Hay "artistas de artistas", como "toreros de toreros". Profesionales que admiran a colegas veteranos ungidos por un aurea especial, siquiera un pellizco. Y uno de ellos fue Miguel Vargas Jiménez, conocido en el mundo flamenco como Bambino, desde que un lejano día de finales de los años 50 se aprendió una alegre melodía que habían popularizado, cada uno por su lado, la catalana Gloria Lasso y el napolitano Renato Carosone: "Anda, chiquillo / tira el cigarrillo, / márchate a su casa…". Natural de Utrera, donde nació el 12 de febrero de 1940, aunque para él su edad no contó nunca y engañó cuanto pudo a los que le demandaban ese dato. Para confundir aún más a los interesados un comisario de Policía, admirador del cante de Bambino, se prestó a facilitarle un carné donde figuraba con cinco años menos, según contaba su biógrafo Santiago González Sacristán en su estupenda obra La fiesta infinita.
Corrían los primeros años 60 y del utrerano se daba a conocer en la mítica Venta de Antequera, a las afueras de Sevilla, desde donde tras placearse por varios pueblos de la provincia saltó a Madrid, que es donde los gitanos como él, los payos también, han sentado sus reales para triunfar. Primero tuvo que ir sólo de palmero, en "El Duende", aquel local que regían Pastora Imperio y su yerno, Gitanillo de Triana, donde coincidió con Rocío Jurado, en un papel similar en el coro, hasta que a ambos los dejaron cantar cada uno por su cuenta. A Bambino le costó lo suyo ir haciéndose un hueco porque los ortodoxos del cante no acababan de admitirlo en esa especie de coto cerrado que ha sido "el cuarto de los cabales", el sitio donde se mantiene la pureza del arte jondo. Y es que, aunque Miguel Vargas Jiménez conocía de sobra los palos esenciales introdujo un estilo propio, que hoy se llama fusión, pero que siempre existió: mezcla de ritmos que él aflamencaba con su garganta prodigiosa. Eso lo habían hecho grandes del buen cante, tomando sobre todo las bulerías como punto de arranque. Bambino fue más heterodoxo, algo revolucionario, eligiendo un repertorio conocido de boleros clásicos o de baladas y melodías románticas que él transformaba rítmicamente, aflamencándolas como rumbas modernas y un acompañamiento no sólo de guitarras y coros sino orquestal, dando preferencia a la percusión. Ese fue su sello inconfundible. Y sus rumbas nada tienen que ver con las de Peret, por muy innovador que fuera éste. Los rumberos de hace un par de generaciones tanto copian a uno como a otro.
De vivir hoy, Bambino se hubiera forrado, se habría convertido en millonario con su arte, el que tanto imitan, sin conseguir superarlo. Ahí están sus discos, que se siguen vendiendo, probablemente más que cuando se estrenaron. El primero, de 1964, con "El poeta lloró", de número fuerte, una composición de los sudamericanos Digno Ramos y Casto Darío, el de Los Tres Sudamericanos, que el de Utrera grabó por bulerías. Y así, con periodos de tiempo en los que le costaba encerrarse en un estudio de grabación, fue registrando canciones como éstas que les cito, extractando su amplio repertorio: "Con las manos vacías", "La luna y el toro", "El pecador", "Ódiame", "Suplicando a la cruz", "Compasión", "Quiero", "Tú me acostumbraste", "La pared", "Voy", "Payaso", "Amar y vivir", "Bravo", "No me des guerra"…
Pasó por todos los tablaos madrileños, empezando por Los Canasteros, de Manolo Caracol, que lo quiso tener en exclusiva, pero él sólo permaneció una temporada. Era un ser libre, difícil de atarse mucho tiempo a algo o a alguien. Casi todo lo que ganaba se lo gastaba en juergas o en ayudar a algún necesitado. Vivía en el presente, al día. Un bohemio.
Tuvo un amor de juventud, Carmen. Ella, también gitana, lo quería para sí, y le dijo que sólo aceptaría irse con él si dejaba su vida de cantaor. Lo que más sintió Bambino, por mucho que ella no lo aceptara como era, fue que dejó Utrera, se marchó a Barcelona, amancebándose con un primo suyo calé. Y durante muchos años tuvo en su mente y en su corazón roto aquella Carmen que lo dejó por otro, simplemente porque él no podía abandonar sus cantes y volver a su primer oficio, el mismo de su padre, peluquero.
Aquel desgarro sentimental lo dejó muy herido. Y con el tiempo, lo mismo que frecuentó prostitutas en los cabarés donde cantaba, o fue amigo de muchas mujeres, algunas incluso de la buena sociedad, no acabó de encontrar otra Carmen que como aquello de la mora con otra verde se quita. Y hasta "probó varones", que diría Jesús Quintero "El Loco de la Colina" para referirse a amores del mismo sexo. Triste por dentro, alegre por fuera, vivió siempre la noche. "¿Conoce alguien el amor de día?", se preguntaba como respuesta a sus costumbres noctívagas.
Lo mismo actuaba en "Torres Bermejas", a espaldas de la Gran Vía, en donde coincidió con un primerizo Camarón, que en fiestas particulares, contratado por un rico ganadero o un empresario de la construcción. Y como éstos le pagaban bien, con un buen fajo de billetes, no le importaba en aquellas interminables veladas donde su voz rota se perdía entre risotadas y desdén de cuantos hartos de alcohol lo ignoraban, repetir a petición de algún caprichoso una y otra vez, hasta ocho si hacía falta, su inmejorable versión de "Corazón loco". Le cantó al oído a Ava Gardner y compartió espectáculos con los mejores, que eran La Paquera de Jerez, Faíco el bailaor, Rafael Farina… Rafael de León y Juan Solano escribieron para él, aunque tuvo un pianista más frecuentemente a su lado, al que no le gustaba nada el flamenco, que decía no entender: Alfonso Santisteban, marido de la infortunada Marisa Medina.
Fueron pasando los años y aquel espigado Bambino, que se movía en el escenario como un junco, al compás del viento, con fondo de guitarra flamenca, ya no era el mismo, ni interiormente ni por fuera: perdió agilidad, ganó innecesarios kilos, se le iba cayendo el pelo, mostrando una incipiente calvicie… Con todo ello, su cuerpo era menudo. Aunque en él lo que debía importar era su voz. Que se le fue debilitando. Hubo noches que, a la primera canción, quedaba agotado, sin poder articular una segunda. Un cáncer enroscado en su gargantea se lo impedía.El ca Ya ni siquiera podía alimentarse y en su rostro ya se le veía retratada la muerte.
Era la tarde del 5 de mayo de 1999 cuando se le cerraron sus ojos para siempre. Bambino fue enterrado en Utrera, su pueblo, donde ya vivía semi retirado desde hacía unos años y donde le dedicaron una calle. Y desde entonces mucho lo echamos de menos porque artistas como él (ya decíamos, "artista de artistas") no han nacido muchos.