Tras casi dos años sin subirse a un escenario, que ya es mucho tiempo para quien no puede prescindir de cantar pese a la fortuna que posee cifrada en mil millones de euros, aproximadamente, aunque la revista Forbes la estime en ochocientos cincuenta millones, Julio Iglesias ha reaparecido hace pocos días en la localidad de Taskent, Uzbekistan. La última vez que actuó en público fue en diciembre de 2016. Luego, por sus problemas de salud fundamentalmente, decidió suspender sus giras. Tiene ahora pendiente dos galas el 1 y 2 de octubre en Dubai y otra el 17 del mismo mes en Moscú.
Viene extrañando el comportamiento de Julio Iglesias, que estuvo en agosto veraneando en su mansión malagueña de Ojén con su esposa e hijos, "sin dar un cuarto al pregonero". Es decir: encerrado allí a conciencia, sin salir a fiesta alguna y sin recibir visitas de amigos. Por supuesto sin conceder entrevista periodística alguna. Hasta se ha filtrado que, ni siquiera por teléfono, quería saber nada de algunos de sus conocidos que trataron de comunicarse con él. Sólo se sabe, por boca de su socio Hidalgo, el de Halcón Viajes, y Ramón Arcusa, su colaborador años atrás, componente del Dúo Dinámico, que el ídolo de la canción está bien. Sin aportar más detalles.
¿Qué le ha pasado a Julio Iglesias para no cumplir sus deseos, anunciados a bombo y platillo en 2017, asegurando que celebraría su medio siglo como cantante el 18 de julio del presente año, en el estadio Santiago Bernabéu, como recuerdo de su triunfo en el Festival de Benidorm con "La vida sigue igual"? Hubiera sido un espectacular evento con participación de populares figuras de la canción, amigos suyos, como Plácido Domingo. Eso lo dijo Julio, se publicó y ni él ni nadie ha dado explicaciones sobre su suspensión. Ello ha desatado, lógicamente, toda clase de conjeturas. Dos, sobre todo, como posibles causas de su silencio: agravamiento de su crónica enfermedad o extrema prudencia ante un asunto que ha de despejarse estos días. Se trata de la convocatoria de un juez para que se someta a unas pruebas de ADN, en relación a la demanda de Edite Santos, quien asegura que el cantante es el padre de su hijo Javier, de cuarenta y tres años. En el entorno de Julio Iglesias se asegura que no tiene intención de acudir a esas pruebas, en cuyo caso el abogado que defiende los intereses de la mencionada señora y su hijo mantiene la opinión de que tal conducta significaría aceptar tal paternidad, puesto que ya el juez que entiende el caso aceptó como pruebas, que han dado un noventa y nueve por ciento de seguridad, unas servilletas de papel y alguna botella de plástico vacía, con saliva obtenida de Julio José, su hijo, en unos cubos de basura.
Julio Iglesias de la Cueva vino al mundo a las dos de la tarde del 23 de septiembre de 1943, en la antigua Maternidad Provincial de Madrid sita en la calle de Mesón de Paredes, a espaldas de la Ribera de Curtidores, eje del popular Rastro. La madre, doña Charo, fue asistida naturalmente por su marido, el ginecólogo doctor Iglesias Puga. Los padres del futuro cantante se habían casado en noviembre de 1942, vivían modestamente en una pensión de la Gran Vía y con la llegada de su primer vástago, de los dos que tuvieron, alquilaron un piso en el barrio de Argüelles, que es donde transcurrió la niñez, adolescencia y primera juventud del futuro ídolo de la canción.
Se ha contado miles de veces que de no haber sido por el accidente de coche sufrido a sus veinte años de edad Julio nunca se hubiera dedicado al mundo del espectáculo. Su objetivo era estudiar la carrera de Derecho, licenciarse como abogado y hacer alguna oposición. Pero el destino se burló de tales deseos. Eladio Magdaleno, un practicante que trabajaba en la Maternidad junto al doctor Iglesias, le regaló una guitarra avejentada que tenía guardada en un desván desde que dejó de pertenecer a una Tuna. Y con ella se entretuvo Julio, mientras componía unos versos y buscaba algunas notas para lograr alguna canción de su cosecha. De esa manera autodidacta, sin absolutamente lecciones de nadie, el neófito compositor creó estas primerizas canciones: La vida sigue igual, El viejo Pablo, Yo canto, Tenía una guitarra…
Un conocido suyo lo convenció para que las mostrara a los directivos de la casa discográfica Columbia. Les gustaron. Julio sólo tenía la pretensión de que las cantara otro, un profesional, y no él. En principio, el elegido para competir en el Festival de Benidorm con La vida sigue igual fue un canario llamado Manolo Pelayo, pero en vísperas del certamen enfermó y entonces Martín Garea, responsable del sello discográfico, determinó que el propio Julio Iglesias defendiera su canción. A trancas y barrancas se presentó en la ciudad costera alicantina, conduciendo un Seat. Lo acompañaba Manolo Otero, también participante en esa muestra musical. Y aquel 18 de julio de 1968 nació un nuevo intérprete de la canción romántica, al que premiaron con cien mil pesetas y una estatuilla. Nadie podía pronosticar que en la década siguiente iniciaría una escalada imparable hasta convertirse en el cantante más celebrado de habla hispana, el máximo vendedor de discos, alrededor de trescientos cincuenta millones de copias vendidas en el mercado internacional. Mas nadie daba un duro por él entre los críticos musicales y periodistas del mundo del espectáculo. La gran mayoría de ellos pensaba que ni tenía voz, ni estilo, ni condiciones. En "Los 40 Principales", de la cadena Ser, su responsable no quería saber nada de Julio, al que juzgaba como un pésimo intérprete. Doy fe porque escuché ese comentario.
¿Y su vida íntima? ¿Fue siempre un seductor? Que se sepa, tuvo una novieta en su época de estudiante. Que alternaba con una mujer casada que estaba prendada de los encantos del joven Iglesias. Pero la primera fémina que conquistó su corazón se llamaba Gwendoline Bolloré, una guapísima chavala hija de unos riquísimos padres franceses. La conoció en un "pub" londinense. El padre de Julio, cuando observó la mejoría de su hijo, le instó a que se tomara unas vacaciones en Londres: aprendería así un idioma y de paso se olvidaría un poco de los malos momentos atravesados durante su larga convalecencia. Y en la capital británica, mientras actuaba en algunos locales acompañando de su guitarra, remedando éxitos de Los Beatles y Tom Jones, se fijó en una bella muchacha, la tal "Gwendolyne", con la que convivió cierto tiempo, dedicándole una composición propia, con la que se presentaría en el Festival de Eurovisión.
El siguiente amor de Julio Iglesias fue una atractiva actriz inglesa, con la que intimó durante el rodaje de su primera película, La vida sigue igual, de corte absolutamente autobiográfico. De las caricias impuestas por el guión pasaron a mayores. Y muchos fines de semanas, Julito tomaba un avión rumbo a Londres para encamarse con Jean Harrington.
Para la época, año 1970, Julio Iglesias ya ganaba un buen dinero por actuación: cien mil pesetas. Aunque vivía obsesionado, como comprobé, cuando nos preguntaba qué tal les iba a Nino Bravo o al emergente Camilo Sesto, entre otras figuras. Aunque la realidad era que el único verdadero ídolo se llamaba Raphael. Joan Manuel Serrat tenía una parroquia de admiradores distinta, pero al fin y al cabo, un número 1. Julio Iglesias no lo fue hasta tres o cuatro años más tarde, que es cuando consiguió lo que tanto tiempo ansiaba: ser portada de ¡Hola! Fue al casarse con Isabel Preysler. Se conocieron en una fiesta durante la Feria del Campo, verano del 70. La entonces estudiante filipina no le hizo caso al principio pero como Julio siempre ha insistido cuando algo le interesaba no cedió hasta tener una primera cita con ella. Se casaron el 20 de enero de 1971. Boda "de penalty". La novia iba embarazada. Fue Julio quien tomó la iniciativa de la ceremonia, porque Isabel en ningún momento lo presionó. La niña nació en Lisboa, y no era "sietemesina", como se quiso dar por cierto entre algunos familiares de la pareja. Julio estaba ese día cantando, lejos del sanatorio donde había dado a luz Isabel. Y a pesar de que ambos se querían y no ocultaban su amor, Julio aprovechaba toda ocasión para irse con otras. En 1973 se le veía fascinado en México por una presentadora, Sasha Montenegro, una más en su agenda roja.
Pese a la infinidad de mujeres que pasarían por el lecho del cantante, quienes lo conocimos al principio de su carrera mantenemos que Isabel Preysler fue la mujer a la que más quiso. Pero él pasaba hasta diez meses fuera del hogar. Isabel, que lo había acompañado en algunos larguísimos viajes por Hispanoamérica, aguantando molestias y un sinfín de incomodidades, cuando a Julio apenas le pagaban para hacer frente a las facturas de los hoteles y comer con sus músicos, y tanto se sacrificó por él que acabó por cansarse de ser la mujer consentida y bien coronada de cuernos. No pasamos por alto que amén de incontables "ligues" en sus giras fuera de España, en 1975, estando casado con Isabel, se encaprichó de una bailarina portuguesa que actuaba en la misma sala que él en la localidad costera gerundense de San Feliú de Guíxols. Era María Edite. Según testimonio de ésta, se acostaron varias noches, quedó embarazada, tuvo a su hijo Javier que es por lo que viene hace años luchando para que sea reconocido como hijo de Julio Iglesias. Isabel Preysler, entre tanto, era ajena de que su marido le era infiel casi todos los días que pasaba fuera de casa. Conservo alguna de las tarjetas que me enviaba Isabel (supongo que también a algún otro colega, no muchos) donde me daba las gracias por alguno de los reportajes que les hice. Julio me decía siempre: "Trátame bien, Manolo". Isabel Preysler fue tajante cuando al volver Julio de un viaje a la Argentina se dio de bruces con esta situación: Isabel le instaba a irse de casa y a iniciar los trámites para la separación definitiva. Era el 12 de julio de 1978. Se han cumplido ahora cuarenta años. La nulidad matrimonial la obtuvieron en agosto del año siguiente. Como vulgarmente se dice, "por ser vos quien sois". El tribunal eclesiástico de Brooklyn fue muy condescendiente al concedérsela.
Y desde entonces cada uno hizo su vida. Isabel Preysler le ganaría, andando el tiempo, en portadas. Ella nunca, desde que fueron novios, se casaron y fueron matrimonio, idolatró a Julio como cantante: lo quería sólo por sus encantos, por su sensibilidad, mas no por la popularidad que le deparaban sus canciones. Y Julio Iglesias, siempre recordándola, inició su interminable carrera de "latin lover", emulando a quienes en otras épocas habían conquistado a las más fascinantes mujeres, como aquel lejano Rodolfo Valentino. Molesto desde luego cuando se enteró que lo había engañado con Carlos Falcó, se desquitó con todas las mujeres que tuvo a tiro. Nombraremos a las que más paseó por las revistas del corazón tras vivir con ellas apasionadas veladas: Giannina Faccio, Priscilla Presley (viuda de Elvis), la voluptuosa actriz Sydney Rome, Virginia Slip ("La Flaca") con la que estuvo a punto de casarse, lo mismo que le ocurrió con la tahitiana Vaitiare… Parece que quiso llevarse "al huerto" también a Diana Ross… pero ella no se dejó y poco menos le hizo ver que se equivocaba de mujer. Así, podríamos seguir enumerando sus conquistas.
El 24 de agosto de 2010, en secreto, contrajo matrimonio con Miranda, con quien llevaba ya unos años de convivencia, que le ha dado cinco hijos. Las correrías de Julio desde entonces de cama en cama, ya fueron espaciándose. Últimamente, él pasa más tiempo, solo, en una de sus muchas propiedades en Punta Cana, República Dominicana, en tanto su mujer e hijos continúan en Indian Creek, la mansión de Miami. ¿Van a separarse? No lo parece. Pero el cantante vive su vida, esa que quiere contarnos en un libro, ya anunciado, pero aún no aparecido. Para quienes quieran leer una biografía compacta y bien documentada, les sugiero este título: Julio Iglesias. Cuando vuelva a amanecer, escrita con sumo rigor por Andrés López Martínez. Se limita a contar cuanto ha recopilado sobre el divo, ahorrándose innecesarios adjetivos ditirámbicos. La ha editado Milenio.
Por lo demás, Julio Iglesias tiene todas sus propiedades en España a nombre de Miranda. ¿Evitando así que su supuesto hijo valenciano reclamara parte de esa herencia? El resto, en los Estados Unidos. En Las Bahamas, buena parte de sus negocios, aprovechando ventajas fiscales, tras deshacerse de mucho de lo que tenía en la República Dominicana, por llevarse mal con uno de sus dos socios; el otro era el desaparecido modista Óscar de la Renta, responsable de que el cantante invirtiera en el país de éste. ¿Qué le falta al siempre ambicioso Julio Iglesias, cuando cumple los setenta y cinco años de vida? Ya no puede superar más su audiencia en Norteamérica. Está forrado de dinero. Ha colmado todos sus deseos donjuanescos. Pienso, tal vez como mi buen amigo Alfredo Fraile, que es el hombre que mejor lo conoce, que ni siquiera Julio Iglesias sabe realmente lo que le falta o lo que quiere, a estas alturas de su existencia. Siempre será un ser insatisfecho, cada vez más solo. Nada que ver con aquel Julito que yo conocí, veinteañero, sencillo, nada soberbio, que sólo pretendía cantar unos años. "En cuanto gane cincuenta millones de pesetas, me retiro", confesó por entonces. Pero no ha cumplido aquella ingenua promesa.