Quique González en el Price: una implosión sobria de belleza y poesía
El cantautor dejó sin trabajo "al dolor amarillo y a los miedos fatales" de las casi 2.000 personas que este martes llenaron el recinto.
Quique González (Madrid, 1973) inundó el Teatro Circo Price en la noche del martes con un puñado de canciones de esas que no se bailan con los pies, sino con el corazón. Saliente de un resfriado que en absoluto afectó a su voz, el cantautor ofreció un concierto de cámara, muy sobrio, en el que el detalle sutil primó sobre el desfase y la estridencia; para escuchar desde la butaca, aunque también hubo ráfagas puntuales de ese rock&roll guitarrero y directo que, como canta en "Los desperfectos", aún tiene en el pecho.
González presentó en su ciudad natal Las palabras vividas, álbum que contiene diez canciones escritas por el poeta Luis García Montero. El cantautor quería hacer un disco poniendo música a algunos poemas del actual director del Instituto Cervantes, pero éste estimó más interesante parir criaturas nuevas poniéndose, digamos, el traje del músico. En el Price, García Montero se subió al escenario, recitó su poema "Aunque tú no lo sepas" y reivindicó el "derecho a la admiración": "Aprendí a admirar a gente más joven que yo escuchando a Quique González".
Con una banda compuesta por Toni Brunet –guitarras–, Diego Galaz –zanfona, banjo, violín y guitarra–, Jacob Reguilón –bajo y contrabajo–, Alejandro Climent –teclados y acordeón– y Edu Olmedo –batería–, González arrancó el show con "Bienvenida", una canción que el autor de Habitaciones separadas dedicó a la hija del músico, Nora. Las palabras vividas fueron la columna vertebral de la primera parte del concierto. Así, sonaron "Canción con orquesta", "El pasajero", "Las nuevas palabras", "Seis cuerdas" o "¿Qué más puedo pedirte?". "Sangre en el marcador" o "Fiesta de la luna llena" ejercieron de contrapunto eléctrico en un tramo acústico, de canciones cuasi desnudas, supurantes de lirismo y/o tristeza.
El público se fue calentando a medida que avanzaba el concierto y florecían los temas de los discos previos. "La luna debajo del brazo" fue recibida con unas palmas a destiempo del respetable –"Esto es la democracia. Cada uno da las palmas cuando quiere", dijo González entre risas–, felizmente redirigidas por Galaz. "Orquídeas", "Los desperfectos" o "Aunque tú no lo sepas" –recuerdo a Enrique Urquijo incluido– cebaron con energía y emoción un evento que se desparramó con "La casa de mis padres" o "Y los conserjes de la noche". "Clase media" y "Salitre" ejercieron de bises. La ovación final fue tan larga y cálida que, ya con las luces de cierre y los instrumentos colocados, la banda volvió a las armas y se despidió con un hermoso trueno: "Vidas cruzadas". Amable y agradecido, el cantautor consiguió dejar sin trabajo, al menos, durante las dos horas y pico que duró el show, "al dolor amarillo y a los miedos fatales" de las casi 2.000 personas que llenaron el Price.
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