Como algunas actrices del tardofranquismo, Santy Pérez (San Fernando de Henares, 1989) remata su nombre con la vigesimosexta letra del alfabeto español. Es un cantaurockero: ni tan ñoño como Luis Ramiro ni tan duro como Marea, comparte bloque con los Dylan, Calamaro o Sabina. Empucha sus versos, rebozados con nitroglicerina literaria, en un folk-rock mercúreo, clásico, quizá demasiado conservador –desde un punto de vista sonoro, no hay rastro de vanguardia, los riesgos tienden a cero–. Así lo demuestra, lo reafirma y lo exhibe en su segundo LP, Puntos de sutura, que verá la luz el 10 de septiembre y que presentará en directo, en la Sala Caracol de Madrid, cinco días después.
El disco lo conforman catorce canciones vertebradas, en un ayer reciente, por una ruptura doliente, por un cambio de actitud orientado hacia eso que, de cara a la galería, vende tan poco entre los artistas canallitas y sus grupis de Instagram: la normalidad,tan gloriosa y tan cutre, tan calmada y tan vertiginosa, que se desarrolla sobre el denominador común de las circunstancias. Se agradece la depuración de algunas imposturas, la ausencia de cierto tremendismo intensito y artificial, virus común entre no pocos cantautores de nueva ola, y quien dice cantautores de nueva ola dice todos los que están por debajo de los cincuenta años.
Producido –y muy bien producido, sobre todo, si se compara, con sus trabajos anteriores– por Enrique Torres, Santi García y el propio Pérez, Puntos de sutura arranca con "Si preguntan por qué me fui", un rock tenso, de alma sureña, que va a más y que no termina de explotar, puede que para no aclarar las dudas expresadas en su letra: "No sé si sembraré raíces, / no sé si prosperaré". Le sigue "Miss Vallecas 2010", prima de "Princesa" o de "Barbi Superestar", de Sabina, pero con un lifting más eléctrico y crudo. Además, la sombra del ubetense se nota, en su vertiente ochentera, en la fanfarrona "Con nocturnidad y alevosía", que comparte alma con "Eh, Sabina" y que también tiene un meneo socarrón, nocturno y stoniano.
"El recital" es un bonito canto al artista ambulante y ligón, algo así como Izal en Twitter, pero con un tono más romántico y cara a cara, sin pantallas de por medio. "Perdido" viste traje de balada pop triste. Es la pieza más pesimista, la más negra: "Y no hay licor que cicatrice / mis momentos infelices". Como un bálsamo agridulce actúa "Mil razones para odiarte": "Me ha dado tanto / como tanto he perdido. / Ella es el santo patrón / de mis días festivos".
Sin duda, "Euforia", "Orden de alejamiento" y "El penúltimo trago" son las mejores canciones de Puntos de sutura. La primera tien un deje sonoro del Aute de Auterretratos. Preciosista, mas no forzada, esa sucesión encadenada de rimas con "–oria" transportan, someramente, a la increíble "Abajo el Alzheimer" de Javier Krahe. La segunda es un tiro a la barriga de una exnovia, presuntamente dulce y explícito: "El fin de una era, / el principio de nada / y la primavera / ardiendo congelada. / Floreció una guerra / donde antes se amaba". La tercera es una balada rock en la que se recorren habitaciones persiguiendo canciones que den consuelo.
Finalmente, destaco "Sin llaves del paraíso", que comparte grupo sanguíneo con Brassens, y la guinda final, "La memoria de las piedras", bonita y crepuscular, como el cariño del que habla.
En definitiva, hay que celebrar la publicación de Puntos de sutura porque es un disco en el que el valor de las palabras cotiza alto. Pérez traslada al oyente a un territorio, ya cuasi desertificado, en el que ciertas reglas literarias todavía tienen sentido. Eso, en una época en la que priman los discursos primarios, sobados, huecos y, no pocas veces, ágrafos, mola mazo.