Después de su lío con el Chapo Guzmán, Kate del Castillo ha vuelto. Lo ha hecho a una serie de Netflix, La ingobernable, telenovela con presupuesto para simular ser otra cosa, rollos lésbicos porque sí y Maxi Iglesias. La primera vez que ves al guapo actor español, con esa larga rasta que le sale por detrás, piensas que el DF es el sitio donde se fue a vivir después de que lo expulsaran del Patio Maravillas. Y, mira, es un hacker y experto informático listísimo llamado Ovni. Deja en ridículo al Elliot Alderson de Mr. Robot, a la Chloe O’Brian de 24, al Marshal Flinkman de Alias y al Aram Mojtabai de The Blacklist a la vez. Porque La ingobernable tiene mucha tecnología. Hay más que en la UAT de 24. Esto que quieren que llamemos thriller dramático parecía disfrazado de House of cards (una mamarrachada con ínfulas), pero resulta que tiene más trazas de Homeland. Pero con Kate del Castillo.
La actriz mexicana interpreta a Emilia Urquiza, primera dama mexicana casada con el presidente Diego Nava (un Erik Hayser sospechosamente parecido a Enrique Peña). Emilia intenta romper su matrimonio porque el mandatario no cumple las promesas que ha hecho al pueblo, el marido muere y a ella la culpan, así que emprende una huida como si fuera El fugitivo. "No es una completa realidad. Es una serie de entretenimiento donde vas a ver un México que no se ha visto antes. Una historia buenísima", ha dicho Kate del Castillo. También que se ha inspirado en varias mujeres poderosas, entre ellas, Michelle Obama. Ay, madre, Michelle. A ver. En los dos primeros capítulos recibe al marido con unos tacones de 12 centímetros (se dan unas hostias que ni La guerra de los Rose, aunque, según ha contado Kate, se podrían parecer más a las golpizas que le daba su marido, el futbolista Luis García). Los tacones de 12 centímetros son los mismos con los que baja diez pisos y recorre dos kilómetros y medio. Desde el Gran Hotel de la Ciudad de México, que está en el Zócalo, hasta el barrio de Tepito, donde acaba refugiada (y donde nuestro Maxi Iglesias despliega su sabiduría cibernética). Para disfrazarse se pilla una bata blanca con capucha en el hotel con la que a veces parece E.T. en la bicicleta.
Corre, dispara, roba en una tienda para hacer de McGyver y se apuñala para extraerse un chip de la cadera con el que podrían localizarla. Pero ni la policía ni el ejército ni las miles de cámaras callejeras consiguen nada. Por sus líos con el Chapo, por hacer de mediadora en la entrevista que el narco huido de la justicia tuvo con Sean Penn, la actriz rodó todas sus escenas en Estados Unidos (en las de México tenía una doble) y cuando el equipo presentó la serie, ella lo hizo en una conexión desde Los Ángeles. "Emilia y yo tenemos en común que queremos demostrar nuestra inocencia". No se atreve a pisar México. "Todos los amparos poco a poquito los hemos ido ganando, es mentira el que yo no pueda ir a México, pero no se ha cerrado el caso. Entonces, hasta que no se cierre y mis abogados me digan que puedo ir… Además, ya me añadieron otro caso más".
Es un pelín mala, pero aparte de la diversión involuntaria, La ingobernable tiene alguna cosa destacable. Antes de esta serie de 15 capítulos, vi en Netflix Juana Inés, otra superproducción mexicana (venga, con superproducción quiero decir que no es como una telenovela). En la biografía de la monja y escritora, el papel del padre Antonio Núñez de Miranda lo hacía Hernán del Riego (también era Agustín Lara en Cantinflas). El mayor histrión que he visto en mucho tiempo. En La ingobernable es un militar importante para la historia. Pero mi Maxi Iglesias es más importante. Y las Cabronas de Tepito, un grupo de mujeronas de ese barrio. Una de las cabronas, como mucha más gente, está secuestrada por fuerzas del Estado (esa es una de las tramas). En algunas cosas, México queda a la altura del betún. Pero nos gusta tanto…