Fue en la tarde del 25 de febrero de 2014 cuando jugando al fútbol en una playa mexicana con su hijo menor Diego, Paco de Lucía se sintió repentinamente indispuesto. Trasladado por su propio pie al hospital de Tulum, Quintana Roo, falleció a consecuencia de un infarto. Sus restos fueron trasladados a España una vez resueltos una serie de problemas en el transporte aéreo, relacionados con varias conexiones de vuelos. Por la capilla ardiente instalada en el Auditorio Nacional (y no en el Teatro Real como querían sus deudos) desfiló el entonces príncipe don Felipe y numerosas personalidades y admiradores del genial artista. Finalmente sería enterrado en Algeciras, su ciudad natal. Es ahora cuando el Ayuntamiento de la ciudad gaditana, en colaboración con la Delegación de Turismo ha inaugurado la Ruta Paco de Lucía. Bien con un guía o por iniciativa propia, folleto en mano, los visitantes irán conociendo aquellos lugares por los que trascendió su niñez, adolescencia y juventud hasta los años dorados de sus triunfos en todo el mundo.
La ruta se inicia en el número 8 de la calle de San Francisco, en cuya fachada figura una placa conmemorativa de su nacimiento en 1947. El menor de cinco hermanos vivió con su familia en otra vivienda más del mismo modestísimo barrio de la Bajadilla. Su padre, Antonio Sánchez Pecino, conocido como Antonio de Algeciras, se ganaba malamente la vida por las noches hasta interminables madrugadas tocando la guitarra para los señoritos metidos en juerga en varios bares y tabernas de la entonces calle de la Munición (hoy del comandante Gómez Ortega), cercana al Ayuntamiento de la ciudad. Lo más usual era que Antonio llevara a casa unos pocos duros, si es que la noche se había dado bien, que si no, lo más que percibía era algún bocadillo, invitado por algún "generoso" cliente. Paco de Lucía y sus hermanos, Ramón y Pepe iban por las mañanas a esa calle y su padre los llevaba a algún bar donde a cambio de unas monedas podían escuchar en una sinfonola (así se denominaba a un "pick-up" recubierto con una superficie plastificada) alguna grabación del Niño Ricardo, el maestro de la guitarra en el que se fijaban aquellos que querían emularlo. Hay un disco precioso, "Luzía", así, con zeta, que era el nombre de la madre de Paco de Lucía, en el que éste interpreta unas alegrías dedicadas a aquella calle de la Munición, que hoy pueden recorrer los turistas interesados en los pasos del gran concertista. Quien en un álbum anterior al citado, "Almoraima", titulaba una soleá con el nombre de "Plaza Alta", lugar considerado como el corazón de Algeciras, donde tanto jugara de niño quien luego daría tantos días de gloria tocando su prodigiosa guitarra.
Y en otra plaza, la de Abastos, tenía Antonio Sánchez Pecino un puesto de ropa y quincalla, que le proporcionaba un pequeño beneficio que unido a lo ganado por las noches con su guitarra servía para alimentar a su mujer y a su prole. La pregunta es que cuándo dormiría este hombre, el padre de Paco de Lucía, que tanto se sacrificó por sacar adelante a los suyos. Él fue el indiscutible maestro que inculcó a su benjamín no sólo los más rudimentarios conocimientos de una guitarra, sino que con una gran severidad lo obligaba a estar varias horas ensayando las notas que creía conveniente. A veces, el futuro gran artista llegó a tener sus dedos malheridos, por aquellos durísimos ensayos. Había unas horas en aquel puesto del mercado de Abastos en las que se juntaba toda la familia: la madre, Luzía Gomes Gonzálvez, que iba a hacer la compra. "La portuguesa", era llamada en el barrio. Los hijos de Antonio hacían allí sus deberes escolares en tanto el padre iba despachando a su clientela. Uno de ellos, Antonio, consiguió el puesto de botones en el mejor hotel de la ciudad, el Reina Cristina, cercano a la playa del Chorruelo, inmortalizada por Paco de Lucía en unas bulerías. Recuerdo de sus horas de infancia y adolescencia nadando en sus aguas. Ya en su época de juventud es cuando comenzaría sus trabajos junto a un gitano rubio con el que iba a revolucionar el flamenco más puro: José Monge Cruz "Camarón de la Isla", cuyo primer disco al alimón lo grabaron en 1969 compuesto por temas creados por Antonio Sánchez, el padre de Paco. Cuántas veces contemplaron bellos atardeceres en la Punta del Faro, que daría nombre a otras bulerías envueltas en el toque de Paco de Lucía. Lugar desde donde el visitante puede extasiarse con la vista en el horizonte hasta alcanzar los paisajes de Gibraltar y Marruecos. Y las costas del Atlántico y el Mediterráneo, que se unen. De ahí que el artista diera en titular su tema más universal, una pegadiza rumba, "Entre dos aguas", compuesta en menos de media hora una tarde de 1973.
Hay otra playa algecireña que quienes sigan esa Ruta Paco de Lucía no han de perderse: la del Rinconcillo, a la que dedicaría uno de sus tangos más antiguos, y del lugar, también un chiringuito que incluyó a ritmo rumbero en su álbum "Cositas buenas". Paco pasaba allí muchos veranos, que recordaba porque era frecuentada por gente sencilla y donde él pescaba frecuentemente. Solía decir si alguien le comentaba lo poco que se llevaba en la cesta, junto a la caña, lo siguiente: "Sólo pesco lo que me voy a comer hoy".
Aquel añejo refrán de que "nadie es profeta en su tierra" no reza en el caso de Paco de Lucía, pues si él siempre se sintió orgulloso de ser oriundo de allí, la ciudad, sus gentes, las autoridades, siempre le mostraron cariño y admiración. Prueba de ello es el monumento erigido en 1994 en su memoria, no muy lejos de ese mercado de Abastos al que nos referimos, donde con medidas reales a su figura aparece con sus piernas cruzadas tocando la guitarra; una posición que él acostumbraba. En el parque María Cristina se instaló la reproducción en broce de una silla de madera y en la que él solía utilizar en sus actuaciones. La ruta Paco de Lucía generalmente concluye con una visita al Cementerio Viejo donde reposan sus restos.
La figura de quien está reconocido como el más importante guitarrista español contemporáneo de flamenco, al margen de esa visita a su tierra natal, se rememora en sus treinta álbumes grabados, sin contar sus múltiples colaboraciones con diferentes artistas. Y en las bandas sonoras de cinco largometrajes, o pertenecientes a una película, por ejemplo, de Woody Allen. Y él, que apenas tuvo estudios escolares, resulta que obtuvo el título de doctor honoris causa por el Berklee College os Music de Boston, que se considera el mejor en estudios musicales de todo el mundo. Era de carácter alegre cuando se hallaba con sus amigos de siempre, en alguna reunión donde inevitablemente se cantaba; él también lo hacía, pero deficientemente. En su trato con los demás solía ser siempre correcto, pero de manera sobria. Con los periodistas, se mostraba algo distante si no los conocía de antemano; en ese último caso, procuraba ser afectuoso. Así lo recuerdo yo. Desde luego, siempre sencillo, no solía hablar de sus triunfos. Un artista que buscaba la perfección, que introdujo el cajón peruano como elemento permanente de percusión, con un oído finísimo para la afinación de su instrumento. Ya en sus últimos años cansado de viajar como una maleta por medio mundo. De ahí que buscara un lugar tranquilo, en los alrededores de Cancún.
Allí encontró la paz que buscaba junto a su segunda esposa, la mexicana Canseco, a la que se unió en matrimonio civil y con la que tuvo dos hijos. No hace mucho me encontré con su primera mujer, Casilda Varela, madre de tres hijos, uno de los cuáles, Francisco (Curro) dirigió un excelente documental sobre su padre, donde se recogían las últimas imágenes que le tomaron en vida. Casilda vive en el chalé de siempre, donde tantos años, veinte, compartió el amor con Paco. Me dijo sentirse emocionada porque en ese barrio una estación de metro lleva desde hace un par de años el nombre del que fue su esposo. Se casaron en 1977 en Amsterdam, porque la familia de ella no aceptaba tal boda y prefirieron celebrarla fuera de España. ¿Por qué Holanda? La casa de discos de Paco tenía su centro en la capital holandesa y facilitó los preparativos del enlace.