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Tom Jones, el 'sex symbol' del pop que ostenta el título de sir

El mítico artista acaba de cumplir 80 años manteniéndose aún en activo y sin haber perdido popularidad.

Tom Jones | EFE

Una de las mejores novelas clásicas inglesas, La Historia de Tom Jones, escrita por Henry Fielding, forma parte de la mejor literatura picaresca; libro sin duda de lectura obligada para niños y adolescentes británicos, que vio la luz en 1749. Dos siglos más tarde ese relato, sobre un expósito que desde temprana edad trata de recuperar una legítima herencia, se llevó al cine, personificado su protagonista por el gran actor Albert Finney. La película se estrenó en 1963. Por entonces, un galés llamado Thomas Jon Woodward trataba de abrirse paso como cantante con un grupo de aficionados. Tenía ya de jovencito una voz poderosa, de barítono. Cuando fue descubierto por un cazatalentos que se convirtió en su representante, éste optó por bautizarlo artísticamente como Tom Jones. El mismo que este 7 de junio acaba de cumplir 80 años, manteniéndose aún en activo sin pérdida de su popularidad.

Al nacer, la comadrona creyó que estaba muerto. Intervino su abuela, que lo metió en un bargueño con agua, le dio unos leves azotes en el trasero y el bebé reaccionó, pero sin emitir llanto alguno. Ya tendría tiempo de que su garganta le proporcionara su medio de vida. Aunque hubo de trabajar duro como albañil y vendedor a domicilio, pues era necesaria su paga en el hogar humilde al que pertenecía. Alto, mocetón de rudo aspecto y musculosos bíceps, se enamoró a los doce años de una paisana suya, del pueblo minero llamado Pontypridd, llamada Linda Trenchard, familiarmente conocida como Melinda Rose. A los dieciseis años no pudieron esperar más para celebrar su boda: ella esperaba un hijo, el único que tuvo en su matrimonio, Mark, que cuenta en la actualidad sesenta y tres años y trabaja con su progenitor en calidad de agente artístico. No tuvieron más hijos, pese a que lo intentaron con denuedo y amor. Fue la mujer a la que más quiso en su vida, aunque la engañó cientos de veces. Enterada ella de que le ponía los cuernos, airada, estrelló el primer objeto contundente que halló a mano contra la cabeza de su marido. Un tanto molido y avergonzado, Tom prometió no volver a las andadas. Mentira piadosa, que él justificaría muchos años después: "Es que entonces yo sufría el acoso de las mujeres. También los hombres somos víctimas en ese sentido".

Tom Jones, en definitiva, se convertiría en un "sex symbol" del espectáculo, un macho que movía las caderas a la manera en que un decenio atrás lo hiciera Elvis Presley ("Elvis Pelvis" lo motejaban). Llegó el día en el que se conocieron y el llamado "Tigre de Gales" fue felicitado por "El rey del rock and roll". Aquellos movimientos sensuales enloquecían a sus "fans", cuando interpretaba It´s not unusual, de 1965, que traducida al español era No es nada extraño, un impactante número 1 en las listas de toda Europa. El mismo año en el que lo contrataron para grabar el tema central de la película de la serie James Bond, Thunderball. Luego incrementó su repertorio con otras piezas que, igualmente, alcanzaron los primeros puestos de la discografía internacional: Green green grass of home, What´s new Pussycat, Help yourself, Sex bomb y por supuesto Delilah, que de vez en cuando sigue aún escuchándose.

Por esa primera época, mediados los años 60, Tom Jones efectuó su primera gira promocional en España. Me encontraba yo en una popular sala de juventud (entonces aún no se llamaban discotecas) del madrileño barrio de Argüelles, calle de Fernández de los Ríos, que regía un importante empresario, Jesús Nuño de la Rosa, "Imperator". Algo más de un centenar de jóvenes nos sorprendimos ante la inesperada presencia en el escenario de Tom Jones, en carne y hueso. No cantó, dirigió unas palabras a los presentes y armó el alboroto. Lo llevó hasta allí el padre de Massiel, a la sazón agente artístico.

Tom Jones sólo tuvo un rival, Engelbert Humperdinck. Supuso también ser idolatrado por jóvenes que querían cantar como él. Su influencia entonces fue palpable en Nino Bravo, dicho por éste. Pero llegaron años que lo que marcaba la moda era un aire distinto: el funky, la música disco… Y Tom Jones era fiel al pop-rock, el soul, el blues, el R&B… Como quiera también que el fisco británico apretaba su patrimonio, optó por irse a los Estados Unidos. Allí vivió tiempos dispares, llegando a actuar, para sobrevivir, en lugares cutres y minoritarias audiencias. Esa decadencia la soportó estoicamente, viviendo de las rentas del pasado. Hasta que en la segunda mitad de los años 80 su figura renace artísticamente y vuelve a imponer su marcada testosterona a la hora de subirse a los escenarios de los Estados Unidos. Kiss, de Prince, es la versión que lo ayuda para esa vuelta a los éxitos de ayer, y adapta su repertorio a los nuevos tiempos.

Respecto a su biografía sentimental: nunca acusó el descenso de admiradoras que se introducían en su habitación, esperaban la llegada del ídolo metidas en el armario, lo seducían… Y a la pista de sus actuaciones le arrojaban sostenes y bragas, prendas íntimas que al recogerlas del suelo él las besaba. Y eso era el delirio colectivo. "Doscientas cincuenta mujeres" era la media anual que se acostaban conmigo", llegó a decir, petulante, aunque acaso llevaba razón. Anónimas admiradoras, y algunas también conocidas que tuvo en los brazos, como Marjorie Wallace, Miss Mundo 1976; Mary Wilson, de Las Supremes, y roces que perduraron la temporada en la que Priscilla Presley echaba de menos a Elvis y la esposa de Tom Jones había muerto de cáncer en 1916: ambos se consolaron bajo las sábanas. En 1988 una modelo, Katherine Berkery, firmó una demanda de paternidad, asegurando que Tom Jones era el padre de su hijo Jonathan. Las pruebas de ADN resultaron concluyentes y el ídolo galés no tuvo más remedio que admitir que era padre del muchacho, mas se negó a reconocerlo como hijo legítimo. Imaginamos que resolvería el asunto con un talón bancario de por medio.

Chocante resulta leer una de sus declaraciones: "Hay abuelas que llevan en sus pechos tatuado mi nombre". Una de ellas, Charlotte Laws, admitió en su senectud haber perdido la virginidad, cuando era joven, una noche que se acostó con él en Florida. Si recogiéramos los testimonios de quienes gozaron de su presencia en la íntimidad, nos darían las uvas… Y es que Tom Jones ha sido una leyenda masculina de la canción. Sólo en Gran Bretaña tuvo a alguien que, en cuanto a notoriedad, o mejor a su talento, le superara: Elton John. Y la Reina Isabel II los condecoró con la Orden del Imperio Británico. A Tom Jones, personalmente, en 1999. Desde entonces puede usar el título noble de Sir. Que luego los críticos más exigentes del pop lo consideraran un hortera de lujo es algo que él se pasa por el arco de triunfo de sus extremidades inferiores.

A España vino en varias ocasiones, sobre todo para actuar en Televisión Española. Incluso tenía un contrato dentro de unas semanas en Madrid en los veranos del Jardín Botánico, que suponemos quedará en blanco por culpa de la pandemia. Asimismo ha suspendido la gira que iba a realizar por Inglaterra e Irlanda, que pospone al año próximo. Aunque vive en Los Ángeles, quería rememorar su ochenta cumpleaños cantando en Gran Bretaña.

Tenemos un recuerdo de una de sus últimas visitas a Madrid. Ocupaba una "suite" en el hotel Villa Magna, del paseo de la Castellana. Fuímos convocados a una rueda de prensa con él. Transcurrió una hora de la convenida, al mediodía. El reloj marcaba la 1 de la tarde, y la media docena de informadores que nos encontramos en uno de los salones, optamos por irnos, por aquello de invalidar eso de que "los ingleses son muy puntuales". El cantante debió correrse una juerga la noche anterior, no estaba presentable, durmió la mona… y salvo dos becarios que se quedaron, los demás le pasamos factura al ídolo. El colega de una importante agencia transmitió la espantada de Tom Jones y nuestra reacción, lo que fue divulgado a todo el mundo. Tom Jones era un cachondo en las distancias cortas, pero aquella mañana quiso torear a la prensa española. Y le dimos la estocada del silencio.

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