Lo primero que se oye en Thanks for the Dance, el LP póstumo de Leonard Cohen (Westmount, Canadá, 1934 / Los Ángeles, EEUU, 2016), es el laúd del guitarrista español Javier Mas y, discreta, casi imperceptible, la respiración del bardo genial, aquejado de una leucemia implacable que, de hecho, le impidió ver rematada su postrera faena discográfica. Algo similar ocurre con David Bowie en su último álbum, Blackstar: antes de que estalle la brutal batería en "‘Tis a Pity She Was a Whore", se escucha el aliento, frágil, descascarillado y urgente, del no menos maravilloso artista británico.
Pocos músicos han apurado sus carreras y han afrontado la muerte con tanta dignidad y frugalidad creativa como Cohen y Bowie. Literalmente, ambos exprimieron sus mentes, sus gargantas y sus pulmones hasta el final, sin mirar los números rojos de un contador que se aproximaba al cero con la velocidad de un Ferrari. Esas exhalaciones, tan débiles y agónicas y, a la vez, tan firmes y sólidas, esas pruebas de vida a contrarreloj, plasman una consagración extrema y admirable: mientras pudieron, mientras respiraron, escribieron, cantaron y compusieron. Y a qué nivel.
Thanks for the Dance es la enésima exhibición de buen gusto, de savoir faire poético y musical de Cohen. No hay rastro de ordinariez. Ni saldos defectuosos. Dejando al margen su atómica carga literaria, sus nueve temas funcionan muy bien, si bien es cierto que tildar "The Goal" o "Listen to the Hummingbird" como canciones es, quizá, forzar el concepto de canción –son, más bien, versos recitados, de una manera más bien átona, sobre una melodía de fondo–. También hay que señalar que "Happens to the Heart", "Moving On", "Thanks for the Dance" y "Listen to the Hummingbird" los encontramos como poemas en La llama, su último libro, publicado en España por Salamandra y traducido por Alberto Manzano, y que la pieza que da título al disco ya fue previamente grabada por Anjani Thomas en Blue Alert –álbum lanzado en 2006 y cuyas letras eran de Cohen–.
Amén del autor de joyas como "The Guests", "Tower of Song" o "Treaty", el principal culpable/responsable/impulsor de Thanks for the Dance es Adam Cohen, hijo de, productor y autor –o coautor– de la mayor parte de las melodías –tarea en la que han participado también Patrick Leonard y Sharon Robinson–. Éste cumplió el último deseo de su padre: antes de fallecer, le pidió que acabara el trabajo que había dejado a medias. Quizá esto sea exagerar: Cohen legó poco más que las pistas con su voz grabada. Siete meses después de su muerte, Adam escuchó el material y lo dotó de órganos llamando para la causa, junto a los músicos y compositores ya citados, a la cantante española Silvia Pérez Cruz, al productor Daniel Lanois, a Richard Reed de Arcade Fire, a Damien Rice, a Beck o al coro berlinés Cantus Domus.
Lo primero que se oye, decía, en Thanks for the Dance es el laúd de Mas y la respiración de Cohen. La canción que abre el disco se llama "Happens to the Heart" y es absolutamente redonda. Agarra al oyente del brazo y, con serenidad, lo traslada a una habitación a oscuras, sólo iluminada por la luz tenue de una vela medio derretida, dejándole a solas con el cantante. La pieza desarma, atrapa y emociona. El susurro de Cohen hipnotiza y embauca; el laúd de Mas corta y a la vez sutura. Hay serenidad e ironía frente a lo inevitable, y alberga versos maravillosos, de esos que recuerdan que la poesía es algo más serio y más respetable que esa cosa zarrapastrosa y barata que se vomita en Instagram y en algunos micros abiertos:
Trabajé siempre con firmeza
pero nunca lo consideré un arte.
Financiaba mi depresión
viendo a Jesús, leyendo a Marx.(…)
En la prisión de los talentosos
me llevaba bien con el guardia.(…)
Ahora el ángel tiene un violín
y el demonio tiene un arpa.
Cada alma es como un pececillo,
cada mente es como un tiburón.
He abierto todas las ventanas
pero la casa, la casa está a oscuras.
Basta con decir "Me rindo",
es así de sencillo
lo que le pasa al corazón.
Hay un deje español en el primer tercio del disco: la guitarra española vertebra "Moving On", canción en la que se añora un amor que ha desaparecido (¿o muerto?) –"Y ahora te has ido, ahora te has ido / como si nunca hubiera habido un tú. / Reina de las lilas, Reina del azul, / ¿quién pasa página, quién engaña a quién?"–; por su parte, "The Night of Santiago" es una adaptación libre de "La casada infiel", de Federico García Lorca, en la que Cohen coquetea, sobrio y divertido, con el flamenco y el arriquitáun, palmeo incluido.
"Thanks for the Dance" es un vals crepuscular, elegante y amargo sobre un romance ya caducado: "Gracias por el baile, / fue un infierno, fue maravilloso". En "It’s Torn" refulge el recuerdo de sus días en la isla griega de Hydra y de su amante Marianne Ihlen, quien murió tres meses antes que el cantante. "The Goal" es una especie de último ajuste de cuentas consigo mismo cargado de resignación: "Nadie a quien seguir / y nada que enseñar / excepto que el objetivo / está fuera de alcance". "Puppets" es una afrenta contra los poderosos, divide el mundo en "marionetas alemanas" y "marionetas judías" y alerta contra los "comandos de presidentes marionetas" y las "tropas de marionetas que queman la tierra". "The Hills" comparte atmósfera musical con los discos de los primeros 2000 (Ten New Songs y Dear Heather). En esta canción, Cohen asume de una manera explícita la venida inminente de la parca: "Sé que ella viene / y sé que ella mirará / y ese es el anhelo / y ese es el garfio". Finalmente, la tenebrosa "Listen to the Hummingbird" fue registrada durante la presentación de You Want It Darker en Los Ángeles: "Escucha al colibrí / cuyas alas no ves. / Escucha al colibrí, / no a mí". La estructura se repite con "quien está al mando", el "corazón soberano" y "la mente de Dios / que no necesita ser".
La web oficial de Cohen colgó en Youtube un breve documental sobre la grabación de Thanks for the Dance, donde el cantautor aparece sentado en una silla ortopédica –tenía destrozada la columna–, trajeado, frente a un micrófono condensador. Físicamente, se le ve machacado. Sin embargo, sus ojos refulgen ilusión, resistencia, ganas de una última pelea/tarea. Enternece ver en su cara muestra esa media sonrisa suya, tan pícara y entrañable. El premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2011 no claudicó, y concluyó, con la inestimable ayuda de su hijo Adam –"la sangre no es agua", dicen los sicilianos, y qué hermoso cuando eso se nota– su magnífica carrera "con una pequeña verdad / en el aquí y ahora". Quienes le admiramos hacemos nuestro el título de su último álbum: gracias por el baile, Leonard Cohen.