Supe de la existencia de Battiato (1945-2021) por el divertidísimo sketch de Martes y Trece, ese en el que Josema Yuste interpreta a "Franco Nappiato" –"Una nariz como la mía o la aceptas o te pegas un tiro", declaró el compositor en Jot Down– y canta "Yo quiero verte danzar" mientras Millán Salcedo, disfrazado de gallina, o algo así, baila como si mi antigua lavadora tuviera piernas. Al poco de terminar la carrera, me sumergí en su obra con la sensación de estar percibiendo algo que no terminaba de comprender y que, a la vez, me hipnotizaba, sobre todo, por unas melodías que se adherían como lampreas.
Por ejemplo, ¿qué narices era eso del "Centro de gravedad permanente"? ¿Por qué anhelaba el retorno de "La era del jabalí blanco"? Buceando por el universo conceptual del siciliano, encontré que la respuesta a la primera pregunta estaba en Gurdjieff; la de la segunda, en un libro imprescindible para battiaters, Tecnica mista su tappeto. Conversaciones con Franco Pulcini (EDT, 1992): "Era el símbolo de la autoridad espiritual entre los celtas. (...) Desde la caída del mundo, siempre ha existido el conflicto entre la autoridad espiritual y la autoridad temporal".
Reconozco que, todavía hoy, ocho o nueve años después de estar escuchando, si no diaria, sí semanalmente, discos como La voce del padrone, Fisiognomica o L’imboscata, se me escurren algunos conceptos, imágenes y versos de Battiato. Y, bien pensado, esas sorpresas surrealistas, esas aparentes ambigüedades y esos contrapuntos imposibles son órganos vitales en el encanto y en la genialidad de su cancionero: en el zoco tribal, cotidiano y ruidoso de las mil y una verdades absolutas de cartón piedra, las canciones de Battiato siembran la semilla crítica de la duda, airean el zulo, abren salidas de emergencia hacia "mundos lejanísimos", sin tiempo ni espacio, y reclaman océanos de silencio.
A estas alturas de la jornada, en la que cada periódico tiene su necrológica, no sé hasta qué punto tiene sentido comentar la biografía del talento de Riposto. Van, sin embargo, unos apuntes sacados del citado Tecnica mista su tappeto y de Franco Battiato. Camminando con le aquile (Edizione Clichy, 2019): hijo de un padre que "trabajaba en el negocio del vino, transportando los barriles con su camión" y de una ama de casa que "ayudó a mi tía, que era costurera", empezó a estudiar piano cuando tenía seis años; con 19, se instaló en Milán y dio sus primeros pasos musicales en un cabaret, el Club 64; hizo canción protesta, canción melódica y, desde 1971 hasta 1979, música experimental y vanguardia; en ese año, fichó por EMI y publicó L’era del cinghiale bianco; en 1981, La voce del padrone fue el primer álbum en superar el millón de copias vendidas en Italia; tres años después, obtuvo el quinto puesto en el festival de Eurovisión, interpretando con Alice "I treni di Tozeur"; en 1989, Juan Pablo II le invitó a actuar en el Vaticano; en 1994, comenzó a colaborar con el filósofo Manlio Sgalambro; en 2012, publicó su último álbum con canciones inéditas, Apriti sesamo; un año después, siendo asesor de Cultura y Turismo para el gobierno de Sicilia, fue criticado por señalar "la prostitución reinante en el Parlamento italiano" –acabó dimitiendo–; en 2017, sufrió una caída fatal, se rompió el fémur y la cadera y dejó de actuar; en 2019 lanzó su último LP, Torneremo ancora, y este martes ha fallecido.
Uno no termina de lamentar la muerte de Battiato porque él, en más de una ocasión, declaró que estaba cansado de esta existencia y que no veía la hora de reencarnarse. "Porque la paz que he sentido en ciertos monasterios / o la vibrante armonía de todos los sentidos en fiesta / sólo son la sombra de la luz", canta en "L’ombra della luce". Deja un legado musical inimitable, frugal, variado, hermoso, intelectual y divertido. Ya esté con san Pedro o reencarnado en un gorrión, le doy, como muchos, las gracias por los magníficos servicios prestados. Como Bowie, como Dylan o como Leonard Cohen, el siciliano fue uno de esos elegidos capaces de cambiar el cerebro a través del oído. "Digna es la vida –cantaba en "Lode all’Inviolato"– de aquel que está despierto, / pero aún más de quien se vuelve sabio".
Eso sí que se entiende.