los tiempos hasta nuestros días.

A diferencia de lo que suele ocurrir en Occidente, donde las movilizaciones de este tipo no suelen ser más que oportunidades de hacerse selfies y ganar audiencia las televisiones, los israelíes se toman en serio estas manifestaciones. Su preocupación es genuina, como íntimo y por lo tanto auténtico es el trauma que emerge de volver a ver a sus hijos secuestrados y asesinados por ser judíos.

Y por eso, porque nace de miedos nada abstractos y agita sentimientos que están vivos, el fervor puede desembocar en la ira y el odio al enemigo, cuyas consecuencias están admirablemente sintetizadas en el terror de los adolescentes palestinos que vuelven al este de su trabajo en el oeste cuando las calles se llenan de judíos con sed de venganza y gritos de "muerte al árabe".

Además de la radicalización a menudo unida a la religioso que después de décadas de conflicto ha experimentado parte del cuerpo social judío, Our Boys se ocupa también de la instrumentalización que el liderazgo árabe hace de cualquier desgracia que sufran los palestinos, en este caso la muerte de un crío.

En la forma en que la agenda nacionalista colectiviza el duelo de una familia árabe se aprecia con claridad uno de los efectos más perniciosos de la sobredosis de ideología e identidad en esta parte del mundo: la politización de todos los aspectos de una vida individual devastada por los imperativos nacionales e históricos.

Un vendaval de naturaleza distinta pero igualmente poderoso y opresivo es el que representa el rigorismo religioso en las comunidades ultraortodoxas judías. El brillante retrato psicológico del hijo y los dos sobrinos del rabino Ben David sugiere que su deriva –personal, más que política– está estrechamente relacionada con la presión a la que han sido sometidos en la comunidad (y soy deliberadamente vago para no estropearle demasiado la serie a nadie que aún no la haya visto).

Mención aparte merece el personaje de uno de los sobrinos, Avishai, interpretado de forma prodigiosa por el actor Adam Gabay. Solo una piedra –o un agente de la implacable División Judía– podrá evitar viendo Our Boys sentir simpatía por el muchacho.

Igual de difícil es no identificarse con Husein, interpretado por Jony Arbid y padre de la familia palestina que protagoniza la serie. Además de sufrir la misma tragedia que antes conmovió a la sociedad israelí, Husein ha de enfrentarse en varios pasajes de Our Boys al peso opresivo y humillante de un Estado bajo asedio que es el suyo.

La serie trata también con brillantez y gran inteligencia expresiva el complicado papel de los servicios del orden israelíes. A la explosiva situación de seguridad con la que han de lidiar se suman infinidad de conflictos de intereses y opiniones que elevan la complejidad de su trabajo a la condición de arte multidisciplinar para el que son imprescindibles cualidades como el temple y las relaciones públicas, la firmeza y la psicología.

Un asunto central en la serie es la difícil posición de la División Judía –que se ocupa del terrorismo de judíos– del Shabak dentro de la sociedad israelí. El pueblo hebreo ha vivido durante la mayor parte de su historia sin Estado, y por tanto sin instituciones coercitivas. La policía, los jueces y los fiscales siempre eran no judíos, gentiles (al menos como instituciones), y muchos en Israel y la diáspora siguen teniendo problemas con la idea de una institución judía persiguiendo a un judío.

(Esta parte me recordó al caso del rabino israelí Eliezer Berland, fugado de su país después de ser acusado de acoso sexual. Tras una huida que le había llevado a Holanda, Marruecos y Zimbabue, el septuagenario líder jasídico buscó refugio en Sudáfrica, donde el rabino en jefe de la comunidad local colaboró con la policía sudafricana para que detuvieran y deportaran a Berland. Según publicó entonces el periodista Jeremy Gordin, el rabino en jefe sudafricano fue amenazado de muerte en aplicación del principio judío conocido como din rodef, una de las pocas disposiciones de la ley hebrea que permite la ejecución extrajudicial. Gordin lo explicó así en su artículo: "Tomado del Talmud de Babilonia, el pasaje en cuestión habla de ‘la persona que persigue al otro para matarlo’, lo que incluye informar sobre otra persona a la policía y significa que el perseguidor o informante puede ser asesinado de manera legítima".)

También aparece en la serie la división social y psicológica entre askenazíes por un lado y sefardíes y mizrajíes por otro. Our Boys hace referencia al mayor prestigio de las yeshivás askenazíes incluso entre la comunidad de origen oriental, y hace varios guiños al amor a la familia y al carácter sentimental y políticamente incorrecto de mizrajíes y sefardíes a través del personaje de Simon y de los religiosos orientales con que se topa.

En Our Boys salen también varios rusos. Especialmente interesante es el matemático radicalizado que cuestiona la labor de la policía israelí (maltrata a los judíos y ojalá fuera como el KGB con los musulmanes, viene a decir).

Una virtud que recorre toda la serie es la ausencia de idealización en los personajes. En Our Boys –como en Israel y como en todas partes– no hay virtuosos que estén libres de pecado, aunque entre algunos israelíes se llamen unos a otros tzadik.

Todos los personajes están extremadamente bien construidos, y, ya digo, quien haya estado en Israel vuelve a sentirse en sus calles mientras ve Our Boys.

© Revista El Medio

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