Libertad Digital ya ha dado puntual noticia de la muerte de Miguel Vicens, que fue bajista de Los Bravos, un conjunto afamado de mediados los años 60, triunfadores internacionales con la canción "Black is black". La desaparición del músico mallorquín nos trae el recuerdo del día de su boda. Pocas horas después de celebrarse uno de sus compañeros del grupo, el batería Manolo Fernández, estrelló su coche donde iba su esposa, que falleció en el acto, al no poder zafarse de un camión que se le echaba encima. Un mes después, él se suicidó con una escopeta de caza. Fue el principio del fin de Los Bravos. Mi crónica negra llevaba el titular de que su adiós era el de un Romeo que había perdido a su Julieta. Eso mismo me dijo entre sollozos el padre de Manolo.
Cuando recibí la invitación de boda de Miguel Vicens no dudé en desplazarme a la capital de las Baleares. Aquel 29 de abril de 1968, se iba a teñir de luto, de una inmensa tragedia. La que nadie, como es lógico, podía imaginar al mediodía cuando asistimos a los esponsales del bajista de Los Bravos con la bella inglesa Norman Perriman. Miguel era hijo de una conocida familia palmesana dedicada a la fabricación de azúcar. Conoció a la que iba a ser su esposa en el rodaje de la película de Los Bravos "Los chicos con las chicas". "Fue exactamente en la escena en la que yo figuraba -me contaba él- ser fontanero. Al concluir ese día de rodaje, me fijé en ella, que se encontraba en los mismos estudios, porque era modelo. Y nos enamoramos. Tras un año de relaciones vino la boda".
Tras la ceremonia celebrada en la iglesia de San Juan de Malta los invitados nos trasladamos al hotel Mirador, situado en el Paseo Marítimo. Doscientos fuímos los comensales. Sorprende que ese día, aparte de algunos reporteros locales, únicamente estábamos dos enviados especiales de las revistas "Lecturas" y "Semana". En esta última yo llevaba algo más de medio año trabajando y ése viaje a Mallorca era el primero que hice para tal medio, de los muchísimos que luego protagonizaría. Jamás he podido olvidarlo por la tragedia que hube de contar.
Eran las cinco de la tarde. El sol brillaba en la terraza del mencionado hotel. Se me ocurrió reunir a todos los componentes de Los Bravos con sus mujeres y algún bebé de ellos. Ninguno se opuso, salvo Mikel Kogel, el vocalista, siempre algo huraño, mas al fín lo coinvencí. Todos ellos junto a losn recién casados posaron, a petición mía, para el fotógrafo que yo contraté de Palma. Cuando el grupo estaba ya listo se sumaron los del semanario rival. Aquellas imágenes se han divulgado infinidad de veces, sobre todo ahora con la muerte de Miguel Vicens.
Tan sólo media hora después de obtenerse aquellas fotografías, Manolo Fernández, batería de Los Bravos, que conducía un espectacular automóvil deportivo, se estrelló en el recodo de una carretera comarcal. Su mujer, la bellísima suiza Loti Beatriz Rey, murió en el acto. El 17 de marzo anterior se habían casado en un pueblo madrileño y esperaban un hijo. Poco más de un mes después, tras atravesar una aguda crisis depresiva, Manolo se suicidó con una escopeta de caza. Fue el principio del fin de Los Bravos. Sustituyeron a Manolo como batería a un músico sensacional, Jesús Gluck, después de despedir a otro de nacionalidad británica, al que promocionaron con una burda campaña, con su cara encapuchada. Gluck, con quien me unía cierto trato amistoso, compositor de bandas sonoras para películas de José Luís Garcia, moriría tempranamente en 2018.
Los componentes de Los Bravos acusaron aquellas desgracias. Y no pudieron reemprender la carrera de éxitos que llevaban. Tony Martínez acabó siendo víctima mortal de otro accidente de carretera en la sierra madrileña, cuando trataba de relanzar al conjunto. Mike Kennedy emprendió una etapa de solista, con pobres resultados. Y Miguel Vicens y Pablo Sanllehim continuaron viviendo en Palma de Mallorca enrolados en otros grupos.
Precisamente ahora pensaban actuar juntos el próximo 5 de marzo en una gala en el Trui Teatre. Una neumonía se ha llevado por delante a Miguel, que era un tipo sencillo y afable. Norma, su esposa, ya había fallecido hace años. La música pop seguía siendo para él su talismán. Pero este último sábado, 12 de febrero, a los setenta y ocho años, dejó de existir en el hospital palmesano de Sin Espases. Con él se llevaba recuerdos de una época mítica del pop español. Y su lejana boda nos ha servido para evocar aquel día en principio feliz y luminoso, luego al atardecer teñida de sangre y tragedia.
Manolo escribió una carta de despedida a su padres: "Estoy completamente seguro de que existe Dios y que Él me comprenderá y perdonará, pues mi sitio es estar junto a Lo, la mujer que siempre he esperado, la mujer a la que he querido con toda mi alma, a la que he perdido, y sin la que no puedo vivir".