Nunca fue Andrés Calamaro torero de bragueta. El cantante, a sus cincuenta y pico, es un diestro de arte, un matador caro que se curtió esquivando puñales, robando las pastillas de la suegra –es un decir; ¡que nadie marque el 091!–, comprobando que el tiempo es muy poco y exprimiendo la bohemia. Este viernes, en Madrid, plaza de toros de judíos y moros, el argentino se presentó a porta gayola y armó el taco ofreciendo una faena explosiva, compacta, libertaria, nutrida –interpretó unas 25 canciones– y global –salvo de On the Rock, Volumen 11 y Sin documentos, se escucharon piezas de todos los álbumes que publicó en los últimos 30 años–.
Calamaro, devoto taurino y cofrade de Dylan, iluminó y oxigenó la noche botánica, ecuatorial y castiza del Real Jardín Botánico Alfonso XIII. Sin gafas de sol y con un pañuelo pirata en la frente, poseído por el duende y comandando a su tropa desde un teclado, cantó con solera y gustándose, bailó con flow, habló de su última visita al dentista, recitó a la Villa un poema largo y hermoso. Aquí van dos fragmentos –reproducidos con el consentimiento del autor y facilitados por él mismo a LD–:
Escenario de congresos
y de patria como lengua.
Tu nombre tiene música
si mengua mi tabaco.
Renace en la cerveza
de mañana al mediodía.
Tremenda melodía
la que escucho cuando viajo.
Lejos de estas calles que son mías,
Madrid entera, tu melodía.
Me viste en mi peores días
y madrugadas en la Gran Vía.(…)
Me clavo una redondilla
a la villa y a la corte.
Que el respetable soporte
si va al suelo la rodilla.
Botánico maravilla,
Madrid es Plaza de Toros.
Es de judíos y moros.
Me despido mientras tanto
para enfocarme en el canto
que me sale por los poros.
Su cuadrilla, compuesta por Germán Wiedemer (piano), Martín Brun (batería), Mariano Domínguez (bajo) y Julián Kanevsky (guitarra), generó un sonido poderoso y muy eficaz. Todos los miembros del conjunto demostraron sus tablas. Quizá, mención de honor merezca el guitarrista. Hay que subrayar que, en el escenario de este concierto de rock&roll (im)puro, sólo había un tipo tocando la guitarra. En este tipo de ecosistemas, lo habitual es que haya dos guitarristas, uno solista y otro de apoyo –o que se vayan turnando según lo pida la canción o según estén distribuidos los roles–. Y Kanevsky, en la noche del viernes, lo fue todo. No dejó un solo resquicio sonoro.
Justificaba el show su último disco, Cargar la suerte, su tercer ochomil, del que sonó una representación generosa: "Verdades afiladas", "Tránsito lento", "Cuarteles de invierno", "Falso LV" y "My Mafia". En el repertorio, también ocupó un lugar destacado el mítico Honestidad brutal, lanzado hace justo veinte años, y que se manifestó, glorioso y maldito, con "Clonazepán y circo", "La parte de adelante", "Los aviones" y "Paloma". Entre canción y canción, se colaban declaraciones del cantante Jorge Cafrune, fragmentos de un discurso del Ché y el riff de "Back in Black", de AC/DC. Además, en solitario, el Salmón se marcó una versión de "Esa estrella era mi lujo", de Patricio Rey y Los Redonditos de Ricota.
El invitado, Coque Malla, bordó "Crímenes perfectos" y ejerció de escudero en "Tuyo siempre" y en los bises: "Flaca" y "Me estás atrapando otra vez". El repertorio Rodríguez también se exhibió con "A los ojos", "Mi enfermedad" y "Milonga del marinero y el capitán". Los más acérrimos agradecimos escuchar piezas poco habituales, como las hermosas "Ni hablar" y "Algún lugar encontraré", o la oscura "All you need is pop". El respetable, bullicioso, heterogéneo y transversal, se desgañitó y fue feliz. Por eso gritó "torero, torero", aplaudió hasta reventar y consiguió que el protagonista de la faena abandonara el escenario por la puerta grande.