Un meme habitual en las páginas y perfiles no oficiales en redes sociales sobre David Bowie es el de una gráfica en la que aparece una línea ligeramente ascendente, que alcanza su cenit en la fecha de la muerte del genial artista inglés –el 10 de enero de 2016–, y que, a partir de entonces, desciende con brusquedad junto al siguiente rótulo: “Things going to shit”. Más allá del chiste, es cierto que el último lustro de la Historia de la Humanidad ha estado marcado, permítaseme la brocha gorda, por las turbulencias económicas, las grietas y las goteras en las democracias occidentales, el estirón hiperhormonado de los populismos, el éxito exuberante de los falsos profetas y, cómo no, el tsunami pandémico. ¿Se pulsó alguna especie de botón rojo apocalíptico tras el fallecimiento del autor de maravillas como “Life on Mars?”, “Word on a Wing” o “Always Crashing in the Same Car”? Dúdolo. Igual tienen la respuesta Enrique de Vicente, Sandro Rey o el tipo ese del programa de Negre que confirmaba desde Moncloa que Margarita Robles relegaría de la presidencia del Gobierno a Sánchez.
Puede que los calificativos que más se han utilizado para describir a Bowie sean “camaleónico”, por sus constantes y variadísimas metamorfosis musicales –ha navegado, y llegando siempre a los mejores puertos, por los mares del rock, del glam, del soul, de la electrónica o del jazz–, y “visionario”. En este sentido, se hizo viral no ha mucho una entrevista concedida en 1999 a la BBC en la que hablaba de internet como algo “estimulante y terrorífico” que revolucionaría la concepción del mundo tenida hasta la fecha, mientras el periodista señalaba que era sólo una “herramienta” y un “sistema de información diferente”. Ja.
Menos conocidas y, al menos, tan intuitivas y certeras como sus palabras sobre la red en el canal público británico, son las declaraciones que Bowie hizo en la revista Filter en julio-agosto de 2003: “Creo que ahora no tenemos un dios. No tenemos confianza en ningún tipo de política. Estamos completa y totalmente a la deriva en materia filosófica. Y no creo que queramos cosas nuevas. Creo que estamos mendigando las cosas que conocemos para ver si podemos mantener algún tipo de civilización que nos ayude a perdurar y a sobrevivir en el futuro. No necesitamos novedades. Estamos jodidos”. Ese páramo de ideas, esa merma radical de referentes políticos, y añado, éticos y artísticos, esa búsqueda mendicante de baratijas de todo a cien y una narcotización social generalizada –como dijo el maestro Jesús Quintero, los analfabetos de hoy son los peores porque “saben leer y escribir, pero no ejercen”– fueron el caldo de cultivo ideal que prologó el ecosistema ruinoso, orwelliano y decadente, el sepulcro blanqueado limpio por fuera e infestado de gusanos por dentro, en el que hoy habitamos.
Cuando un artista muere, los fans de este suelen utilizar la siguiente fórmula: “El mundo es peor sin (Fulano)”. En el caso de Bowie, desde el punto de vista musical, esta sentencia se cumple. Incansable explorador y descubridor de paisajes sonoros, sobre todo, fue un gran coctelero: buena parte de su originalidad residió en la combinación excepcional de elementos imposibles, pasados por el filtro ilustrado y efervescente de sus inquietudes intelectuales y literarias –“Con todo lo que me gusta internet, nunca podría renunciar a mi biblioteca. Una mujer y una biblioteca: esas son las dos cosas a las que probablemente nunca renunciaría”–. Por fortuna, todavía siguen con vida y con un pulso creativo magnífico gigantes de otras eras, como los extraordinarios Bob Dylan y Paul McCartney –remito al lector a que lo compruebe escuchando sus trabajos más recientes, Rough and Rowdy Ways y McCartney III, respectivamente–. Sin embargo, pertenecen a especies muy diferentes al autor de "Ashes to Ashes": al Nobel de Literatura y al ex Beatle se les puede clasificar/encorsetar con relativa facilidad; a Bowie no. Ajenos a la órbita del Duque Blanco, pero también mutantes poliédricos, polifacéticos y únicos sí que son, por ejemplo, los geniales Nick Cave o Franco Battiato. Y en España, en mi opinión, contamos con un discípulo directo y aventajado del londinense: Enrique Bunbury. Gustará más o menos, pero “encasillar” es un verbo que no calza bien con el compositor zaragozano.
Bowie cerraba su último álbum, Blackstar, cantando “I Can’t Give Everything Away”. Pese a ello, dejó una herencia de casi treinta discos, muchos de ellos sobresalientes, que ejercen de oasis salvadores en esa finca desertificada que es la monarquía absoluta de la mediocridad. Sonarán oportunos en el año que acaba de empezar trabajos como Diamond Dogs, Scary Monsters (and Super Creeps), Heathen o The Next Day. Igual el tipo que hizo el meme no estaba tan equivocado. Que Dios nos pille confesados. "We've got five years, what a surprise...".