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El Príncipe Gitano, otra víctima del coronavirus: él fue quien estrenó 'El Porompompero'

El Príncipe Gitano ha muerto de coronavirus. El creador de El Porompompero es mucho más que una figura anecdótica.

El Príncipe Gitano ha muerto de coronavirus. El creador de El Porompompero es mucho más que una figura anecdótica.
El príncipe gitano | Gtres

Este miércoles, 22 de abril, nos ha dejado Enrique Castellón Vargas, que en el mundo del cante se anunciaba el Príncipe Gitano desde sus comienzos en los años 40 hasta que poco a poco dejó los escenarios, medio siglo más tarde. Una personalidad singular la de este calé, que escondía a la curiosidad pública la verdadera fecha de su nacimiento. Yo, que lo traté, siempre creí que vino al mundo en Ruzafa (Valencia) en 1928, pero ahora resulta que Europa Press da la fecha de 1932. Sigo pensando en la que he repetido bastantes veces en mis artículos y libros sobre la copla. Quiso ser torero antes que cantaor. Se lo rifaban muchas mujeres por su porte calé. Y siendo un notable cancionero y buen conocedor del cante jondo, resulta que para la historia, según la reducida noticia de su óbito divulgada en los periódicos a través de la mentada agencia, ha quedado como el "friki" que aflamencó "In the ghetto" en un inglés de risa. Más cierto es que fue el creador de "El Porompompero" y muchísimo más tarde de "Obí-Obá", que equivocadamente muchos se lo atribuyen a los Gipsy Kings.

Insistimos en la fecha de su nacencia: 10 de septiembre de 1928. Sus padres, Juan y Remedios, calés de pura cepa, se dedicaban a vender alfombras de pueblo en pueblo. Su madre comenzó a llamarlo "príncipe" en tono cariñoso desde que una señora al verlo lo piropeó con ese tratamiento monárquico, viéndolo tan rubito, de ojos azules. Con catorce años era palmero en el teatro Fontalba, de Madrid, enrolado en la compañía de variedades de la infortunada Mary Paz (muerta a temprana edad víctima de la septicemia) donde una primeriza Lola Flores cantaba "El lerele". En 1945 lo contrataron Pepe Blanco y Carmen Morell, donde estrenó "Tani" y "El gurugú". La primera de las coplas citadas se escuchaba a todas horas en la radio de la postguerra y el propio Pepe Blanco colaboró asimismo a su difusión. Ciento veinticinco pesetas diarias cobraba Enrique por interpretar aquellas dos piezas.

Le gustaba cantar pero el veneno del toreo lo traía loco. Con lo ahorrado en sus espectáculos pudo pagarse los avíos de torear, el primer vestido de luces. Debutó el 6 de abril de 1947 en una novillada sin picadores en la plaza de Zamora. Sus dos reses, al no darles muerte, fueron devueltas al corral. El Gobernador civil lo multó con tres mil pesetas, importante cantidad entonces. Fue un festejo para que los asistentes no lo olvidaran en su vida, ya que el otro novillero participante tampoco pudo liquidar a sus enemigos. Ambos diestros, por llamarlos de alguna manera, estuvieron unas horas tras los barrotes de la cárcel municipal, acusados de "escándalo público".

Enrique Vargas el Príncipe Gitano, hombre de inagotable fantasía, contó miles de veces a quien quisiera escucharlo, que era matador de toros y que la alternativa se la otorgó Antonio Bienvenida una tarde en Cartagena. Falso. En un tentadero sí que el malogrado maestro hizo el simulacro de concederle ese privilegio, que de nada iba a servirle. Pero Enrique se lo creyó. Y ya convencido de que lo suyo era cantar, nunca más volvería a vestirse de luces (sí, como decíamos, en algunas ocasiones "de corto", con traje campero). Me confesó una de las tantas veces que nos vimos: "La verdad es que en el ruedo yo era medroso..." Bonito adjetivo para definir su miedo.

Eso sí: aquella afición pudo revivirla en la película "Brindis al cielo", de 1953, donde vestido de luces ante las cámaras, volvió a sentirse torero en un melodrama que tuvo buena respuesta en las taquillas. Para entonces, ya había popularizado coplas como "Cortijo de los mimbrales", "¡Ay, mi Doolores!", "Cariño de legionario"… Estrenó sus primeros espectáculos en donde comenzó una principiante folclórica anunciada como Carmelita Sevilla, futura estrella de cine. Como era alto, guapo y vestía muy bien, recibió una vez en su camarín al premio Nóbel Jacinto Benavente, que lo piropeó así: "Amigo, vistiendo no tiene usted nada que envidiarle al mismísimo conde de Romanones". La verdad es que este incombustible político podía lucir bien los trajes de etiqueta, pero no le acompañaba tanto la figura.

En la década de los 60 el Príncipe Gitano era un astro del cante y la copla. En uno de sus espectáculos estrenó "El Porompompero". Por problemas con su casa discográfica la grabación se retardó para salir a la venta. Fue entonces cuando Manolo Escobar, que iba en su compañía, pidió permiso al maestro para cantarla también él, Enrique se lo proporcionó y el de Almería se alzó con el santo y seña de ese tan conocidísimo pasodoble. Lo mismo le pasó también a Enrique con Rocío Jurado, a la que dio una oportunidad de oro en su elenco: él no quiso seguir interpretando "Tengo miedo", pues decía que un hombre de su talante no podía dar la impresión de cobardía (la verdad es que en la letra se refleja otra clase de pavor) y fue cuando la artista de Chipiona convirtió esa zambra en uno de sus primeros éxitos. A Mikaela también El Príncipe Gitano la incluyó en otro de sus espectáculos, siempre muy taquilleros. Pero quien realmente fue la cantante que más apoyo tuvo de Enrique Vargas fue su hermana Dolores, la que triunfara con la rumba "A chi li pú", verdaderamente una pionera de lo que luego se etiquetó como "flamenco-pop".

El Príncipe Gitano llevó la copla española a muchos escenarios europeos, en general para españoles exiliados o trabajadores emigrantes. Pero pisó el Olympia de París con su nombre anunciado al mismo tamaño de letra que Georges Brassens, Dalila, Juliette Greco, auténticas estrellas de las variedades galas. Y en Estados Unidos fue el primer cantante español invitado al famoso "show" de costa a costa que comandaba Ed Sullivan, donde coincidió con Dean Martin y Paul Anka. Y en tierras mexicanas conoció al "Indio" Fernández, director que intimidaba, pues siempre llevaba en su cintura un pistolón. Dirigió al Príncipe Gitano en "El torero Caracho", novela de Ramón Gómez de la Serna, y "Todo por ella", mas ambas cintas nunca se estrenaron en España, que sepamos.

Media cincuentena de espectáculos estrenó. Los mejores compositores, empezando por Quintero, León y Quiroga, crearon argumentos escénicos y canciones exclusivamente para él. Grabó alrededor de quinientas piezas, la mayoría coplas y un número menor de ortodosas piezas flamencas. A partir de los años 70, con la decadencia del género y la escalada pérdida de facultades, el Príncipe Gitano fue perdiendo notoriedad. Pero no se arredró y en décadas siguientes fue cuando adaptó piezas del momento, como "Delilah", de Tom Jones y "Obladí-obladá", de Los Beatles, en una divertida fusión aflamencada. Lo que ya superó eso fue cuando se atrevió a cantar "In the ghetto" según su muy particularidad lectura de la letra en inglés, que no se entendía y parecía ser un dalecto chino. Pero los "progres" tomaron esa balada de Elvis Presley en la versión del Príncipe Gitano como un himno del pop más alucinante conocido. El cachondeo era total, pero Enrique, así me consta, se ufanaba de su pronunciación inglesa.

Enrique Vargas repartía su vida entre su finca cercana a Chinchón y la casa que compartía con una de sus hijas en Móstoles, adonde me citó una tarde para entrevistarlo. Pulsé el timbre de la puerta y al abrirse, un enorme perrazo, no acierto ahora a recordar si era o no un pastor alemán, pero se le parecía a primera vista, se me echó encima, cortándome la respiración. Por supuesto, al aparecer Enrique se rió cuanto pudo. Lo llamó para tranquilizarlo: "¡Obí, Obí…!" Sí, a ese perro, Enrique le había dedicado el título de su conocida cumbia-rock, "Obí-Obá", que luego tendría amplia difusión en las voces de los Gipsy Kings.

Nos quedan unas pinceladas sobre su vida sentimental. Ya apuntamos que a Enrique Vargas se lo rifaban las mujeres en sus tiempos gloriosos. Me dijo que la mismísima Rita Hayworth se fijó en él cierta noche en un restaurante de París y le dijo: "Sí, creo que usted es un verdadero príncipe". Pero de sus andanzas amorosas la que más me interesó fue la que me relató estando en México: una rica azteca, dos veces viuda, lo acosaba a todas horas. "Me enteré que iba a secuestrame, porque yo le iba dando de lado, y hasta fue a hablar con mi padre para que mediara en nuestra boda". Por supuesto Enrique nunca le habló de tal desposorio, pero la buena señora, cuando Enrique volvió a España, tomó un avión, localizó al cantante en Madrid y siguió sus pasos hasta que ya la situación se hizo insostenible y la doble viuda cejó su pertinaz obsesión.

Enrique Vargas se casó muy joven con su novia de siempre, María Gómez Martín, con la que tuvo tres hijos. Una de ellos, Lola, ha sido la que ha dado a conocer la muerte de su padre. La memoria del Príncipe Gitano no ha de borrarse por haber protagonizado uno de los capítulos más brillantes de la copla española.

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