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Andrés Amorós

Nuestro Puccini

Mi amigo Paco Reyero ha invertido con acierto la frase habitual: en el caso de Morricone, "la banda sonora tiene un film".

Mi amigo Paco Reyero ha invertido con acierto la frase habitual: en el caso de Morricone, "la banda sonora tiene un film".
Ennio Morricone | Archivo

No es exagerado llamar así a Ennio Morricone. Como él, tenía una seria formación de músico clásico y compuso bellísimas melodías, que han emocionado a los públicos del mundo entero. Los críticos norteamericanos más severos hablan de unas óperas a las que hay que asistir con varios pañuelos, porque hacen llorar inevitablemente a los oyentes: La Boheme, Tosca, Madame Butterfly… Lo mismo puede decirse de Morricone: ¿quién no se ha conmovido, por ejemplo, con su Tema de Deborah, de Érase una vez en América? En una encuesta lo eligieron como la mejor música escrita directamente para el cine: no es seguro que sea injusto…

Como músico de cine, está en la primerísima línea de los recientes, junto a otro italiano, Nino Rota, que también unía la formación clásica con la capacidad para escribir melodías maravillosas ; no desmerece junto a los míticos Bernard Herrmann, Max Steiner, Dimitri Tiomkin, Miklos Rosza, Franz Wasman, Victor Young…

En mi libro Tócala otra vez, Sam, he dedicado un capítulo a su feliz colaboración con su amigo Sergio Leone, tan diferente a él. Los dos, juntos, revolucionaron el western. También colaboró con otros muchos directores. Un solo ejemplo: sin su música, La Misión bajaría muchísimo… Mi amigo Paco Reyero ha invertido con acierto la frase habitual: en el caso de Morricone, "la banda sonora tiene un film".

Partía, por supuesto, de la tradición "cantabile" italiana y de la técnica wagneriana: del "leit motiv": cada personaje, cada situación están vinculados a un tema musical. Lo resaltan, por contraste, los amplios silencios. Y añade muchas felices novedades: el silbido, los coros, la armónica, el tictac del reloj…

Lo explicaba Morricone con la sencillez de los que son verdaderamente grandes: "Me gusta trabajar con los sonidos de la realidad, los que escuchamos todos los días, en la vida cotidiana".

Vale la pena –y ahora es fácil hacerlo– contemplar cómo dirigía Morricone a una orquesta sinfónica sus propias composiciones. Era el polo opuesto, por ejemplo, de la espectacularidad, estilo "estrella del rock", de Hans Zimmer. Ennio evitaba cualquier gesto innecesario, cuidaba meticulosamente el sonido, se ponía al servicio de la melodía: lo mismo que han hecho todos los grandes músicos.

Obtuvo algo mucho más importante que la fama y el éxito: el cariño apasionado de tanta gente, a lo largo y ancho del mundo entero. (Mi amigo Dieter Brandau es un excelente ejemplo). Todos ellos seguirán emocionándose, al escuchar o canturrear las músicas de Ennio Morricone: para un artista, no cabe mejor premio.

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