Sonará patético –sacrílego, incluso, para los más ultras–, mas confieso que me enteré de la existencia de un grupo que se llamaba The Beatles viendo, con seis o siete años, el primer episodio de la quinta temporada de Los Simpson. Era un capítulo maravilloso, de cuando la serie creada por Matt Groening tenía gracia y no daba vergüenza ajena. En él, Homer, Apu, el director Skinner y Barney montan un cuarteto vocal llamado "Los Solfamidas". Aún resuena en mi cabeza, de un modo nítido y fresco, su canción, sencilla, puede que tonta, también bonita: "Cómo me mola el cartel ‘Bebé a bordo’ / en el cristal de mi coche".
Trasunto de la banda inglesa, Los Solfamidas alcanzan la gloria, sufren delirios de grandeza, se tiran los trastos a la cabeza y rematan su carrera con un concierto feliz en la azotea del bar de Moe, suspendido por una intervención policial. En el episodio, la limusina de George Harrison se detiene frente a la taberna. El guitarrista escucha unos segundos de la actuación y asevera: "Eso ya se hizo".
Este miércoles se conmemora el quincuagésimo aniversario del concierto que, más que celebrar, improvisaron The Beatles sobre el tejado del número 3 de Savile Row, sede de Apple Corps –compañía fundada por el grupo para auspiciar talentos jóvenes y desconocidos y que pasó a la historia como un "fiasco sin atenuantes" (palabras de Philip Norman, biógrafo de Paul McCartney)–. Resumiendo en extremo, el show duró 42 minutos y se plasmó en una de las postales más icónicas –e imitadas– de la historia del rock en particular y, sin exagerar, de la del arte contemporáneo en general. Aquí, en LD, dejamos a los lectores la interpretación de "Don’t Let Me Down", de John Lennon. En las imágenes, aparece una banda que desborda complicidad, que toca con elegancia, energía y personalidad y que, sobre todo, disimula muy bien su estado crítico.
A medida que agonizaba 1968, la "herida supurante" (Lennon dixit) de The Beatles no sólo no se cerraba, sino que se gangrenaba de un modo imparable. Lennon ocupaba su tiempo con Yoko Ono y con las drogas; Ringo Starr baqueteaba desmoralizado; McCartney remaba contracorriente, intentando evitar el naufragio del conjunto, y, sobre todo, el bueno de Harrison se sentía despreciado por la gran dupla dominante. El guitarrista conjugaba el ninguneo de su propia banda y, a la vez, el reconocimiento efusivo de algunos gigantes como Bob Dylan, Eric Clapton o The Band.
McCartney quería huir del manierismo sonoro del disco blanco e ir al hueso, renunciar a los adornos, volver al rock más esencial, al rythm & blues y al soul. El bajista congregó a sus compañeros el 2 de enero de 1969 para lanzar un proyecto llamado Get Back ("Volver") y que implicaría un retorno a sus orígenes musicales y el regreso a los escenarios –la banda llevaba sin actuar en directo desde 1966; consideraba que sus canciones se habían vuelto demasiado complejas para ser exhibidas en recintos llenos de admiradores gritando–.
Además, McCartney propuso grabar las sesiones de ensayo para hacer un documental que mostrara cómo The Beatles se preparaban para un concierto. La cinta sería dirigida por Michael Lindsay-Hogg y culminaría con el rodaje de un directo en un anfiteatro romano ubicado en Túnez –también se barajó grabar en un crucero o en las pirámides de Egipto–, según cuenta el ya citado Philip Norman, con la música resonando como el cántico del almuecín para convocar a decenas de miles de fieles. Tal y como declaró Lennon en 1971: "Paul quería hacer otra película, o que fuéramos de gira o hiciéramos no sé qué. George y yo murmurábamos entre dientes eso de 'no tengo ganas de hacer el gilipollas'. Pero de una manera u otra, lo dispuso todo y empezamos las discusiones sobre lo que se iba a hacer y todo lo demás".
"No se puede hacer música a las ocho"
En estas, The Beatles se trasladaron a los estudios de Twickenham. La grabación no pudo arrancar peor: por un lado, la acústica del inmueble no era la ideal; por otro, el grupo, que estaba acostumbrado a grabar en EMI a sus anchas y durante largas sesiones nocturnas, ahora tenía que madrugar y ensayar ante un equipo cinematográfico. En palabras, de nuevo, de Lennon: "Teníamos que empezar a las ocho de la mañana y, por supuesto, no se puede hacer música a las ocho, las diez o a la hora que fuese en un sitio extraño, con focos de colores y gente filmando. Lo que se hizo quedó allí, yo no quise saber nada. Nadie se molestó en absoluto, ni Paul".
El 10 de enero, tras una bronca discusión, George Harrison anunció que dejaba el grupo. Lennon encajó el golpe con sarcasmo y propuso sustituirlo por Jimi Hendrix o Eric Clapton. El encargado de prensa de la banda, Derek Taylor, conversó con el guitarrista para que volviera a la formación de Liverpool. Este puso dos condiciones: 1) McCartney tenía que dejar de tomarle por el pito del sereno, y 2) Descartar la idea de hacer conciertos en lugares exóticos para centrarse en el próximo álbum. El bajista aceptó sin poner objeciones y, tras un pequeño receso, acordaron mudarse al estudio de grabación del sótano del número 3 de Savile Row, instalado, en teoría, por Magic Alex Mardas durante la mayor parte del año anterior.
Con el propósito de crear un álbum "honesto", sin "nada de esa mierda de producción" (Lennon), la banda convocó a George Martin como productor. Cuando este llegó a Savile Row, no encontró ningún tipo de material de grabación en condiciones. Además, un equipo de calefacción central contiguo generaba un ruido invasivo que había que amortiguar. Para poder trabajar como Dios manda, importaron una montaña de aparatos del, según Norman, "miserable y desactualizado EMI".
El ambiente mejoró con la incorporación del cantante y organista Billy Preston, convocado por Harrison no sólo por sus habilidades musicales, sino porque el autor de "Here Comes to Sun" consideraba que las peleas serían menos frecuentes si una persona ajena a la banda estaba presente. Grabaron un centenar de temas aferrados a la idea de que no hubiera cortes ni grabaciones. En algunos casos, hicieron hasta sesenta tomas. Cuando Martin expuso que no sabía si la sexagésima representaba alguna mejoría con respecto a la anterior, Lennon le espetó: "En ese caso no sirves para una mierda". Poco a poco, Martin fue delegando la producción en su asistente, Glyn Johns.
"Espero que hayamos pasado la prueba"
Durante estas sesiones, el grupo siguió debatiendo sobre el dónde, el cuándo y el cómo se haría el concierto que tenían previsto filmar. Optaron por una solución sencilla e instantánea. En el mediodía del 30 de enero, se subieron a la azotea, improvisaron un escenario y, por primera vez en tres años, ofrecieron un último concierto –en realidad, una sesión de ensayo e improvisaciones– que duró 42 minutos. Hacía un frío que pelaba y, por ello, Lennon y Harrison se pusieron los abrigos de piel de sus respectivas esposas, Ono y Pattie Boyd. Ante una audiencia ciudadana creciente, The Beatles tocaron la ya citada "Don’t Let Me Down", "Dig a Pony", "One After 909" o tres versiones de "Get Back". Precisamente, a la tercera "Get Back", llegó la policía. Las empresas de la zona se quejaron por el ruido. Según cuenta William Blair en The Beatles. Su historia en anécdotas (Ma Non Troppo, 2010), el denunciante, el jefe de contabilidad del cercano Royal Bank of Scotland, se llamaba Stephen King –no tenía nada que ver con el gran maestro del terror–. "Has vuelto a tocar en la azotea y sabes que a tu mami no le gusta. Va a hacer que te arresten", dijo McCartney al ver a los agentes. "Me gustaría dar las gracias en nombre del grupo y de nosotros mismos, y espero que hayamos pasado la prueba", remató Lennon.
Algunas de las canciones interpretadas en la azotea terminaron por incluirse en el disco que terminó siendo Let It Be; al día siguiente, grabaron las últimas piezas que formarían parte del álbum, cuyo lanzamiento, previsto para julio de 1969 –coincidiendo con la presentación del documental Get Back–, se retrasó, sobre todo, por disconformidad con el resultado. En palabras de Lennon: "Glyn Johns hizo las mezclas y nos mandaron una prueba para saber qué nos parecía. Estábamos asqueados. (…) Entonces vino Phil Spector, que había querido trabajar con nosotros desde hacía mucho, y se le pidió que lo arreglara. Hizo un trabajo buenísimo".
Finalmente, Let It Be terminó viendo la luz tras la publicación del último disco grabado por The Beatles: el magnífico Abbey Road. El concierto de la azotea supuso la despedida formal del grupo en los escenarios. Fue un acto hermoso, icónico. Demasiados lo han imitado. U2, por ejemplo, es reincidente: en marzo de 1987, con la grabación del videoclip "Where The Streets Have No Name", en Los Ángeles, y en enero de 2009, ofreciendo un show en la azotea de la BBC. Dignas copias. Como dijo George Harrison en Los Simpson: "Eso ya se hizo".