5 años de la inesperada muerte de Paco de Lucía
El artista jugaba con sus hijos en la playa cuando sintió una rara sensación: frío en su garganta. Era un fulminante infarto de miocardio.
La guitarra de Paco de Lucía enmudeció para siempre hace de esto cinco años. Era la madrugada del 25 al 26 de febrero de 2014, media tarde en una playa de Cancún, México. El artista jugaba con su hijo menor, el quinto de los que tuvo con las dos mujeres de su vida, sus grandes amores. De pronto, Paco sintió una rara sensación: frío en su garganta. Acudió pronta a auxiliarlo su segunda esposa, Gabriela. Llegaron a un hospital llamado de la Playa del Carmen, dirigiéndose a urgencias. Todavía él iba de pie, hasta que en un instante pidió a gritos ayuda, y se desmayó. Un fulminante infarto de miocardio acabó con la existencia del más genial de los guitarristas flamencos españoles de los últimos tiempos.
Fue una muerte inesperada. Nada hacía presagiar ese fin de Paco de Lucía, quien hacía un tiempo alejado del tabaco. Ya no era como en el pasado, cuando liquidaba dos cajetillas diarias. Ni tampoco llevaba parecida vida bohemia como en el Madrid de los años 70, cuando empalmaba la noche con el día en juergas interminables. Y desde luego se había impuesto asimismo no probar ninguna droga más. Como el fútbol era una de sus aficiones predilectas, lo practicaba de vez en cuando, como aquella última tarde. Pescaba a menudo, pargos sobre todo. Precisamente esa noche en la que era cadáver había proyectado una cena con un amigo. Que él se encargaría de preparar, pues era un buen cocinero. Por esos días, dando los toques finales al que sería su disco póstumo, de coplas, "Canción andaluza", pensaba abordar una grabación dedicada al flamenco, obsesionado con la pureza del género que siempre había absorbido en su mente, en su arte, aunque algunos de los críticos más ortodoxos le negaran a veces el pan y la sal. Desde luego lo que no soportaron es que Paco se aliara artísticamente con Chick Corea, Al di Meola, McLaughlin, virtuosos del jazz y el pop-rock, cuyos disco y actuaciones a dúo, en cuarteto, aportaron al guitarrista gaditano una dimensión internacional.
Paco de Lucía había nacido en Algeciras el 21 de diciembre de 1947 en el seno de una familia humilde. Francisco Sánchez Gómes, con ese, era su nombre y apellidos; el segundo, portugués, pues esa era la nacionalidad de su madre, Luzía, así escrito en luso. Fue el padre del futuro gran artista, Antonio Sánchez, quien lo introdujo en el manejo de la guitarra, lo mismo que a su otro hijo, Ramón, en tanto Pepe se dedicaría al cante. Antonio era vendedor ambulante que a lo poco que ganaba añadía cuanto podía sacarle a los señoritos que lo reclamaban para amenizarles alguna juerga en cualquier cuarto o venta algecireña, donde se apañaba con una vieja bandurria. Él le insistía a Paco para que no dejara de tocar todos los días una guitarra que le procuró. A fuerza de ese tesón, llegaría el momento en el que pudo volar solo. Tras una época en la que acompañaba en los tablaos madrileños a figuras del cante, y viajar por media Europa enrolado en una compañía festivalera ya se transformó en solista a principios de los 70. Fue "Entre dos aguas", la rumba que grabó ocasionalmente en 1974 para completar un álbum, la que le procuró su popularidad nacional. Hasta entonces, su nombre sólo era conocido en el mundillo flamenco. Su buen amigo Jesús Quintero "El loco de la colina", que tenía un programa de sobremesa en Radio Nacional de España, lo ayudó en la obtención de esa notoriedad, convirtiéndose en su agente artístico una temporada. Y así, Paco de Lucía ya actuó ante un público más joven, menos o nada entendido en flamenco, que lo encumbró como si fuera también una figura pop. Y después, su triunfo internacional. Hasta su muerte, cuando ya decía estar muy cansado. Decidió subir su caché para librarse de nuevos contratos, y resulta que los empresarios aceptaban sus condiciones y él seguía esclavo de su guitarra. La que tanto quería, pero también la que le suponía mucho esfuerzo y cansancio.
Precisamente a causa de tantos viajes fuera de España su primer matrimonio se fue a pique. Se había casado con Casilda Varela, hija del bilaureado general y de una aristocrática dama norteña. El noviazgo de la pareja no había sido bendecido por la familia de ella. Los Varela eran franquistas de toda la vida y no admitían a un "desclasado" como Paco, que además era de izquierdas y llevaba un tipo de vida que no era del gusto de sus futuros suegros, razón por la que no hicieron acto de presencia en el enlace acaecido en Amsterdam el 27 de enero de 1977. Tardaría mucho tiempo para que, ya fallecido el padre de Casilda, su madre, marquesa de San Fernando, aceptara a regañadientes a su yerno, ya famoso por cierto y con suficiente patrimonio. Tres hijos alumbraron, dos chicas, hoy periodistas, y un varón, realizador de cine. Con un documental suyo, que vino a ser como el testamento en imágenes y sonido de su padre.
Veinte años duraría el matrimonio. Nunca dieron explicaciones de su ruptura. Sin duda, los continuos desplazamientos del artista, dieron al traste con aquella unión. Pero Casilda, encantadora mujer, supo comprender a Paco y se separaron sin escándalo alguno, al punto que siguieron de alguna manera en contacto, en particular para que él estuviera al corriente de la vida y estudios de su prole. Los visité en su chalé de Mirasierra, al norte de Madrid en varias ocasiones. Paco no recibía apenas a periodistas, como tampoco concedía entrevistas salvo en contadas ocasiones. Siempre les agradecí esa deferencia conmigo. Si Casilda, que nunca volvió a casarse por el amor que siempre tuvo hacia Paco, es un ser exquisito en el trato, Paco era cortés, de una tremenda naturalidad y sencillez lo que estando a su lado te hacía sentirte cómodo, como en familia. Jamás alardeó de sus triunfos. Serio aparentemente, dejaba la expansión, las chirigotas y las bromas cuando se encontraba en sus lares gaditanos. Su generosidad fue grande. La demostró con Camarón de la Isla, de ahí que mucho le doliera cuanto se dijo a la muerte de José, en el sentido de que se había aprovechado económicamente de las canciones y discos del cantaor. Se contaba que estando Paco en Nueva York, enterado de la muerte de Sabicas, veterano guitarrista que se había establecido en los Estados Unidos, dispuso de pagar los gastos de su traslado y entierro a Pamplona. Lo que apenas se supo y sí contó su biógrafo Juan José Téllez.
Camarón nos dejó en 1992. Paco de Lucía se fue después de España, asentándose en México y en Cuba. En un paraje caribeño, Cancún, decidió comprar una casa frente al mar, a pie de playa. Allí se fue a vivir con Gabriela Canseco, una historiadora de arte, veinte años menor que él. Tuvieron dos hijos, Antonia y Diego. También Paco y Gabriela residieron un tiempo en Toledo, y otro en Mallorca. Mas finalmente el guitarrista optó por aquellos parajes mexicanos de Yucatán. Le gustaba, cuando no tenía viajes y conciertos, sentirse muchas horas en soledad, para componer. Tenía que pulsar las notas de su guitarra a diario. Eso mismo me confesó un día nada menos que Andrés Segovia. Y también era feliz alejado de la multitud, sin ser reconocido, sin tener que firmar autógrafos o "hacerse selfies". Gabriela supo comprender a un genio como Paco, que necesitaba su espacio propio (el estudio de grabación en su casa), momentos en los que disfrutaba viendo retransmisiones de fútbol por televisión, o si leía a menudo. Lo que hacía desde muchos años atrás, adquiriendo una suficiente cultura: la que no recibió de niño ni de joven.
El entierro de Paco de Lucía reunió ante el féretro a sus dos esposas e hijos. Y miles de personas que acompañaron al cortejo fúnebre hacia el cementerio de Algeciras. Allí, en su ciudad, el Ayuntamiento le erigió una estatua, y programó una ruta por los lugares que frecuentaba el guitarrista para que los turistas sepan cosas suyas. Su memoria está viva. Yo mismo, cuando en Madrid tomó el "Metro" y advierto la estación que lleva su nombre, no dejo de recordar cuando en sus aledaños lo visitaba. Pero lo mejor es seguir escuchando sus discos, con aquella guitarra de la que brotaban notas de sus dedos, pero sentidas desde el fondo de su alma.
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